Ilustración: Carmen Cuervo
II
Mi ángel de la guarda está tirado en el sillón,
descompuesto
dice que las espadas están superadas
y las alas, peor, no se usan más, que ya nadie sabe con qué atacar la “materia”
Mi ángel anduvo consultando con colegas y demonios menores, fáciles de abordar.
Juran que tampoco entienden mucho.
Los demonios mayores se frotan la falta de manos, o las colas, pero es por puro alarde, me explica, ellos tampoco se adjudican la autoría.
¡Nadie entiende!
Mi ángel de la guarda es viejo, es decir, antiguo. Debería saber.
Pero no se le ocurre ninguna comparación. “Esta época es incomparable”.
Yo estoy tirada en el otro sillón
lo sigo con los ojos
me habla directamente con las plumas
-eso lo mantenemos-
está asustado, creo
no tanto como yo
que, aunque él diga lo contrario,
sólo me acuerdo de la mortalidad.
Daniela Andújar
III
La escritura de La Gaya Scienza coincide con un momento de salud delicado para Nietzsche. En 1880 empieza su última década filosófica. Sus malestares se agravan: terribles dolores de cabeza, ceguera progresiva y problemas gástricos. Sufre la comida, la humedad, el viento. Son sus años errantes. Deambula por Europa: norte de Italia, Suiza, Alemania. ¿Qué busca? El clima que le deje vivir. No vive una vida jovial. Cuando escribe de su risa olímpica, Nietzsche está delineando un personaje literario.
La jovialidad es efecto de la liberación del peso de la verdad que agobia a los seres humanos. La verdad pesa y entristece. Una vez que el hombre y la mujer descubren, escribe Nietzsche, que la verdad es un invento propio, ya no se ponen por debajo de ella, la tratan como que la manejan y se jactan de eso. El eje vertical -arriba/abajo- organiza la visión nietzscheana de la vida. La postmodernidad que colonizó el sentido común de la socialdemocracia francesa -y en consecuencia porteña- se entusiasma con el giro emotivo y deviene jovial. O trata.
No es nuevo. Así es como en la filosofía se producen los ínfimos desplazamientos de sentido. Nunca es una simple adulteración. La filosofía no habla un léxico convencional, se ve corroída como toda lengua que no responde a la voluntad de nadie. Se toma un fragmento, se lo quita del flujo del pensamiento nietzscheano, de la tragedia en medio de la cual aparece, se lo resalta, se lo hace circular de mano en mano como una moneda que se gasta, lo sabían los cínicos. A la scienza jovial se le ha sacado densidad. La muerte de la verdad y de Dios no son en Nietzsche acontecimientos jocosos sino catástrofes que abaten la civilización europea -hoy global. Europa exportó su ruina. Y arrasan el cuerpo de su profeta. Nietzsche lo llama advenimiento del nihilismo. ¿Es jocoso para sus lectores tardos? Lo que hoy vive el mundo es el hoyo del nihilismo, lo que dice el loco de la linterna en La Gaya Scienza. No hay título menos entendido. Esta es la clave para ubicarse política y personalmente en la época. La muerte de la verdad significa que el fundamento falta. No una simple falta de conceptos sino que falta el piso sobre el que pararse.
Oscar Cuervo
[Texto completo, acá: http://unlargo.blogspot.com/2018/01/nietzsche-largo.html]
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