Sieranevada, la película del rumano Cristi Puiu, está pasando con más pena que gloria por las carteleras porteñas. A 10 días de su estreno su camino parece agotarse en poco tiempo, sin haber sido saludada como el acontecimiento artístico que es. La distribuidora que la trajo muestra un acto de arrojo loable para una empresa destinada al fracaso comercial. Quizás algo falla en la comunicación de la joya que se tiene entre manos, quizás el esfuerzo económico de haberla traído debería acompañarse con estrategias de difusión innovadoras que le hagan justicia a la película y a la decisión de estrenarla. Pero a los últimos que podríamos reprocharles algo es a quienes hicieron posible su estreno. Lo cierto es que en pocas funciones la película se ofrece en cines semivacíos y unos cuantos de los que se animaron a ir la abandonan sin ser capaces de meterse en la felicidad genuina que la película proporciona.
Estoy hablando de una de las grandes películas de la década, para la que en Buenos Aires no parece haber un público a su altura. ¿Exige Puiu una destreza especial en la decodificación de signos y referencias intertextuales? No. ¿Apuesta por una cinefilia dura que somete al espectador a un experimento cruel? Menos que menos.
Sieranevada conecta con una contemporaneidad que estoy seguro que comparten muchos de los que van a verla y se levantan por la mitad sin pensarla, o por los que pasan distraídos por la puerta hablando de la última ingeniosidad de Netflix o de los millones recaudados por el tanque a punto de invadirnos con 359 copias simultáneas.
Quizás la película de Puiu hable de nuestro desamparo de época tanto como la respuesta atolondrada con que (no) se la recibe.
Es una película que orquesta con precisión asombrosa a muchos personajes (extraordinarios actores) en espacios reducidos, con una exposición temporal rigurosamente lineal, sin ingenio ni trucos de marketing, con un uso exacto del fuera de campo, de los subtextos, de los silencios significantes, de la observación fina de nuestra micropolítica, con una coordinación exacta de los movimientos de cámara y de cada pequeño gesto hasta de los personajes más laterales.
El ritmo sostenido en planos secuencia que fluyen con una suave tensión que no decae en sus 3 horas, la organización espacial de la mirada en escorzo, el dramatismo lateral, la comicidad del absurdo percibido en la estructura del mundo, esa vía muerta de la historia rumana-europea-global, esa amplitud de miras que jamás ensaya el menor atisbo de moralismo hacia algún personaje, la empatía recatada hasta con las posiciones más enconadas, las reacciones inteligentes de quienes parecerían no serlo, la aparente contingencia de una obra controlada hasta en los más mínimos detalles, hacen de Sieranevada un acontecimiento de enorme potencia política y añorada ambición estética.
Que el público porteño la esté dejando pasar como si nada, habla de varias cosas, entre ellas del estado degradado de nuestra exhibición cinematográfica, que cuando aparece una gema como esta no es capaz de detectarla, del adocenamiento del público pochoclero y también del público cinéfilo espasmódico, que no sabe registrar lo excepcional cuando aparece, de los críticos que llegamos tarde a dar las pistas.
Creo que nos habla también con cierta tristeza de la incapacidad de la cinematografía argentina (lo que involucra a cineastas, críticos, público) para producir al menos UNA mirada de la contemporaneidad tan franca y tan fina como la que logra Puiu con elementos puramente creativos, sin millones, injertos de coproducción ni guiños a la demanda de festivales, solo con su confianza en la necesidad de su mirada. Si la historia argentina actual acumula tantos nudos de miserabilidad y cinismo, de tensión dramática y cómica, si nuestras vidas se ven sacudidas por el desconcierto y la mentira fallida, ¿ por que en años no se ha producido una sola película que pudiera dialogar con Sieranevada? ¿Por qué a la cinematografía argentina algo así le queda tan lejos?
No creo que Sieranevada sea exigente con el público, en cambio, me parece que el público se vuelve indulgente y conformista consigo mismo - incluso gran parte del público "advertido"- , que como comunidad “cinéfila” hemos perdido la brújula y nos atiborramos de datos irrelevantes y debates caducos.
Esta es también una invitación a ver Sieranevada antes de que caiga de cartel, no es solo una puteada contra nuestra boludez imperante, es una llamada hacia la felicidad del arte.
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