El título dice lo fundamental. La suba del mínimo no imponible del Impuesto a los Ingresos Altos era una reivindicación atendible que hace 4 años hablaba a la vez de un movimiento obrero con capacidad de defensa de un piso de bienestar -aunque, a la vez, despreocupado por el tercio de los trabajadores informales que la CGT durante estos años no quiso representar-. Combativos para defender los ingresos de los asalariados que estaban en situación de privilegio frente a otros trabajadores nucleados en la CTA y en organizaciones sociales a las que los gordos jerarcas se negaron a incluir en su representación. Una CGT combativa frente a un gobierno acosado por las fuerzas del poder financiero trasnacional que quería provocar una desestabilización que permitiera el ajuste salvaje que ese mismo poder impuso en otros países. La crisis de gobernabilidad y el ajuste no llegaron durante el gobierno de Cristina, a pesar de lo poco que hicieron los burócratas sindicales para proteger ese piso de bienestar que el gobierno kirchnerista aseguraba, a partir del cual se podía avanzar.
Implacables con un gobierno que desde 2004 había recuperado las paritarias, universalizado las jubilaciones, preservado el poder de compra de los salarios, protegido el empleo, resistido el ajuste, que se negaba a reprimir la protesta social pese a las presiones del establishment y la campaña fascista de los medios, estos mismos gordos se muestran unos miserables cagones cuanco caza la manija un gobierno hambreador, persecutorio, que castiga a los jubilados, opera para bajar año a año el poder adquisitivo del salario, mantiene a raya a fuerza de carpetazos a los burócratas y castiga con la cárcel a los luchadores populares combativos.
Este Triunvigato será recordado como la representación sindical más cagona de la historia. Los que se achicaron contra el gobierno que vino a retrotraer los derechos sociales de los trabajadores a un estado preperonista. ¿Cómo pueden dormir Daer, Schmid y Acuña, si saben bien, machotes frente a Cristina, que no hubo día del régimen macrista que no hayan ahondado su claudicación? ¿Qué culpa sienten por el lugar vergonzante que van a ocupar en la memoria popular, como posibilitadores del saqueo, cobardes ante el poder real?
2017 es el año en el que el nivel de las paritarias homologadas por el Ministerio de Trabajo retrocedió 10 años. Las paritarias son un instituto de defensa de los derechos laborales que cada año discute los pisos de los aumentos salariales pero también protege la calidad del empleo, vela por la consolidación de los derechos laborales, pone a la clase obrera como un colectivo en posición de fuerza frente a la prepotencia de los ricos. Es sabido, porque ellos mismos se encargaron de decirlo, que los sectores hoy dominantes en Argentina desprecian y cuando puedan van a abolir las paritarias. Lo están haciendo de manera gradual, a medida que los sindicalistas traidores renuncian a defender los intereses de sus representados para entregarlos a sus patrones.
La negociación colectiva se restableció en 2004 en el gobierno de Néstor Kirchner, luego de años de neoliberalismo. Cada año se actualizan los convenios colectivos de trabajo, lo que, como quedó dicho, no incluye solo la defensa del salario pero lo contiene como un elemento fundamental en la puja distributiva del sistema capitalista. Desde 2004 hasta 2010 los convenios homologados por el Ministerio de Trabajo crecieron constantemente. En ese año se llegaron a las 2000 homologaciones. Desde entonces, el nivel se estabilizó. Se registraron bajas no muy drásticas en años de estancamiento como 2012 y 2013, se recuperaron en 2014, para empezar a descender con el régimen macrista. En 2016, la gestión Triaca no llegó a homologar 1700 convenios, pero en 2017 la curva bajó de manera abrupta, hundiéndose hasta los niveles de 10 años atrás, pero ahora con tendencia declinante (mientras en 2007 el impulso era progresivo). Solo se homologaron 1042 paritarias: la mitad que en el promedio 2010-2015.
¿Cómo hizo el macrismo para lograr esta brutal regresión en los derechos de los trabajadores? Mediante una serie de procedimientos combinados: mecanismos selectivos de no homologación de acuerdos para disciplinar organizaciones gremiales combativas (por ejemplo en el caso del gremio de aceitero); se congelaron negociaciones salariales (con los Visitadores Médicos como caso testigo); se pusieron obstáculos a los acuerdos de los gremios pequeños que compiten con los gordos; el gobierno también deslindó responsabilidades respecto a los acuerdos por empresa.
A pesar de este tangible retroceso en la capacidad de los trabajadores para defender sus intereses y a la ofensiva deliberada del régimen para lograr este retroceso, las cúpulas gremiales no mostraron los dientes: más bien se postraron ante los patrones. Ya no exigen el mínimo no imponible, ahora colaboran con la gobernabilidad del ajuste permanente. Este deterioro de los trabajadores formales derrama sus perjuicios sobre los informales, cuyas perspectivas de bonanza dependen dramáticamente de los sindicalizados, que son los que requieren las changas y otros servicios que los informales pueden ofrecer.
Es previsible que cuando este proyecto colapse (porque tarde o temprano lo hará) se llevará puestos a estos burócratas chupasangre, corresponsables de la explotación.
La ortodoxia peronista pretende imponer una especie de tabú mediante el cual hay que ser "orgánico" y solo pueden discutirse las gestiones de los representantes sindicales puertas adentro de los gremios, como si se tratara de una corporación autónoma cuyo desempeño no incide en las relaciones de fuerza del conjunto social. Como si la CGT no tuviera como objetivo la representación política de todos los trabajadores, cualquiera sea el tamaño y poder de negociación de sus gremios. Si la CGT no defiende a los más débiles entre los débiles -los gremios chicos, los trabajadores jubilados y pensionados, los no sindicalizados- ¿para qué mierda sirve?
Así que la defensa ortodoxa de la "organicidad" para discutir a los jerarcas es otra manera de hacerse cómplice de la entrega. Si la CGT claudica, como lo viene haciendo con descaro desde hace dos años, el proyecto político de opresión popular afianza su fuerza regresiva.
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