Fotos: Ajuste y represión. CC BY-NC-ND 3.0 - M.A.f.I.A.
Mala praxis: en su momento de mayor poder, a menos de dos meses de un triunfo electoral que lo dejaba en condiciones óptimas para gobernar, el régimen macrista perpetró una serie de desmanes (las violentas represiones a la protesta social, con dos muertes ejecutadas por Gendarmería y Prefectura, la sospechosa parálisis para resolver una crisis grave en Defensa a raíz de la desaparición de un submarino en aguas argentinas). El desquicio llegó al punto culminante ayer, en la peor jornada que vivió la Argentina desde la debacle de la Alianza, el 19 y 20 de diciembre de 2001.
La urgencia por imponer un saqueo a las jubilaciones, asignaciones universales y pensiones llevó al oficialismo a sobreactuar su poder, en proporción directa a su incapacidad para construir consensos. La triple "reforma" laboral / previsional / impositiva -que según el macrismo constituye un paquete único para evitar el estallido, según confesó macri en una entrevista concedida a Longobardi para CNN, “si cumplimos este sendero de bajar sistemáticamente el gasto público y el déficit fiscal, la economía no va a estallar"- surgió del laboratorio de cambiemos pocos días después del triunfo electoral.
El 30 de octubre en el CCK se fingió la convocatoria a un acuerdo histórico, que en realidad fue un apriete a gobernadores asustados por su propia estabilidad financiera. El macrismo creyó que los ajustes brutales a los más débiles se podían negociar en el palacio con el elenco permanente que actúa como oficialista de todas las épocas y confió demasiado en la onerosa y por lo visto poco efectiva ayuda del cenador Peceto y la abulia de la conducción cegetista.
Al paquete le faltaba un moño, pero el moño lo pone el pueblo.
El descontento social provocado al difundirse el intento de saqueo a los que tienen menos y no pueden defenderse fue extendiéndose como mancha de aceite. Contra los reglamentos, el macrismo intentó la picardía de adelantar el tratamiento del proyecto en diputados sin respetar los plazos establecidos, para gambetear la agitación social. Pero el miércoles a la tarde la ciudad se vio sacudida por una movilización popular convocada por organizaciones sin aparato y con referentes poco conocidos. Una movilización que las bases asumieron como propia, como pocas veces sucedió en la historia argentina. Apareció ese pueblo que el neoliberalismo anhela dar por extinto. De paso, se desmintió que la CGT es la única capaz de movilizar a cientos de miles de trabajadores y quedó en evidencia que durante estos dos años la burocracia colaboracionista estuvo frenando el impulso de sus bases. La CGT no movilizó el miércoles, llamó a movilizar el jueves pero no lo hizo, convocó un paro que ayer volvió a levantar y confirmó su claudicación sistemática. Y entonces el bloque de poder experimentó todo ese desbarajuste con zozobra.
Es la tercera vez en el año que un poder tan emblocado como el que nos gobierna muestra su pánico ante la movilización popular: pasó cuando los organismos de DDHH frenaron el 2 x 1 de la Corte Adicta, volvió a pasar cuando las multitudes se movilizaron por la desaparición de Santiago Maldonado por la represión de gendarmería y se repitió este miércoles cuando los pobres paralizaron la 9 de Julio. El régimen se cree que apretando gobernadores, jueces y periodistas lo tiene todo controlado, pero entra en pánico cuando la realidad rasga el velo de la posverdad que teje de manera agobiante cada día.
Solamente un ataque de pánico puede explicar el manejo atropellado de una crisis autoinfligida en los dos últimos días. Mala praxis. No había Plan B, ni siquiera Plan A. Abombados, huyen para adelante, con un despliegue represivo desproporcionado para sus objetivos y al final contraproducente.
Violar reglamentos, mentir cuórums, meter diputruchos, autovictimizarse después de agredir, incluso físicamente, a los legisladores, perder aliados, aterrorizar a la población, tirar piñas al aire, reprimir salvajemente en la calle cuando se perdió la batalla política en el recinto, amenazar con un DNU que hace crujir a la propia coalición gobernante, dar marcha atrás al rato: todo eso junto en pocas horas termina con un derrota política por goleada y encima por goles en contra.
Tanta concentración de poder los lleva curiosamente a la impotencia. Están muy sacados y a la vez son chapuceros. Su grado de improvisación es tan marcado que desorienta, lo que los hace muy peligrosos. Se sabe que no miden el costo de las vidas humanas. Ayer milagrosamente no hubo muertos, pero hay varias decenas de detenidos arbitriariamente.
No pudieron ganar una votación cuando estaban así de cerca de hacerlo, lo venían fanfarroneando desde hace semanas. Muestran un nivel de anarquía importante, porque el ala política y el ala represiva se mueven por vías disociadas y hasta contradictorias. La falta de control de los números económicos (inflación persistente, megaendeudamiento, altísimos déficits fiscal y comercial, ausencia de inversiones productivas) hace juego con una falta de control en el manejo de la calle y el fracaso de los aprietes. Alardean constantemente de aquello que no concretan. Tienen gran capacidad de daño pero no saben pilotear el conflicto.
El mínimo contratiempo los hace entrar en alerta amarilla. Manejan bien las campañas de acción psicológica y creo que nada más. A pesar de su impericia (o quizás a causa de ella) todos estamos en peligro. Lo único que los sostiene es la desarticulación opositora. En cuanto los sectores de la oposición muestran una mínima coordinación, pierden todo el control y salen a lloriquear a los canales adictos.
La de ayer fue la crisis más grave de estos dos años y no se sabe cómo pueden salir sin seguir haciendo daño.
1 comentario:
Óscar,coincido con tu artículo en gral y particularmente adhiero en subrayar la movilización del miércoles como el hecho más importante en cuanto a su posibilidad por fuera de la CGT como convocante necesaria.
Me parece que si eso es leído por la oposición y las distintas fuerzas políticas podemos empezar a ilusionar una salida posible en serio.
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