Cristinismo

por oac

Formidable acto de intervención política el de ayer de Cristina, abriendo las sesiones legislativas del período 2011. Intervención que es por supuesto mucho más que un acto protocolar o una pieza oratoria. Porque la solvencia oratoria de la presidente es excepcional, dada la concentración que exige sostener la palabra durante tanto tiempo con una lógica consistente y con un manejo envidiable de la curva dramática, con picos emotivos, con ironías, con una dosis apreciable de espontaneidad para responder a las intervenciones de las barras, y hasta para poner en escena la tensión política que existe con los representantes de la oposición, con el vicepresidente, los medios, las referencias a sus propios colaboradores... En fin, el aspecto retórico de Cristina saca a relucir la diferencia que la separa de ese patético elenco estable que desfila todas las noches por los estudios televisivos de la oposición.

Pero lo decisivo no es su solvencia retórica, sino el hecho de que ese talento está respaldado por una virtud aún más rara: la del liderazgo político. Cristina mostró en su intervención de ayer que en Argentina existe al menos un líder político, alguien que tiene en la cabeza los problemas del país, que se mueve con firmeza en el árido terreno de las cifras comparativas, pero que nunca olvida que esas cifras se interpretan en base a conceptos, y que esos conceptos expresan formas de vida, y que esas formas de vida contienen a personas de carne y hueso. Cristina puede ligar en su discurso los problemas de la gestión con la fuerza de las pasiones. Estos son componentes indispensables para el ejercicio del liderazgo. Y ella es una líder política templada en estos años de lucha: los años de su presidencia. Porque hoy ella es una líder superior a la que era en 2007 cuanado asumió, y es una líder más fuerte que la que era antes de perder a su compañero. La lucha y la adversidad parecen haberla mejorado.

Y ese liderazgo es lo que no pueden construir las corporaciones que están trabajando para desestabilizarla desde el día en que asumió. Las corporaciones pueden construir pantallas, ya lo sabemos: vimos las pantallas divididas donde del otro lado de la presidente, en el 2008, estaba un De Angeli que se burlaba con gestos torpes ante cada palabra de ella; vimos el caos vehicular de cada día y las recomendaciones para no acercarse al microcentro los días del bicentenario; vimos el intento de trasmitirle al televidente sugestionable la sensación de que vivimos en medio de una violencia asesina, vimos el intento de sembrar pánico en los días calurosos de diciembre, con el inapreciable aporte de los cortadores de vìas del trosquismo, para tratar de instalar la idea de que el país carecía de autoridad: el afamado "vacío de poder".

La oposición mediática y sus voceros políticos pueden armar pantallas de alta caducidad, pero construir un líder político opositor les está costando bastante. Lo que quedó en evidencia ayer es que Cristina es un lujo que los argentinos no podemos desperdiciar... A ver, piensen: ¿Macri? ¿Alfonsín? ¿Pino? ¿Carrió? ¿Duhalde? ¿Pitrola? Pfffffffffffffff... La alternativa es tan rotunda que parece que quedará en evidencia si el pueblo argentino es mínimamente sensato o irremediablemente estúpido.

Y por otro lado, unas horas después en La Plata surge otra evidencia: Scioli es cualquier cosa menos un líder. Su discurso vacuo no se ve respaldado por la gestión de gobierno y sus líneas políticas responden a la agenda cualunquista de "la gente". Quiere la maraña de la historia que Scioli venga siendo un aliado del gobierno, y a la vez el preferido de las corporaciones para liquidar la experiencia kirchnerista y poner el peronismo al servicio de los intereses de la Argentina tradicional. Un solo dato simbólico me gustaría resaltar: al final del discurso de Scioli se canta estentóreamente la marcha peronista, esa que dice "mi general, cuánto valés". Eso lo escribo especialmente dedicado para aquellos compañeros que defienden con terquedad la identidad indeleble del peronismo.