Desconozco el valor del premio literario que le han dado a Catherine Millot por su libro La vida con Lacan, un compendio de anécdotas de la vida con quien fue su analista y su amante, que no posee mayor mérito narrativo. El libro convoca nuestra curiosidad por esas anécdotas que muestran a Catherine Millot como geisha de Lacan durante algunos años de su juventud, y nos muestra su posición femenina frente al amo dominante. No se trata de juzgar la vida privada de Millot, pero cuando se hace pública, alguna palabra se puede decir, al menos sobre lo que ella nos narra. La Catherine Millot que se muestra está lejos de un modelo femenino de los tiempos actuales. En su relato no aparece ninguna crítica o algún malestar en relación con su posición subordinada al deseo de un anciano Lacan. Es cierto, nos muestra algo de la satisfacción que obtuvo de ello. El único momento que muestra un acto de insubordinación es cuando Lacan le pide nuevamente compartir un viaje con su otra amante, y lo rechaza por los celos que le procuraba. Es decir, el padecimiento estaba en relación a perder el lugar de favorita del patriarca, más que a una rebeldía hacia Lacan. Un libro publicado en 2016, con el movimiento de mujeres que arrecian por todos lados, parece ignorar estas coordenadas epocales, que bañan con una diversa luz la relación entre una joven mujer y un hombre prestigioso y anciano. Pero puede servir para, desde las militancias feministas, interrogarse sobre el goce femenino de ser la elegida del amo.
Su lectura, muy rápida, por cierto, me recordó mis reflexiones a propósito de Artemisia, pintora italiana del siglo XVII. En ese trabajo yo analizaba cómo, a partir de movimientos feministas y de denuncias de acoso sexual, las mujeres teníamos la posibilidad “de construir una diferente versión de esa escena habitual donde el poder fascina” [1] . Porque sigo pensando que una ganancia clara de estas nuevas posiciones de las mujeres es no sólo la de denunciar lo que han sufrido y hacer oír su voz. Se trata de autorizarnos a “responder de otra manera que como seducidas o fascinadas. Se están escribiendo otras maneras de leer el propio drama. En algunos casos se trata de una nueva mirada a una misma escena. Casi todas las mujeres podríamos confesar situaciones que vivimos en un ámbito donde alguien usufructuaba de un lugar transferencial de poder y donde nuestra fascinación nos impedía entender y/o reaccionar frente a lo que sucedía” [2]. Nos habría gustado que Catherine Millot hubiera escrito un apéndice acerca de sus reflexiones actuales sobre lo vivido con Lacan. No es su obligación, por cierto. Pero expresar cómo se inscribió esa experiencia con un hombre prestigioso y poderoso al que siguió en todos sus deseos como si fueran propios, desde una reflexión actual, hubiera sido interesante.
Como hemos dicho: “La seducción proviene de ciertos lugares simbólicos que fascinan. Una fragilidad de las mujeres, pero una fragilidad compartida por todos los seres humanos frente al otro que ocupa un lugar de prestigio, de poder. El amo, el padre, el maestro, el analista son lugares que pueden llegar a vampirizar esa materia llamada transferencia. Se trata del lugar simbólico que ocupa cada quien en la jerarquía de las relaciones humanas. Los efectos que resultan de la investidura, como muestra Lacan, transforman a aquel que pasa de un cargo inferior a uno más elevado, pero no se trata de capacidades sino de investidura. Son lugares de cierta calificación simbólica a cuyos efectos imaginarios hombres y mujeres sucumben”. Mi mención a lo que señala Lacan en el Seminario 1 nos interroga. ¿Cuáles son las consecuencias que el psicoanálisis puede tener sobre un sujeto si sus presupuestos teóricos no se ponen a jugar en el dispositivo analítico?
Al final del libro, Catherine narra su estatuto de analizante de Lacan después de habernos contado sus vicisitudes como acompañante y amante. Sólo avanzada la relación con Lacan, cuando aparece la pregunta por la maternidad, su análisis parece propiciar el poder soltarse de esa relación. Imagino, porque desconozco, que habrá habido polémicas y discusiones a propósito de este libro. La única que me interesa después de haberlo leído es la de interrogarnos las mujeres si esta movida en la que estamos comprometidas puede llegar a sostener un cambio de posición respecto de los lugares de poder, que generalmente son ocupados por hombres, esos lugares que fascinan, seducen y por los que nos quieren fascinadas y seducidas.
“Reconocer en la mujer su fascinación no es sino ubicar las coordenadas que llevan a que haya un sujeto del lado de la mujer que puede llegar a ser acosada. […] Hay otras situaciones en las cuales una mujer se puede encontrar en estado de vulnerabilidad por su mismo carácter deseante” [3].
Podría tomarse el libro de Millot como una delación de la omnipotencia y voluntad de dominio de Lacan, pero nos muestra más bien que hay allí una mujer “libre” que acepta ocupar voluntariamente el lugar de acompañante súbdita. Para nuestra tarea actual “no sólo se trata de desnaturalizar los gestos aprendidos y encontrarles un lugar diferente en la narración de nuestra historia y de la historia de las mujeres” [4]. Porque además de pretender que se deconstruyan los sujetos masculinos en sus modos machistas de conducirse, también las mujeres debemos deconstruir un modo de ser que nos quiere fascinadas. Debemos denunciar el maltrato del poderoso, pero también deconstruirnos en nuestra fascinación por los lugares masculinos de poder. ¿Será posible?
NOTAS
[1] Ferrari, Lidia. Decir de mujeres. Escritos entre psicoanálisis, política y feminismo. Buenos Aires, Letra Viva, 2019. Pag. 22-
[2] Ibidem. Pag. 23.
[3] Ibidem. Pag. 23.
[4] Ibidem. Pag. 26.