domingo, 5 de septiembre de 2021

Netflix es la iglesia evangélica de la pequeñoburguesía ilustrada

El Reino, la serie de los Piñeiyro que traza un retrato burdo y estigmatizante de las religiosidades populares, logra el milagro de que hasta algunas muy buenas actrices actúen muy mal  


La serie de Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro El Reino es analizada en nuestra columna radial en Patologías Culturales, el programa que sale los sábados a las 18 conducido por Maximiliano Diomedi. En esta columna se analizan la pobreza estética y la estigmatización política de un producto típico para el consumo de las pequeño-burguesías ilustradas que acceden a la industria cultural a través de Netflix. El fenómeno de las iglesias evangélicas es dibujado en la serie con trazos burdos y sin internarse en la heterogeneidad de la religiosidad popular. Piñeyro y Piñeiro logran el milagro de que aún actrices y actores muy buenos estén todos muy mal en El Reino. Escuchen la columna de Oscar Cuervo acá.
 

A Marcelo Piñeyro lo conocemos porque a principio de los 90 adulteró el relato de los inicios del rock argentino en la mediocre Tango Feroz. Claudia Piñeiro aduce persecución solo porque la torpeza con que ejecutó el guión de la serie recibió críticas por su visión estigmatizadora del campo heterogéneo de las iglesias evangélicas.

Las denuncias que hicieron los Piñeiyro sobre los "intentos de censura" fueron en realidad parte de la campaña promocional del producto de Netflix. La serie sigue exhibiéndose sin ningún problema y la autovictimización de sus autores logró que incluso la izquierda troskista se montara en la operación estigmatizadora contra sectores religiosos populares que ofrecen una complejidad sociológica que merecería un tratamiento más serio. 

La autovictimización de Claudia Piñeiro, alegando un intento de censura que no existe, nos hace recordar que ella es la pareja de Ricardo Gil Lavedra, el autor intelectual del lawfare contra Milagro Sala. ´Hay un patrón político común en ambas operaciones: la condena anticipada que sufrió la dirigente de la Tupac y la condena mediática que desde una plataforma trasnacional denigra con un trazo grueso a un conjunto de iglesias muy heterogéneo. Los públicos de clase media evangelizados espiritualmente por Netflix son volubles a la distorsión mediática que demoniza a los luchadores populares y se burla de formas de religiosidad no establecida. No importa la verdad sino una verosimilitud diseñada para públicos autocomplacientes y distraídos. La demonización, mediática o jurídica, se hace siempre en nombre de valores republicanos y en salvaguarda de la libertad de expresión. La barbarie de la televidencia ilustrada, en fin.

7 comentarios:

Gabriel O. dijo...

Empecé a leer el comentario con la expectativa de encontrar algún aporte interesante, que ilumine algún aspecto inadvertido de la serie que abra una nueva línea de lectura. El único dato que aporta —desconocido al menos por mi— no es que carezca de interés, pero termina quedando como una mera «chicana política», sin valor argumental respecto de la crítica que con tanta vehemencia se intenta sostener: ¿Claudia Piñeiro es la pareja de Ricardo Gil Lavedra? Ok. ¿Y...? Que la religión es el opio de los pueblos no es ninguna noticia nueva, también es cierto. Pero si lo que se busca es mostrar los sofisticados mecanismos que operan actualmente de manera sistemática y organizada desde las iglesias evangélicas al servicio de la manipulación política de masas, quizás la serie no esté tan extraviada. Por otra parte, condenar con semejante soberbia a quienes cometen el pecado de mirar alguna serie en Netflix, sería como condenar a quienes toman agua de la canilla, en lugar de ir a buscarla a las fuentes naturales de Villavicencio antes de que llegue a la embotelladora.

Oscar Cuervo dijo...

Netflix es el evangelismo de los suscriptores clase medieros que creen que conocen el mundo a través de las caricaturas estereotipadas de formas de religion disidente, perseguidos por igual por la jerarquia catolica que ven como sus fieles se le van y los consumidores de la N que no conocen los miles de templos evangelicos que crecen en los barrios populares que surgen de una demanda de contención. Para los consumidores de Netflix su propio evangelio es la chatarra industrial de series producidas como chorizos, aunque nunca en su vida hayan pasado por un barrio popular y crean que la unica iglesia evangelica es ese edificio imponente de la Iglesia Universal del Reino de Dios, se creen muy pillos para no dejarse engañar por las religiones pero se mastican cualquier pavada que Netflix les vende en fetas.

Oscar Cuervo dijo...

Juan Carlos Tazedjián: que es un fascista asesino y desquiciado.

Henrique dijo...

Primero, el campo de las iglesias evangélicas (es decir, pentecostales y especialmente neopentecostales) es muy heterogéneo hasta el momento en que deciden volcarse todas y de una sola vez hacia un Bolsonaro o a lo más cercano a eso que cada país produzca. Pese a la posible heterogeneidad de ritos, tienen en común una visión de mundo y una teología que ameritan tal cosa.

Segundo, iglesias de filiación luterana, como la dinamarquesa, tienen menos que nada que ver con eso - lo cual, por supuesto, no quita que puedan tener sus propios y distintos problemas. En ninguna parte se usa la expresión "evangélico" o "evangelista" como abarcativo de todas las iglesias protestantes o cristianas no católicas, ni creo que en dicha serie se haga eso.

Tercero, que tal evaluar las iglesias evangélicas por lo que son y hacen, y no en base a lo que es Netflix? Que sí, estoy de acuerdo, es un consumo fútil de una clase media que se cree más culta de lo que en verdad és. Pero eso no quita que tales iglesias sean: 1) mayormente una manga de estafadores (hasta aquí, alguién podrá decir con razón que las demás, incluso o sobre todo la católica, tienen en su historial delitos peores) y 2) en su totalidad, un dispositivo creado y propagado por los círculos de poder de EEUU y de Israel para moldar subjetividades profundamente individualistas y dinerocéntricas, por ende funcionales al neoliberalismo, y a la vez para angariar en Latinoamérica, desde una lectura bíblica centrada en el Antiguo Testamento, simpatías populares por el despojo colonial de Palestina. Además, por supuesto, de restar poder a una institución de no controlan como es la iglesia católica (lo que han logrado en Argentina y Brasil) y de disolver la laicidad del Estado y del espacio público en el único país sudamericano que la había logrado de veras (caso de Uruguay).

Uno de los mejores textos que he leído en este blog mostraba como Netflix contribuye para destruir la antigua costumbre de ir al cine - que era y és todavía un espacio público, una instancia de sociabilidad, etc. Ahora bien: no es casualidad que esas iglesias se instalen muy frecuentemente en lo que alguna vez fueron cines. Netflix para la clase media y templos evangélicos para el pueblo, eso és lo que reemplaza al espacio público de los cines tras su demolición (de los cines y del espacio público). Un espacio que incluso alguna vez compartieron, ya que era - aunque imperfectamente - policlasista como todo ámbito verdaderamente público tiene que ser.

No dudo para nada que la serie - a la que no he visto - sea mala desde el punto de vista dramático. En verdad, no me gusta el formato de serie. Pero no porque "estigmatice" a dichas iglesias mostrándolas como lo que son. Ni lo religioso és intocable por religioso, ni lo popular resulta intocable por popular. Y menos cuando no se trata siquiera de una creación nacida de un pueblo, sino de un consumo popular de importación reciente.

Finalmente, comparar esas organizaciones y sus obispos a la Tupac Amaru y a Milagro Sala - que representan sus antítesis, aunque actúen junto al mismo sector social o principalmente por ello - es un disparate quizás casi tan grande como comparar a la obra del genio y gran maestro Atahualpa Yupanqui una estética abajo del lúmpen como la del tal L-Gante. Que también es adaptación local de una matriz importada (el "gangsta rap") y parte del mismo proyecto de devastación social en que ya no habrían cines, clubes deportivo-sociales, sindicatos ni cualquier otra instancia de organización y sociabilidad popular, y dicho sector social viviría atrapado entre el discurso de estricta moralidad religiosa de esas sectas y el exceso anómico de violencia, álcohol, drogas, etc., como si cada una de esas formas de alienación fuera la única alternativa a la otra.

Que tal proyecto se encuentre todavía en una etapa menos avanzada en Argentina que en otros países, no quiere decir que no exista. Después, a no quejarse.

Oscar Cuervo dijo...

Henrique:
la nota no es sobre las iglesias evangélicas sino sobre la serie El Reino, que funda su dramaturgia en un trazo grueso sobre las iglesias "evangélicas", como a lo largo del guión se encargan de remarcar los diálogos de distintos personajes, sin distinguir heterogeneidades. La propia guionista se defiende de una censura que nunca existió, ridiculizando a las iglesias evangélicas, desconociendo estudios hechos en Argentina sobre la diversidad de iglesias evangélicas, su presencia en cárceles y barrios populares y sus disputas con el catolicismo, como el libro La Religiosidad Popular de Pablo Semán, escrito en 2004. En cualquier caso, la visión que la serie ofrece sobre esa religiosidad (que yo no conozco) es de machiettas inverosímiles. Lo que trasunta es un profundo desprecio hacia la religiosidad popular, cualquiera sea, y refuerza los prejuicios que los crédulos consumidores de Netflix pueden acarrear de antemano. No es una serie teológica sino política y el pueblo es pintado como un hato de imbéciles manipulables. Eso es una de las consecuencias de ficcionalizar con referencias a eventos supuestamente reales con una concepción antipopular. Para colmo la serie promueve la imprecisión de asociar el proceso ocurrido en Brasil (los evangélicos apoyaron en su momento a Lula y en otro a Bolsonaro, así como ahora Lula vuelve a acercarse a ciertos sectores evangélicos) con Argentina, lo que hace su tesis política más estrafalaria. Hay 5 millones de evangélicos en Argentina pero no tienen una homoeneidad poítica, lo que hace que los partidos que intentaron fundarse desde una presunta identidad evangélica no tuvieran nunca relevancia política. Los evangélicos argentinos votan peronismo, radicalismo, macrismo u otros partidos, igual que los católicos. Pero el evangelismo en Argentina padece una doble estigmatización: la Iglesia Católica les teme porque los evangélicos les vienen sacando fieles en los sectores populares y la clase media semiilustrada los aborrece porque piensan que toda religiosidad es fanática y oscurantista. Esa es la matriz de toda estigmatización, sea dirigida a los musulmanes, los judíos, los evangélicos, los peronistas, los comunistas o los bolivianos (no menciono religiones sino estereotipos que maneja la clase media semiilustrada argentina).
Lo más notable es que plataformas como Netflix pueden operar sobre las conciencias de sus creyentes con mucha eficacia, haciéndoles consumir todo tipo de relatos con una ideología velada, a la vez que venden la ilusión de proporcionar un consumo cultural superior a las religiones. Yo creo que Este tipo de espectadores pagado de sí mismos y crédulo de la industria audiovisual es el verdadero opio de los pueblos del siglo xxi.

Oscar Cuervo dijo...

Por otra parte no hay ninguna comparación con la Tupac Amaru y Milagro Sala. Lo notable es que la autora de este esperpento pseudoilustrado es la esposa del autor del lawfare contra Milagro Sala. Es notable que a ella no se le ocurra que el régimen implantado en Jujuy con colaboración de su marido no es una hipótesis que pondría en riesgo la democracia argentina, como quiere advertirnos sobre el evangelismo según sus propias declaraciones periodísticas en las que se victimizaba por una censura que no existió, sino una realidad efectiva con la que convive en su lecho.

Oscar Cuervo dijo...

Sobre L-Gante hablamos en otro espacio, porque los temas se mezclan demasiado. En La otra tenemos el orgullo de haber detectado un fenómeno sociocultural que hoy es tema de agenda mundia. En La otra lo hicimos varios meses antes y todos nuestros lectores se enteraron de la existencia de L-Gante por nuestro posteo. L-Gante no es gansta rap y una vez más estás tomado por la estigmatización pequeñoburguesa.