viernes, 11 de julio de 2008

La Otra 18: Felisberto Hernández


Por Augusto Munaro (la nota completa en La Otra 18)

Desde la publicación de los primeros cuatro títulos de Felisberto Hernández -aparecidos en modestas ediciones diseminadas en diversas ciudades del Uruguay: Fulano de tal (Montevideo, 1925), Libro sin tapas (Rocha, 1929), La cara de Ana (Mercedes, 1930), y La envenenada (Florida,1931)- ya se manifiestan algunos de sus rasgos característicos. Este período de iniciación revela su tendencia a las divagaciones metafísicas escritas en un lenguaje coloquial. Son narraciones breves, con frecuencia irónicas, que componía mientras se ganaba la vida ofreciendo giras en pueblos humildes, tocando el piano ante un grupo siempre reducido de personas.
Por entonces nace su “visión parcializada de la realidad”, la insólita presencia de los objetos en sus composiciones. Cada objeto que describe –sea una silla, un balcón, o un cigarrillo- tiene una individualidad propia y las partes integrantes de un conjunto adquieren vida independiente. Los ejemplos son muchos y permiten que un balcón se suicide al sentirse víctima de una infidelidad en “El balcón”, o que un vestido parezca cobrar los tics de su dueña en “El vestido blanco”.


El vestido blanco

I

Yo estaba del lado de afuera del balcón. Del lado de adentro, estaban abiertas las dos hojas de la ventana y coincidían muy enfrente una de otra. Marisa estaba parada con la espalda casi tocando una de las hojas. Pero quedó poco en esta posición porque la llamaron de adentro. Al Marisa salirse, no sentí el vacío de ella en la ventana. Al contrario. Sentí como que las hojas se habían estado mirando frente a frente y que ella había estado de más. Ella había interrumpido ese espacio simétrico lleno de una cosa fija que resultaba de mirarse las dos hojas.

II

Al poco tiempo yo ya había descubierto lo más importante, lo más primordial y casi lo único en el sentido de las dos hojas: las posiciones, el placer de posiciones determinadas y el dolor de violarlas. Las posiciones de placer eran solamente dos: cuando las hojas estaban enfrentadas simétricamente y se miraban fijo, y cuando estaban totalmente cerradas y estaban juntas. Si algunas veces Marisa echaba las hojas para atrás y pasaba el límite de enfrentarse, yo no podía dejar de tener los músculos en tensión. En ese momento creía contribuir con mi fuerza a que se cerraran lo suficiente hasta quedar en una de las posiciones de placer: una frente a la otra. De lo contrario me parecía que con el tiempo se les sumaría un odio silencioso y fijo del cual nuestra conciencia no sospechaba el resultado.

III

Los momentos más terribles y violadores de una de las posiciones de placer, ocurrían algunas noches al despedirnos. Ella amagaba a cerrar las ventanas y nunca terminaba de cerrarlas. Ignoraba esa violenta necesidad física que tenían las ventanas de estar juntas ya, pronto, cuanto antes. En el espacio oscuro que aún quedaba entre las hojas, calzaba justo la cabeza de Marisa. En la cara había una cosa inconsciente e ingenua que sonreía en la demora de despedirse. Y eso no sabía nada de esa otra cosa dura y amenazantemente imprecisa que había en la demora de cerrarse.

IV

Una noche estaba contentísimo porque entré a visitar a Marisa. Ella me invitó a ir al balcón. Pero tuvimos que pasar por el espacio de esos lacayos de ventanas. Y no se sabía qué pensar de esa insistente etiqueta escuálida. Parecía que pensarían algo antes de nosotros pasar y algo después de pasar. Pasamos. Al rato de estar conversando y que se me había distraído el asunto de las ventanas, sentí que me tocaban en la espalda muy despacito y como si me quisieran hipnotizar. Y al darme vuelta me encontré con las ventanas en la cara. Sentí que nos habían sepultado entre el balcón y ellas. Pensé en saltar el balcón y sacar a Marisa de allí.

V

Una mañana estaba contentísimo porque nos habíamos casado. Pero cuando Marisa fue a abrir un roperito de dos hojas sentí el mismo problema de las ventanas, de la abertura que sobraba. Una noche Marisa estaba fuera de casa. Fui a sacar algo del roperito y en el momento de abrirlo me sentí horriblemente actor en el asunto de las hojas. Pero lo abrí. Sin querer me quedé quieto un rato. La cabeza también se me quedó quieta igual que las cosas que habían en el ropero, y que un vestido blanco de Marisa que parecía Marisa sin cabeza, ni brazos, ni piernas.
(Obras Completas, Tomo I, 78-79)

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenísimo!! La manera original de mirar un vestido, las hojas de la ventana...indudablemente poético.(hay otro mundo, y está en éste, como decía Eluard)
F. Hernández, un capo!

Anónimo dijo...

Felisberto- desde 1967 en que encontré sus libros de la editorial Arca , en una feria del libro en Montevideo- pasó a ser uno de mis ídolos. Ahora se han editado sus obras completas, no hay problemas para leerlo. Es delicioso y adoraba los detalles sobre los cuales se explayaba logrando un resultado de una gracia infinita. Fué- admás de concertista de piano- acomodador de teatro, tema sobre el cual tiene un cuento que se va enrareciendo de a poco y es magnífico.
Pero lo que más me gustó de el fue : POR LOS TIEMPOS DE CLEMENTE COLLING", donde la descripción de ése personaje y de sus parientas ´las exquisitas "longevas" alcanza picos muy altos. Divinas las longevas que eran las tías de Clemente, su profesor de piano.
marthaChau liliana

meridiana dijo...

gracias por este texto de F. Hernández, como Macedonio, uno se impresiona con estos escritores únicos.
quien mejor lo dice es Cortázar:
«Y hablando de faltas —le dice Cortázar—, si por un lado me duele que no nos hayamos conocido, más me duele que no encontraras nunca a Macedonio [Fernández] y a José Lezama Lima, porque los dos hubieran respondido a ese signo paralelo que nos une por encima de cualquier cosa. Macedonio capaz de aprehender tu búsqueda de un yo que nunca aceptaste asimilar a tu pensamiento o a tu cuerpo, que buscaste desesperadamente y que el Diario de un sinvergüenza acorrala y hostiga, y Lezama Lima entrando en la materia de la realidad con esas jabalinas de poesía que descosifican las cosas para hacerlas acceder a un terreno donde lo mental y lo sensual cesan de ser siniestros mediadores»

entre esas coordenadas habita su escritura, huidiza, imposible, libre.

saludos

Lilián

Anónimo dijo...

Gracias, Martha, por los datos que aportás. Por supuesto, voy a tratar de conseguir las Obras Completas.

¿De qué texto de Cortázar es esa cita, Lilián?

Saludos

4cigarrasyunamantisreligiosa dijo...

Excelente.

meridiana dijo...

Lili, el texto es de:
"Carta en mano propia", Felisberto Hernández: Novelas y cuentos, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1985,

saludos

Lilián