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lunes, 12 de agosto de 2019

Caricia significativa

El último de la noche, el primero de la mañana: La otra.-radio, para escuchar clickeando acá


Con el diario del lunes es fácil, ¿no? Pero hace apenas 24 horas ¿quién sabía que iba a pasar lo que pasó? 

Cierto, lo que pasó era racionalmente previsible. ¿Qué proyecto político puede obtener la aprobación de un pueblo al que castiga, humilla, engaña y cuya inteligencia desprecia? Lo que se propuso el macrismo es algo imposible por irracional. Sin embargo, en estos años estuvimos a punto de acostumbrarnos a lo inconcebible. Un formidable aparato de propaganda nos sometió a un tratamiento sistemático de manipulación, extorsión moral, amedrentamiento y estigmatización. Llegamos a creer que la verdad podía ser sustituida enteramente por la mentira.

Y este domingo sucedió lo racional: el pueblo usó las urnas para hacer saber que este régimen ofensivo no se banca más. Nos reconectamos con una persistencia histórica que no se modela a fuerza de bots, trols y big data. Algo de la política clásica persiste en este siglo fulero.

El rugido de las urnas fue de tal contundencia que unas PASO en las que no se decidió ningún cargo electivo alteró el paisaje político de una manera que parece irremontable. Así es como el pueblo argentino suele dar a conocer sus determinaciones. Se hace entender con claridad cuando decide dar por terminada una etapa. El régimen había preparado el terreno para "perder por poco" y alimentar el mito de que era una máquina electoral imbatible que ganaba arrancando de atrás. Bueno, no. Chau, gato.

Este acontecimiento será en estos días profusamente interpretado hasta en sus detalles microscópicos. Será inevitable ahora caer en lugares comunes al analizar la situación. Un ejercicio más divertido es revisar las columnas de análisis políticos de los grandes medios hasta el sábado pasado. Por su cercanía rápidamente caduca es un regocijo escuchar al analista Carlos Pagni, estrella y modelo del periodismo millenial de estos años atroces. Esto decía Pagni anoche, pocos minutos antes de que la debacle se manifestara en toda su dimensión.



Solo quiero resaltar dos cosas.

El más que probable final del macrismo es también la reposición del movimiento nacional y popular al que cada uno le puede poner hoy el nombre que prefiera: peronismo, kirchnerismo, albertismo, populismo, cristinismo, etc. 


¿Qué día empezó a delinearse esto que hoy es evidente? El día de la escarapela. El sábado 18 de mayo a la mañana el país se despertó con el mensaje de Cristina declarando su intención de integrar como precandidata a vicepresidenta una fórmula encabezada por Alberto Fernández. Cristina resolvió en una sola movida un desafío complejo, imprevisible hasta un minuto antes. Los derrotados son muchos y no voy a hacer esa lista ahora. Alberto Fernández empezó a ser, a partir de entonces, el hombre señalado. Seguramente el que reunía los mejores atributos para lograr la unidad de la oposición (peronismo + kirchnerismo + progresismo).

El otro fenómeno político de este momento es el triunfo de Axel Kicillof contra de la flor más resguardada del régimen, María Eugenia Vidal. Kicillof es un dirigente atípico para el territorio políticamente más denso de la Argentina, la provincia de Buenos Aires. Cuando hace apenas unos meses empezó a sonar su nombre como candidato a gobernador, fueron muuuchos los que, incluso con años de peronismo, fruncieron la nariz. Kicillof es el primer dirigente postkirchnerista. Jove ex-ministro de economía de un gobierno vapuleado por el establishment financiero nacional e internacional, terminó derrotando políticamente a la que se suponía que era el cuadro más popular de la derecha. Kicillof también prevaleció dentro del legendario aparato territorial del peronismo bonaerense, conquistándolo palmo a palmo, a fuerza de carisma, inteligencia y serenidad. Kicillof es el ministro de Cristina que Néstor no conoció y, a partir de ahora, uno de los jugadores más importantes de la política argentina.


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