Anima, Rolling Thunder Revue, Democracia Em Vertigem: Netflix en La otra.-radio, para escuchar acá
Todos sabemos qué es Netflix, pero yo un poco menos que todos porque no estoy abonado. Sin embargo, durante todos estos años no pude dejar de escuchar los comentarios acerca de las series que estaban buenísimas, de las que no había que perderse, de los amigos que se clavan una temporada entera de XYZ en un fin de semana, de los que ven las películas por el celular, del crecimiento de las plataformas on demand, de la pérdida del aura y la muerte del autor como signos de una contemporaneidad rabiosa y la ruptura con una tradición ya pesada. En el fondo se trata de una puja entre el modo de estar en el mundo del siglo xx y el que asoma en el siglo xxi. (Como si el siglo xx no tuviera algo que ver con lo que pasa en el xxi, pero bueno...). Todos hemos percibido un ánimo de celebración alrededor de la muerte del autor en el sentido moderno: por fin se cumplen las profecías de Nietzsche y Foucault, ya las series no tienen autor: tienen guionistas, elencos, tramas, spoilers y sobre todo diseño de producción. Dame un diseño de producción y después vamos viendo.
Hace 25 años se hablaba de la muerte del cine y hoy es adecuado hablar de su mutación. Algo así como: ¿en qué cosa tendría que devenir el cine para que sea posible incluir en esa etiqueta lo que vemos en las pantallas digitales que acarreamos sin necesidad de entrar en el espacio sacralizador de la sala de cine? Hay en el clima de época un miedo a quedar algo ligado al pasado, a la modernidad, a la política de los autores, al romanticismo... Si uno desconfía de la experiencia de ver el mundo a través del celular, de los grupos de personas que inclinan la columna vertebral y mueven la pantallita con el dedo, entonces se aleja de los millennials, de los centennials y se vuelve un poco reaccionario.
Netflix es algo más que un vehículo de producciones audiovisuales. Más que una empresa de entretenimientos. Nuestra sospecha, por no decir mi sospecha, es que forma parte del mismo diseño de Mercado Libre, de las fluctuaciones en la tarifa de Uber según la hora y la demanda, el empleo flexible online y la flexibilización laboral. Con cinismo estético se ligan todas estas licuaciones neoliberales con la flexibilidad, como aquello que se opone a la rigidez, a pesar de que el rumbo que toman las cosas del mundo se presenta a la vez como duramente irreversible. Los esfuerzos de la crítica y los estudios académicos por naturalizar el rumbo de la historia nos hacen desembocar ineluctablemente en Netflix.
En estos últimos tiempos, quizás desde que David Lynch decidió hacer Twin Peaks 3 para Netflix, o cuando un producto de Netflix y Cuarón como Roma no solo fue nominada para el Oscar como mejor película y mejor película en idioma extranjero simultáneamente sino que además fue muy votada en la Internacional Cinéfila, las conversaciones sobre esta plataforma -mejor dicho: sobre su modo de insertarse en nuestra experiencia- tomaron otro cariz. Si hay una generación que amoldó su noción del consumo cultural y su experiencia de la narración con las series de Netflix, tenemos que añadir a nuestros interrogantes la pregunta de por qué artistas como Lynch, Dylan y Scorsese, o Thom Yorke y P. T. Anderson deciden poner a circular sus obras a través de Netflix. No es difícil entender por qué la empresa quiere fichar a Dylan, a Lynch o a Yorke en su catálogo: en plena expansión, una pátina del presitigio de los nombres ilustres de la era analógica es un valor agregado, tentación para que nos suscribamos los renuentes. Pero podemos preguntar todavía por la anuencia del autor a mandarse por ese lado. Esa decisión puede significar ansiedad para llegar al público que no pagaría una entrada para verlos en una sala, aggiornarse, aceptar las ventajas de visibilidad que otros dispositivos de distribución no ofrecerían, volverse actores relevantes de los modos del nuevo siglo o simplemente facturar un montón de dólares.
Anima es el nombre de un disco que acaba de sacar Thom Yorke y es realmente muy bueno. Pero también es el nombre de una película de corta duración ("one-reeler", bromearon los autores haciendo alusión a un formato usual de la época del cine mudo, las películas de un solo rollo) producida por Netflix. La película es buenísima, entre lo mejor que hizo Anderson y una demostración de que Thom Yorke no solo es un autor de grandes canciones y explorador de angustiantes atmósferas sonoras sino también un ícono, un gran actor, un bailarín notable, un artista integral. Anima película es una obra considerable con aroma a pesadilla epocal. La visión desoladora de la humanidad zombie retorciéndose en el subte rumbo a sus trabajos cotidianos coreografía una experiencia verídica, una pesadilla tan tangible como la realidad. Se aplica mucho talento para pensar el vínculo entre imagen y sonido, entre duración y progresión dramática, entre coreografía y puesta de cámara, entre color y ritmo. Merecería ser vista en una sala (como de hecho se proyectó en algunas ciudades del mundo en su semana de lanzamiento). Pero la cuestión es que su disponibilidad actual es Netflix. O sea, podés verlo en tu celu si estás abonado y si no, conseguite un amigo que te invite a su casaa verla (o que te muestre su celu) o esperá que la suban a alguna página pirata.
Lo mismo se puede decir de la genial Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese de la que escribí hace poco en este blog, una pieza indispensable para armar el rompecabezas Dylan. También para confirmar que Scorsese es el cineasta indicado para poner a Dylan en términos cinematográficos. Uno de los encantos secretos de la película es el arte de la falsificación, la tergiversación, la inclusión inadvertida de testimonios apócrifos que ayudan a extender la mitomanía que Dylan convirtió en su juego preferido. Hay varios personajes ficticios y anécdotas inventadas mezcladas con el material de archivo y el propio Dylan actual se encarga de reflexionar ante cámara acerca de la verdad que se dice detrás de la máscara. En ese mismo plan hay que interpretar la cita que hace Scorsese al comienzo y al final de la película de un corto ilusionista de George Melies en el que una mujer desaparece por un truco de montaje. Es Melies y no Lumiere el epígrafe del "documental". Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese será para la posteridad el Dylan de Netflix.
En estos mismos días esa plataforma subió una película documental de la brasileña Petra Costa: Democracia Em Vertigem (Al filo de la democracia, en su versión en castellano). Con formas un tanto más convencionales que las dos películas comentadas arriba, Costa narra los pasos del lawfare brasileño que conduce a la destitución de Dilma, la cárcel de Lula y la presidencia de Bolsonaro. La similitud entre los procedimientos de los poderes de la derecha que se movieron para destruir la democracia brasileña y los que actúan aún hoy en Argentina solo se pueden ver con intensa inquietud. El lawfare brasileño, nos muestra la película, ya desembocó en su fase catastrófica. En Argentina todavía no. Es inquietante enterarse por Netflix.
Estas tres películas están entre lo más interesante que puede verse hoy en día en cualquier formato. Pero todas ellas están en un solo formato. De eso y con más detalles, con pelos y señales, gruñidos y susurros, hablamos en la reciente emisión de La otra.-radio, que pueden escuchar clickeando acá. [Quizá el único personaje que no puede hacer nada en este escenario es Joao Gilberto, al que finalmente este programa estuvo dedicado].
1 comentario:
Estas tres películas están entre lo más interesante que puede verse hoy en día en cualquier formato. Pero todas ellas están en un solo formato.
En este punto estoy en desacuerdo totalmente. No es lo más interesante que hoy en día se puede ver y de hecho no hace falta verlo, esa es la verdadera resistencia; es ahí donde entra la hegemonía de estos formatos. De todas formas Netflix no es algo nuevo; el cine en sí siempre fue un lavador de cabezas, ahora te tienen sentadito en el sillón de casa para comodidad del usuario pero siempre fue el mismo método: desarticular la realidad por medio de la imagen, no para repensarla sino para vivirla con un goce estético o un simple ruido llenador de vacío que muere al apagar la pantalla (pero que sigue injerto en el cerebro)
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