ADVERTENCIA ALX LECTXR: Esto es un anticipo de lo que vendrá.
por Oscar Cuervo
La hermana de Nietzsche, Therese Elisabeth Alexandra Förster-Nietzsche (10 de julio de 1846 – 8 de noviembre de 1935), es la administradora de su legado ya desde el momento en que él enloquece, a principios de 1889, durante la década en que él sobrevive a su colapso (él muere en 1900) y hasta la muerte de ella. Al regresar de su fracasada incursión germanófila en tierras paraguayas, Elisabeth crea y dirige los Archivos Nietzsche en Weimar, que contienen una profusa cantidad de fragmentos póstumos y de cartas que ella se encargó de salvar del fuego, en algún momento en que él quería quemarlos. También a Elizabeth se le ocurre montar una escena bizarra con la instalación de su hermano, ya colapsado, en una habitación por la que desfilan notorios miembros de la aristocracia europea, para asistir al espectáculo del tipo hierático y absorto en su niebla mental.
El escritor Karl Böttcher describe su vista de diciembre de 1897 a la exposición a la que Elizabeth sometía a Nietzsche: "Al entrar en la amplia habitación, iluminada desde dos lados, la encuentro vacía. Pero no, allí en el rincón, en el sofá detrás mismo de la mesa, reposa en bata una figura algo encogida... Hundido, con los ojos apretados un tanto enfermizamente, pálido, reposando la mano sobre el pecho. La conversación con la hermana continúa en tono de susurro... Volvemos a la biblioteca... Tras algún tiempo entro otra vez en la sala de estar del enfermo. Ahora ha salido ya de su dulce sueño y está acurrucado en su silla junto a la ventana. La ancha espalda inclinada sobre un libro gordo en el que aparentemente lee, aunque lo sostiene en sus manos al revés... De vez en cuando balbucea algunas palabras como en un monólogo. 'En esta casa vivían muchas buenas personas' y más tarde 'He escrito muchas cosas bonitas'... Le dan un trocito de pan, que al parecer le gusta. 'Este es un hermoso libro' dice con seriedad. (Citado por Kurt Paul Janz en Friedrich Nietzsche. 4. Los años del hundimiento. 1889/ 1900, Alianza, p. 166).
Con una selección oportunista de los póstumos ella edita, ya muerto el hermano, las primeras ediciones de La voluntad de poder (1901 y 1906). Casada con el fanático antisemita Bernhard Förster, Elisabeth habilitará ese legado a los doctrinarios del nazismo, como Alfred Rosenberg, Alfred Bäumler y Ernst Krieck. Para construir un Nietzsche que respalde la doctrina nazi, deberá ocultar los fragmentos en los que él se refiere a la estupidez de los alemanes, se reivindica como descendiente de la nobleza polaca -filiación inventada o alucinada- o expresa su repulsión a los antisemitas.
Porque Nietzsche odiaba a los antisemitas, si bien a su manera peculiar:
"Envidia, resentimiento, rabia impotente como motivo director del instinto: la pretensión de los 'elegidos'; la perfecta mendacidad moral frente a sí mismo; esto es lo que tienen en la boca constantemente la virtud y las grandes palabras. E indiquemos como señal típica que ellos ni siquiera notan el hecho de que son semejantes hasta confundirse con lo detestado. Un antisemita es un envidioso, es decir, el judío más estúpido". (Obras completas en 15 volúmenes, edición a cargo de Colli y Montinari, vol 13, 81).
A los nazis les serán muy útiles algunos fragmentos inéditos conservados por su hermana, como este: "Se trata de ganar aquella enorme energía de la grandeza, a fin de que, mediante el cultivo de la especie -y, por otra parte, de la destrucción de millones de malogrados- se configure el hombre futuro, y no perezcamos por el sufrimiento que producimos, un sufrimiento de tal tamaño como no lo hubo con anterioridad".
Entre el enorme volumen de textos inéditos que hoy se consideran una parte fundamental de su filosofía hay esbozos extraordinarios, minados de ideas con las que Nietzsche hizo estallar la filosofía de los siglos xx y xxi, como si el tipo de los bigotazos y el ceño fruncido no hubiera cesado de escribir hasta hoy. Esta vida después de la muerte se la debemos agradecer a la abyecta Elizabeth: sin ella no tendríamos no solo al ilustre precursor del nazismo sino tampoco el insumo que alimenta la indetenida proliferación de comentarios, ahora que la filosofía ya no se sabe si sirve para otra cosa más que para sacar libros y papers. Los que ponen a Elizabeth como la mala de la película son un poco desagradecidos: ella les guardó la materia prima para manufacturar sus valores agregados. La voluntad de poder, volumen con variadas ediciones póstumas, no es, como se dice con rencor, un libro meramente apócrifo: ella eligió, omitió y decidió una arquitectura entre las varias posibles con las que su hermano se debatía indeciso antes del ataque en Turín de 1889. Decir que es apócrifo habilita a sugerir engañosamente que Nietzsche no escribió esos textos.
Lo que ella hizo es una compilación de fragmentos elegidos entre cientos de cuadernos, igual que las sucesivas ediciones de póstumos que se siguen publicando, solo que más sesgada y mucho más incompleta. Si se recusa la edición que Elizabeth hizo hace más de un siglo de La voluntad de poder porque no es un libro que Friedrich haya terminado y decidido publicar, lo mismo deberíamos hacer con todas las ediciones posteriores de inéditos, incluso con los tomos de las exhaustivas "obras completas" que hoy se citan con aire de autoridad. ¡Tampoco son libros de Nietzsche! Con idéntico criterio, la Metafísica de Aristóteles sería un libro apócrifo, así como también casi toda la obra de Kafka y el Museo de la novela de la Eterna de Macedonio, editado por su hijo tras sesiones espiritistas. De Wittgenstein, solo el Tractatus no sería apócrifo. Y de los presocráticos no quedaría nada. Menos todavía de todas las doctrinas atribuidas a Sócrates, de cuyos libros se conoce a un solo lector.
Elizabeth era odiada y amada por Nietzsche y solo en los meses finales, cuando él estaba muy mal con todo y con todos, también consigo mismo, se decidió a romper definitivamente con ella: él ya había publicado toda su bibliografía oficial (es decir: los que decidió editar como libros). El resto lo conocemos por ella, por repugnante que nos resulten los manejos que hizo de su hermano cuando lo tomó a su cargo sin que él pudiera decidir ya nada. Como todo en el universo nietzsheano, Elizabeth tiene un perfume ambivalente, entre exquisito y putrefacto.
[Habrá más]
El escritor Karl Böttcher describe su vista de diciembre de 1897 a la exposición a la que Elizabeth sometía a Nietzsche: "Al entrar en la amplia habitación, iluminada desde dos lados, la encuentro vacía. Pero no, allí en el rincón, en el sofá detrás mismo de la mesa, reposa en bata una figura algo encogida... Hundido, con los ojos apretados un tanto enfermizamente, pálido, reposando la mano sobre el pecho. La conversación con la hermana continúa en tono de susurro... Volvemos a la biblioteca... Tras algún tiempo entro otra vez en la sala de estar del enfermo. Ahora ha salido ya de su dulce sueño y está acurrucado en su silla junto a la ventana. La ancha espalda inclinada sobre un libro gordo en el que aparentemente lee, aunque lo sostiene en sus manos al revés... De vez en cuando balbucea algunas palabras como en un monólogo. 'En esta casa vivían muchas buenas personas' y más tarde 'He escrito muchas cosas bonitas'... Le dan un trocito de pan, que al parecer le gusta. 'Este es un hermoso libro' dice con seriedad. (Citado por Kurt Paul Janz en Friedrich Nietzsche. 4. Los años del hundimiento. 1889/ 1900, Alianza, p. 166).
Con una selección oportunista de los póstumos ella edita, ya muerto el hermano, las primeras ediciones de La voluntad de poder (1901 y 1906). Casada con el fanático antisemita Bernhard Förster, Elisabeth habilitará ese legado a los doctrinarios del nazismo, como Alfred Rosenberg, Alfred Bäumler y Ernst Krieck. Para construir un Nietzsche que respalde la doctrina nazi, deberá ocultar los fragmentos en los que él se refiere a la estupidez de los alemanes, se reivindica como descendiente de la nobleza polaca -filiación inventada o alucinada- o expresa su repulsión a los antisemitas.
Porque Nietzsche odiaba a los antisemitas, si bien a su manera peculiar:
"Envidia, resentimiento, rabia impotente como motivo director del instinto: la pretensión de los 'elegidos'; la perfecta mendacidad moral frente a sí mismo; esto es lo que tienen en la boca constantemente la virtud y las grandes palabras. E indiquemos como señal típica que ellos ni siquiera notan el hecho de que son semejantes hasta confundirse con lo detestado. Un antisemita es un envidioso, es decir, el judío más estúpido". (Obras completas en 15 volúmenes, edición a cargo de Colli y Montinari, vol 13, 81).
A los nazis les serán muy útiles algunos fragmentos inéditos conservados por su hermana, como este: "Se trata de ganar aquella enorme energía de la grandeza, a fin de que, mediante el cultivo de la especie -y, por otra parte, de la destrucción de millones de malogrados- se configure el hombre futuro, y no perezcamos por el sufrimiento que producimos, un sufrimiento de tal tamaño como no lo hubo con anterioridad".
Entre el enorme volumen de textos inéditos que hoy se consideran una parte fundamental de su filosofía hay esbozos extraordinarios, minados de ideas con las que Nietzsche hizo estallar la filosofía de los siglos xx y xxi, como si el tipo de los bigotazos y el ceño fruncido no hubiera cesado de escribir hasta hoy. Esta vida después de la muerte se la debemos agradecer a la abyecta Elizabeth: sin ella no tendríamos no solo al ilustre precursor del nazismo sino tampoco el insumo que alimenta la indetenida proliferación de comentarios, ahora que la filosofía ya no se sabe si sirve para otra cosa más que para sacar libros y papers. Los que ponen a Elizabeth como la mala de la película son un poco desagradecidos: ella les guardó la materia prima para manufacturar sus valores agregados. La voluntad de poder, volumen con variadas ediciones póstumas, no es, como se dice con rencor, un libro meramente apócrifo: ella eligió, omitió y decidió una arquitectura entre las varias posibles con las que su hermano se debatía indeciso antes del ataque en Turín de 1889. Decir que es apócrifo habilita a sugerir engañosamente que Nietzsche no escribió esos textos.
Lo que ella hizo es una compilación de fragmentos elegidos entre cientos de cuadernos, igual que las sucesivas ediciones de póstumos que se siguen publicando, solo que más sesgada y mucho más incompleta. Si se recusa la edición que Elizabeth hizo hace más de un siglo de La voluntad de poder porque no es un libro que Friedrich haya terminado y decidido publicar, lo mismo deberíamos hacer con todas las ediciones posteriores de inéditos, incluso con los tomos de las exhaustivas "obras completas" que hoy se citan con aire de autoridad. ¡Tampoco son libros de Nietzsche! Con idéntico criterio, la Metafísica de Aristóteles sería un libro apócrifo, así como también casi toda la obra de Kafka y el Museo de la novela de la Eterna de Macedonio, editado por su hijo tras sesiones espiritistas. De Wittgenstein, solo el Tractatus no sería apócrifo. Y de los presocráticos no quedaría nada. Menos todavía de todas las doctrinas atribuidas a Sócrates, de cuyos libros se conoce a un solo lector.
Elizabeth era odiada y amada por Nietzsche y solo en los meses finales, cuando él estaba muy mal con todo y con todos, también consigo mismo, se decidió a romper definitivamente con ella: él ya había publicado toda su bibliografía oficial (es decir: los que decidió editar como libros). El resto lo conocemos por ella, por repugnante que nos resulten los manejos que hizo de su hermano cuando lo tomó a su cargo sin que él pudiera decidir ya nada. Como todo en el universo nietzsheano, Elizabeth tiene un perfume ambivalente, entre exquisito y putrefacto.
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