por Lidia Ferrari, desde Treviso, Italia
Ocurre en mi vecindario que este tiempo de cuarentena ha cambiado la relación entre los vecinos. Vivo en una calle sin salida que ha creado una especie de patio interior con las casas a su alrededor. Con la primavera brotando la gente sale a su jardín o a su balcón y conversamos entre nosotros. He conocido así gente que no había registrado antes, cuando cada uno no tenía tiempo de detenerse con vecinos que ni siquiera conocía. Ese tiempo que parece ahora poseerse da lugar a conversaciones sosegadas que no existían. Este vecindario reproduce el modelo italiano de un porcentaje grande de viejos, pero también dos familias con niños entre 7 y 13 años, que llenan de gritos, risas y peleas infantiles a nuestro patio vecinal. Cada familia sale por turno, para no mezclarse. Pero los niños encontraron un sistema para jugar juntos. Los de una familia se quedan dentro del predio de su casa y juegan a la pelota a través del cerco con los de la otra familia que juegan desde afuera. El padre de tres niños que hace pocos meses había encontrado un trabajo que lo tenía muy ocupado no se escuchaba en los primeros días de la cuarentena. Desde hace diez días tiene todo el tiempo y hay momentos en los que se ve jugar a toda la familia. Una escena atípica de una familia disfrutando del tiempo que poseen y extraña en tiempos normales de plena ocupación.
La otra casa recibe con frecuencia a tres niños de un padre separado que vive con su propia madre, con demencia senil. Se ve a los tres niños y su padre disfrutar de esta vida en la cual juegan a la pelota todos los días. El patio de nuestro vecindario se llena de ruidos, fútbol y vida y nos olvidamos del silencio de las casas que alojan una demente senil y un anciano con Alzheimer.
Nos evoca el del vecindario de El Chavo del Ocho pero en un espacio privilegiado de una ciudad del Norte de Italia, de una clase media que dispone, hasta ahora, de salarios y pensiones para sortear la emergencia.
Los niños recordarán estos días ociosos y lúdicos que tenían a sus padres disponibles para jugar. Pero, ¿será posible volver a la normalidad de antes del Coronavirus? La economía del estado de bienestar todavía puede donar algo de lo acumulado. Pero el combustible se acabará tarde o temprano. Se entiende a los capitalistas que rechazan la cuarentena. Ellos también son piezas de un engranaje que no puede detenerse, de una maquinaria que trabaja automáticamente pero debe trabajar. La generación de la plusvalía no puede detenerse sin precipitar en problemas al dispositivo del capital. El coronavirus está haciendo trastabillar al capitalismo. Esto no supone que el sistema se fragilice sino que los más débiles del sistema reciban la estocada con más potencia. Los de arriba se reconvertirán o harán sus negocios. Sentirán el estremecimiento del temblor, pero estarán a salvo en sus edificios antisísmicos. Los que recibiremos el shock seremos nosotros, los humildes mortales pero, sobre todo, los más vulnerables del sistema.
Es posible que la escena dichosa en el patio de mi vecindario, de personas afortunadas por tener un salario ahora, y un espacio para retozar, tenga un límite temporal a partir del cual lo que la sostiene ya no exista. Debido a esta amenaza los gobiernos están preocupados por ese futuro que es previsible, en el cual el combustible económico acumulado se vaya acabando. Los gobiernos se enfrentan a un doble drama: el de la salud por el coronavirus y el de la sacudida de la estrutura económica. El gobierno italiano con otros del sur de Europa saben que de las decisiones que tomen hoy se escribirá el destino de que este patio del vecindario siga alojando una oportunidad para los niños. Si se siguen las decisiones que están prometiendo el Consejo Europeo con Alemania y Holanda a la cabeza y los gobiernos neoliberales del mundo, podemos calcular que, en términos económicos, estos niños vivirán un futuro mucho peor al de sus padres y abuelos.
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