todos estamos igual

lunes, 5 de mayo de 2008

Diez notas sobre el Mayo francés de Alan Pauls

Por José Miccio
I

“Porque ¿con qué otra puta época del Siglo de lo Real podemos decir lo que decimos del ’68: que tenemos con ella una relación de alegría?”. Con esta pregunta concluye Alan Pauls su contribución de cuatro columnas al cuadragésimo aniversario del Mayo francés. “La relación cero y la alegría” es su título; el suplemento Radar del último domingo su lugar de publicación. Se trata, aquella, de una pregunta elegante, como elegantes son siempre los textos de Pauls, incluso (sobre todo) esos, curiosísimos, que dice como presentación de las películas que Primer Plano proyecta en I-sat y que más que dichos parecen leídos, tan exquisita es su sintaxis, tan precisos sus juegos retóricos. Allí están, en la cita, esas mayúsculas lacanianas para referir un siglo entero y esas cursivas finales de espíritu carnavalizador. Y sobre todo está allí la huella léxica de la historia que Pauls celebra: la palabra puta como signo de un compromiso máximo, político y existencial, con el tema del que habla. A decir verdad, es esa palabra, que carece de una tipografía que le otorgue relieve, la que, sin embargo, está marcada. Porque Pauls no gusta de esas rupturas estilísticas tan evidentes (y por lo tanto tan poco elegantes); en otras palabras: Pauls no escribe puta sino cuando escribir puta es, digámoslo así, necesario. En ese sentido hay en su texto algo subrayado; y eso, claro, no atañe a la educada estética que Pauls practica con tan buenos resultados y que ha legado a nuestros ensayos y a nuestras conversaciones ese adjetivo que lleva consigo el máximo de los elogios: sutil. Por esta razón, ese final no termina el texto sin devolverlo a su comienzo y a sus zonas intermedias, nunca de manera sencilla, nunca por una calle de dirección única. Y está bien que así sea; porque Pauls es, como sus modelos intelectuales, un hombre del texto: nunca un écrivant; siempre un écrivain.

II

¿Y cómo empieza Pauls su ensayo? Así, con una clasificación de las reacciones que Mayo del ’68 ha provocado:

“1) ‘Mayo del ’68 es responsable de todos los males que vivimos hoy: falta de autoridad, relativismo absoluto, crisis de valores’;
2) ‘Mayo del ’68 es responsable de todas las conquistas de las que puede jactarse el presente: pluralismo, derechos de las minorías, laicismo, antiautoritarismo’;
3) ‘Mayo del ’68 tuvo cosas geniales y cosas estúpidas’”.

Pauls volverá a hacer uso de sus irónicas prosopopeyas cuando presente al personaje sobre el que arreciarán sus broncas: el cliente de la Historia. Por ahora se contenta con establecer un escenario: el de los cuarenta años que han pasado desde Mayo. Lo hace, dice, grosso modo. Entonces tenemos tres reacciones y sus respectivos tipos ideológicos: el ofendido, el celebrante y el mesurado. ¿En cuál se inscribe Pauls? En la segunda, arriesgamos. Pero no. Estamos frente a un fenómeno conocido: el del humano que clasifica humanos y se mantiene, sin embargo, fuera de todas sus categorías. Se trata de un escándalo lógico: o bien la clasificación no sirve o bien quien la realiza no es humano. Pero no hay por qué llevar las cosas a este lugar: Pauls no escribe un tratado sino un ensayo que habrá de publicarse en un periódico; su interés no es lógico sino ideológico; su medida no es la adecuación sino la persuasión. En ese sentido, lo que dice es otra cosa: dice su bronca sin por ello ser el ofendido; su alegría sin por ello ser el celebrante; su razón sin por ello ser el mesurado.

III

El problema está justamente en esto último, es decir, en su razón (en su trama argumentativa, quiero decir). Sus tres reacciones típicas son deliberadamente arbitrarias y su objetivo es, creo, provocar irritación. Son como tres cubeteras donde caben todos los que dicen algo sobre Mayo menos él. ¿Cómo va a entrar Pauls en alguna si esos útiles domésticos enfrían y sacan todo lo que producen de igual forma? ¿Cómo, si él es irreducible (Pauls escribiría irreductible, seguramente) a un modelo y es, sobre todo, caliente? Porque hay que decirlo, el habitual (y a mi juicio valioso) distanciamiento de Pauls respecto de los temas de sus ensayos no tiene lugar aquí. Quiero decir: a Pauls le importa mucho Mayo, tanto como para terminar su texto con una descarga emocional depositada en la palabra puta. Entonces, como Pauls es trascendente respecto de sus clasificaciones, puede juzgar sin demasiados inconvenientes. Lo peor es la mesura, así que a quien forma parte de la última categoría lo salpica de adjetivos que alternan ascos intelectuales y políticos: mediocre, conformista, ignorante, reaccionario. ¿Qué sucede con las dos primeras categorías? ¿Hay que tomar partido? Ya sabemos que Pauls no hace eso. Tal vez alguien mediocre e ignorante piense que vale la pena el esfuerzo de ajustarse, pero Pauls sabe muy bien que ambas son muy semejantes; es más, podríamos decir, foucaultianamente, que su oposición es meramente doxológica ya que las dos hunden su positividad en la misma episteme; los tipos ideológicos uno y dos son, entonces, reliquias de un mismo nivel arqueológico: el del presente. Así describe Pauls las dos primeras reacciones: “… son desoladoras porque son apenas una representación vaguísima de dos categorías vaguísimas, derecha e izquierda, que ya ni siquiera necesitamos decir qué son para que no nos interesen”. Y, por si fuera poco, “…parecen diseñadas para impactar mentes extraordinariamente básicas”.

IV


Pero no hay que equivocarse; no todo es lo mismo. Las reacciones uno y dos son superiores a la tres: “…al menos postulan alguna relación de tensión – por retrógrada que sea - con la Historia de la que forman parte”. Llegamos entonces a la presentación del personaje más deplorable de este drama pequeño pequeño: el ya mencionado cliente de la Historia. A él pertenece la tercera reacción, la que sopesa, mide, compara. Pauls escribe en primera persona del plural, pero, sabemos, nada tiene que ver él con su tipo ideal: “Decimos que Mayo del ’68 tuvo cosas geniales y cosas estúpidas con el mismo tono con que, enfrentados con el escándalo de un producto que no fue lo que esperábamos, un servicio que no nos sació o un espectáculo que dejó que desear, debatimos en silencio si estamos en condiciones de exigir que nos devuelvan el dinero”. En esto – creo – Pauls tiene razón. Y también – y sobre todo - en la caracterización que hace de la memoria del amnésico, esa persona “…para quien el único sentido que tiene la Historia es probarle si hizo bien o no en invertir en determinado acontecimiento”.

V

Pero las metáforas económicas que usa Pauls tienen sus trampas. Y estas se hacen evidentes en un paréntesis muy desafortunado. Inmediatamente después de exponer que el cliente de la Historia piensa en Mayo como en una insatisfactoria mercancía y debate entonces si está en condiciones de reclamar su dinero, Pauls escribe: “(Lo sofisticado es que aquí no se trata de dinero. Aquí el capitalismo no necesita dinero para funcionar. Aquí el único capital es hablar cuando Mayo del ’68 ya ‘está muerto’)”. En otras palabras, Pauls dice aquí lo que Mayo nos dejó decir, sin rubor, tantas veces: dice capitalismo como si este se tratase ante todo de una moral y no de una relación social de producción; bajo la misma sombrilla podría haber dicho revolución social como si esta se tratase solo de unos versos nuevos o de una ropa extraña y no de una confrontación de clases. Es esta una idea diseñada por una mente extraordinariamente básica, y no importa cuán (justamente) prestigioso sea su nombre. Se trata del - a esta altura - viejísimo truco de la completa reducción de las relaciones sociales a estados del espíritu. Un poco de Marcuse acá; otro poco de Deleuze allá y tenemos todo: tranquilidad de conciencia y discurso crítico, esto es, un elegante pensamiento burgués.

VI

Es probable que esto no suene elegante, pero no está de más recordarlo: el capitalismo es un modo de producción y un modo de relación social; el dinero puede ser su religión y la banalidad el estado dominante de la vida espiritual de quienes viven en su trama histórica (es decir, todos nosotros) pero su crítica es también (y a mi juicio necesariamente) no solo una crítica del espíritu burgués sino también una crítica de la propiedad burguesa. De eso Pauls no dice nada. Más fácil es, parece, hablar pestes de los mediocres y los ignorantes, esos que no tienen, como él, la arenilla dorada. Y aún más fácil es dictaminar una vez más el fin de polaridad izquierda-derecha, esas categorías sometidas al pensamiento binario (como explotador-explotado, como lucha de clases) y “que ya no nos interesan” (y el plural aquí es inclusivo, no irónico; es el de los que saben sobreponerse a las tramas que dominan a los otros pobres hombres, los a-lumnos, es decir, los sin luz; es el plural del plano de Música nocturna que muestra a los amigos de Filipelli, entre los que se encuentra, cómo no, el mismo Pauls). Todo esto es más bien un mal chiste. Como el del atribulado macho que le habla así a su pene: “pensar que nacimos juntos y te moriste primero”. No más izquierda y derecha: esa antigualla nació con el capitalismo pero murió antes. A nosotros nos queda la impotencia; a Pauls, la gracia aristocrática.


Pero tuvimos una fiesta. Pauls escribe muchas veces, y con mayúscula, la palabra Historia, pero Mayo es para él (y no solo para él) un relato mítico como el que solo una revuelta inocente - es decir, sin muertos y sin poder - puede regalar. La pos-izquierda puede celebrar hoy el empuje estudiantil de aquellos años y cuestionar el conformismo proletario o la manipulación de los sindicatos. La conclusión es la misma: los trabajadores son conservadores o sumisos o directamente imbéciles. Esta frase la dice uno de los jóvenes de Los amantes regulares: “Tendremos que hacer la revolución para los obreros sin los obreros”. Y el asunto no se terminó allí. Como a Negri - es solo un ejemplo - no le gusta hablar de imperialismo (esa cosa que suena a Lenin, ¡aj!) prefiere hablar de Imperio. ¿No es ese el libro que fue saludado como el manifiesto y la teoría de las nuevas luchas? ¿No es la multitud el nuevo sujeto histórico? ¿Y no es de Mayo de donde toma impulso un proyecto como este? Lo cierto es que algo hemos aprendido: podemos no decir nada diciendo todas y cada una de las palabras más rimbombantes de la filosofía politica. ¿O no es así, Foucault? ¿O no es así, Deleuze? ¿O no es esa una (la peor) de las contribuciones de Microfísica del poder y Capitalismo y esquizofrenia a la historia del pensamiento político? También esta es una herencia de Mayo.

VII

Hay, según entiendo, otra cosa en la que Pauls tiene razón: la del cliente es una reacción fácil, poco dramática. En sus palabras: “No es sólo un juicio que usufructúa las prerrogativas del post facto; es un juicio que confunde la mera posteridad con una superioridad moral, histórica, política”. Después de este diagnóstico escuchamos esa fantasmal (¿o fantasmática?) voz cobarde contra la que Pauls escribe. Dice esa voz: “Tengo derecho a juzgar lo que sucedió por el solo hecho de haber llegado tarde. Soy superior a lo que juzgo; lo que juzgo tiene conmigo ciertas obligaciones; es decir, lo que juzgo tiene que satisfacerme”. Hasta aquí, de acuerdo. Digamos que llegar tarde es un accidente; derivar de ese accidente una ventaja es, tal vez, un absurdo. Lo que sigue, en relación con el tiempo del que piensa y el tiempo de lo pensado, es más dudoso. Si hay que ser impuntual, parece decir Pauls, hay que llegar temprano. Como Godard, el profeta. ¿Tiene el que llega antes lo que el que llega tarde no tiene, es decir, una voz autorizada? Para Pauls parece que sí. ¿Por qué? Bueno…porque sí.

VIII


La chinoise es de 1967. Y de esa película extrae Pauls uno de los tres emblemas de la época que hoy atesora: el plano “…en el que Anne Wiaszemsky come un bol de arroz con una pantalla de lámpara invertida en la cabeza junto a un surtidor de nafta que dice ‘Napalm/Extra’”. Curiosamente, de todo lo que Godard tiene para decir sobre esos estudiantes revolucionarios atendidos por mucamas Pauls no rescata nada. Sí reencuentra el encanto de la foto en que Cohn-Bendit (entonces Danny El Rojo, hoy Danny el Verde) se burla de un policía en la puerta de La Sorbona. ¿Qué pensaría de esa foto el Godard de La chinoise? Pauls se refiere a esa mueca como a un desafío. Piensa, seguramente, en Bajtín y su estudio sobre el carnaval, es decir, sobre el contexto cultural en que Rabelais escribió Gargantúa y Pantagruel. ¿En la Francia de 1968 ese gesto era visto por todos los participantes de Mayo como una insubordinación o también se lo veía como una forma de rebeldía propia de un niño burgués? ¿Es la mueca de Cohn-Bendit el lugar donde confluyen los críticos del PCF? ¿O es en ese plano de Godard? Los emblemas de Pauls, me apresuro a decir, no tienen por qué guardar entre sí estrictas relaciones de coherencia.

IX

“Bajo los adoquines, la playa”. Este slogan es el tercer emblema que Pauls recupera de aquellos tiempos (porque Mayo no es un mes, por supuesto). Tiene su encanto, quién lo duda. Y el suficiente hermetismo como para habilitar posiciones diversas. ¿Se trata de una recuperación de la naturaleza? ¿De un llamado a mirar las cosas con ojos de historiador? ¿De la confesión del carácter vacacional de los movimientos estudiantiles? ¿De una reivindicación de la vida preindustrial? A Pauls no parece importarle nada de esto porque su interés por el slogan es más bien poético. El problema es que lo mismo se puede decir de otras, muchas, frases de su autoría. De esta especie de epíteto épico, por ejemplo: Mayo es “esa segunda Revolución francesa”. ¿Se trata de una tesis? ¿O es un verso? Como sea, la relación que establece entre ambos tiempos es históricamente insostenible. Si Pauls piensa en 1789 olvida, por ejemplo, la revolución jacobina, y si piensa en bloque el periodo que va de 1789 a, digamos, 1830 (o 1815, no importa ahora), olvida la revolución de 1848 y la experiencia, breve y radical, de la Comuna. Algo en común tiene los tres emblemas de Pauls: son más estéticos que políticos.

X


La mención a estos emblemas aparece dentro de un extenso paréntesis. La frase que está fuera de él es esta: “El hormigueo irrefrenable que nos despierta hoy cualquier emblema de la época (…) no miente”. Las primeras palabras (“el hormigueo irrefrenable”) preparan el escenario para que otra palabra – puta - pueda ser bien leída. La superioridad epistemológica de la pasión (es eso lo que no miente) que Pauls sostiene aquí tal vez explique algunas de las extrañas afirmaciones de su ensayo; tal vez su tradición intelectual explique otras; su lugar social, algunas más y su buena prosa las restantes. Pauls eligió para esta efeméride el terreno de la invectiva. ¿Tiene, además de su ingenio, alguna idea para ofrecer? No muchas esta vez. Pero tiene, sí, condenas y condenas para repartir. Una vez hecho eso, todos somos culpables, Mayo es inocente y Pauls el único juez. ¿Qué le dejó el ’68 además de los mencionados souvenirs? Poca cosa, finalmente: la seguridad de no ser de izquierda ni de derecha, la higiene política propia del becado, la estetización del capitalismo y el vértigo estilístico de escribir puta en un texto elegante.

18 comentarios:

Oscar Cuervo dijo...

La prosa de José Miccio es más elegante, más afilada y más sutil que la de Alan Pauls. El mundo se dará cuenta más pronto o más después: peor para el mundo. En tanto, La otra tiene el privilegio de contar con su exquisita (palabra paulsiana) pluma.

Pero lo que más me importa es que los textos de Miccio (como este bein lo muestra) están recorridos por una tensión política que no va en desmedro de su delicadeza para las cuestiones estéticas.

Fue José el primero que trajo a este blog, en los inolvidables días de soja y cacerolas, el concepto de lucha de clases. Yo luego decidí adoptarlo. Lucha de clases, lucha de clases. Y empezaron a aparecer caras extrañas, gestos de asco. La mayoría de los que impugnaron el recurso al concepto de lucha de clases mostraron no saber qué era lo que impugnaban: parecen haber conocido estas palabras en una clase de Grondona. Asociaron "lucha de clases" con "maniqueísmo", con "líderes proletarios contra ricachones". Y no hablo solo de las discusiones entabladas en este blog: lo mismo pasó con los distinguidos públicos de La Lectora Provisoria y Pan Rayado.

Digo todo esto porque el desdén con que habla Pauls de la distinción entre izquierda y derecha lo sentí en el cuerpo cuando Tomás Abraham se burló de "el coro de los intelectuales y gente de una izquierda que despliega las tradicionales banderas de la lucha de clases, y de razas". Y también... "Estos señores de la izquierda intelectual no tienen el menor recato y apenas les abren una sucursal de la Academia Pitman hacen cola para retirar sus credenciales".
En esos debates yo estaba un poco temeroso por mencionar a Gramsci, J. W. Cooke, Hernandez Arregui, Aurelio Narvaja o Jorge Abelardo Ramos. Sería de buen tono decir Halperín Donghi, Américo Ghioldi, James Neilson, y reptir tres slogans acerca del clientelismo y torcer la boca para decir con asco “los señores de la izquierda intelectual”.
Pero en ese momento advertí que decir alguna frase sobre la derecha y la manera como está operando en estos días en nuestro país me valdría la burla de Abraham, de Quintín y de sus decenas de discípulos, pero que todavía resultaba bien recibido hablar con asco de la izquierda...
Y yo dije: "Parece que acá se puede seguir hablando con desprecio de 'los izquierdistas', pero está interdicta la palabra 'derecha'. Si uno dice 'la derecha' es un estúpido, un cretino, un atrasado y un resentido. ¿Será que la derecha no existe? ¿será el fin de la historia? ¿O será que la derecha se avergüenza de serlo y odia que le recuerden que es lo que es?".

Parece claro que si un discurso politico habla con desprecio de la izquierda y los izquierdistas es porque estas palabras significan algo. Y si saltan como leche hervida cuando decís "derecha" es porque nombrás la soga en la casa del ahorcado.

Todo esto para decir que sería mejor que Abraham, Quintin y Pauls (para citar sólo tres ejemplos de destacados miembros de la intelectualidad porteña) admitieran que son de derecha, sería digamos, más honesto. Pero son de una derecha aggiornada, una que se pone muy mal cuando escucha hablar de la lucha de clases (pero eso es igual que la vieja derecha!), una derecha que se ofusca y te dispara epítetos como "mediocre", "resentido", "buchón", "idiota útil", "patotero", "ignorante", etc. Es una derecha aggiornada, claro, no te va a hablar de la patria, ni te va a elogiar a la dictadura, no escucha folklore. No les gusta Luis Sandrini. Les gusta Godard.

Oia: a mí también me gusta Godard: la nueva derecha naturaliza la propiedad privada, naturaliza la propiedad de los medios de comunicación, dicen con asco "gobierno" y "políticos". Más allá de eso, la idea de poder se les vuelve nebulosa. Opinan muy, muy parecido a Mirtha Legrand: coinciden en la misma semana, en el mismo pais, en la misma ciudad, para hacer saber que "derecha e izquierda, que ya ni siquiera necesitamos decir qué son para que no nos interesen”.

Pauls, Abraham y Quintín no ven a Mirtha, seguro. Pero piensan como si la vieran. Cada uno de ellos tiene trayectorias y hasta estaturas intelectuales muy diferentes, pero sus reflejos políticos parecen haberse moldeado en un retro-liberalismo remozado por una lectura de suplementos culturales más "sofisticados" (para usar una categoría que le encanta a Q y a Pauls).

Creo que el post de Miccio acierta al señalar la curiosidad que nos despiertan estos coletazos del mayo francés.

Hay cosas para seguir pensando: Foucault y Deleuze no han "dejado atrás" a Marx, pero la inconsistencia política de los epígonos de Foucault y Deleuze no nos permite a nosotros "dejar atrás" a los autores de Microfísica del poder y Capitalismo y esquizofrenia. Quiero decir: estos libros son hijos de una crisis: la del marxismo clásico y la de toda la modernidad, de la cual el marxismo es uno de sus frutos más sabrosos.
La política que se desprende de los textos de Foucault y Deleuze parece algo vago y se puede terminar coincidiendo con Legrand, Halperín Donghi y Cecilia Pando con citas sofisticadas. Se puede decir "panóptico" y "pasiones tristes" para defender a las clases más tradicionales y retrógradas.
Cuando Pauls, Quintín y yo ya no seamos siquiera un mal recuerdo, la lucha de clases seguirá haciendo de este mundo un lugar riesgoso.
Miccio tiene razón cuando dice: "el capitalismo es un modo de producción y un modo de relación social; el dinero puede ser su religión y la banalidad el estado dominante de la vida espiritual de quienes viven en su trama histórica (es decir, todos nosotros) pero su crítica es también (y a mi juicio necesariamente) no solo una crítica del espíritu burgués sino también una crítica de la propiedad burguesa". Aún así, creo que "producción" y "relación social" no son términos comprensibles de suyo, y sobre todo no son datos empíricos, no son meros "hechos". Esto no quiere decir que sean categorías morales pero tampoco que los estados del espíritu se pueden reducir de manera completa a relaciones sociales.

¿Qué significa a esta altura hacer "una crítica de la propiedad burguesa"? Estoy convencido de que no se trata simplemente de hacer unos cuantos movimientos en el mundo físico, no se trata simplemente de tomar el poder ni quitarle las cosas a los que hoy las tienen.

Con esto no quiero decir que no haya que entrar en estos tironeos, sólo que una vuelta a un marxismo clásico (incluso que una vuelta a cualquier marxismo) sea siquiera posible.

No tengo ninguna otra certeza escondida, pero yo no jubilaría aún a la palabra "espíritu". No al menos antes que a la palabra "materia".

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con que es un privilegio para La Otra contar con José Miccio. Su escritura, como decís, es más afilada y más elegante que la de Pauls: sin ser menos precisa, elude todo atisbo de afectación (y la afectación, por leve que sea, es una aberración de la elegancia). Leí el artículo varias veces. La primera en el momento en que lo estabas subiendo al blog, todavía no habías incluido el nombre del autor (ni las fotos), y por un momento pensé que era tuyo. Me sorprendí, no porque considere que no puedas escribir así, ya que en alguna ocasión he leído un texto tuyo tan vigoroso y a la vez tan preciso como éste. Pero creo que últimamente estás un poco arrebatado. El incisivo análisis del artículo ahora lo coronás asociando a Pauls, cuándo no, con Mirtha Legrand. Quintín y Abraham son lo mismo, como Mirtha y Pauls, Grondona y Filippelli, la Mona Chita y la Gata Flora. Desde tu óptica, cualquiera que emita una opinión crítica sobre el gobierno cae en la misma bolsa. Claro que también tenés en alta estima la complejidad. Que viene a ser lo que pensás vos. Tu pensamiento político es infinitamente complejo, el de los otros es escandalosamente simple. Así están las cosas. Espero que un día de estos se te pase la crispación.

Anastasi

Ah, al final no me mandaste el debate aquel que me habías ofrecido.

Oscar Cuervo dijo...

Sí, Anastasi, te lo voy a mandar, pero rastrearlo en los archivos yahoo lleva tiempo, paciencia
saludos

Oscar Cuervo dijo...

Y mal que te pese esta gente que ya sabés están diciendo cosas parecidas en la misma semana y en el mismo país a propósito de las mismas cuestiones. Mirtha no es un horizonte tan lejano como creés.
Igual podés seguirlo atribuyendo a mi crispación, eppur si muove.

Anónimo dijo...

A mí no me pesa, ni mal ni bien, que Abraham y Mirtha Legrand desconfíen del observatorio o de los Kirchner o de quien sea. A ver si ahora vas a creer que salgo en defensa del bloque variopinto que acabás de armar. Sobre el observatorio yo tenía una duda, que en algún momento cuando tenga tiempo despejaré informándome por ahí. Mi objeción, porque sí había una en el comentario aquel, tiene que ver con el cada vez más flagrante maniqueísmo que observo en tus escritos. Ahora resulta que Abraham es un reaccionario que debería reunirse a tomar el té con Teté Coustarot. Hasta antes de ayer no, era un tipo bárbaro al que le dedicaste la tapa de la revista. Para el momento en que él se abrió de LLP, denunciaste que Quintín eliminó algunos de tus comentarios, y asociaste la salida de Abraham con ese acto de censura del que no fue cómplice (estas no eran tus palabras, me disculparás que mi memoria simplifique lo que seguramente dijiste con muchísima más complejidad). Claro, Abraham acababa de decir que iba a votar a Filmus, entonces caía de este lado. No te fijaste que en esa última época en que participó en LLP, él mismo, Abraham, le denegó la intervención en sus posts a maiakovski, que le rompía las pelotas más o menos como vos a Quintín. No te fijaste porque en aquel momento Abraham sí, y ahora Abraham no. Si el mundo se divide entre los que votan a K o los que lo bancan en las discusiones y los que no, bueno, a esa visión del mundo yo la considero maniqueísta.

Otra cosa, me olvidé de agradecerte cómo te referís a mí en el comentario de más arriba, cara de asco, clases de Grondona y esas cositas... Después de arrojarme la biblioteca por la cabeza, otro recurso que, tiempo atrás, te abstenías de utilizar.

Saludos

Anastasi

Anónimo dijo...

Felix Guattari y yo hemos seguido siendo marxistas, de dos maneras diferentes, tal vez, pero los dos. Porque no creemos en una filosofía política que no esté centrada en el análisis del capitalismo y de su evolución. Lo que más nos interesa de Marx es el análisis del capitalismo como sistema inmanente que no cesa de rechazar sus propios límites, y que se los vuelve a encontrar siempre a una escala más grande, porque el límite es el Capital mismo.

Oscar Cuervo dijo...

Bueno, Anastasi, ya dijiste varias veces que estoy pasando por un mal momento, pero el post de Miccio se merece un debate más interesante que este en el que insistís. ¿O queres que sigamos con Ratzinger y el presidente de Irán? ¿Por qué no escribís un post vos mismo sobre mi estado psicológico y dejamos que acá se analice lo que dijo José?

Anónimo dijo...

Te contesté acá porque vos te referiste en este post a una discusión que venía de otro, insistiendo con el asunto Mirtha Legrand y de paso tirándome algún palo. Si no te hubiera contestado allá.
Anastasi

Anónimo dijo...

Hola.

Oscar. Yo no quiero jubilar la palabra espíritu, solo quiero decir que mucho discurso antiburgués se reduce a una crítica del (a mi entender algo cómodo)concepto de "corrección política". ¿Quién es ese cliente de la Historia del que abomina Pauls? Supongo que un liberal progresista, un "alma bella", un "hombre mediocre". ¿Cómo se lo caracteriza? Con palabras procedentes de la economía: es un inversor, un interesado, un cliente, un consumidor. Dentro de esta lógica, el capitalismo se sale de la historia, de la economía, de la sociedad y de la misma política; se vuelve una "actitud". Estas reflexiones son - para seguir a Pauls - inversiones segurísimas: se gasta poco y se gana mucho. ¿Qué no se gasta? Pensamiento crítico. ¿Qué se gana? Posición crítica. Y nada mejor para eso que repartir acá y allá mucho, mucho desprecio.

Una pregunta para el amigo Deleuze. Sus palabras están en un libro que compila conversaciones que mantuvieron con usted distinas personas. Ese libro tiene como prólogo una carta - venenosa -dirigida a alguien que preparaba un libro sobre su pensamiento: ¿me puede decir de quién se trataba?

Saludos a todos. Y gracias.

Oscar Cuervo dijo...

José:
estoy casi perfectamente de acuerdo con lo que observás sobre la posición paulsiana. En mi comentario sólo añadí algunos interrogantes que no sé cómo responder.
saludos (y quizá la seguimos pronto por otro medio...)

Oscar Cuervo dijo...

Deleuze:
¿usted no se había tirado por el balcón? ¿o me estoy confundiendo con Alberto Olmedo?

Anónimo dijo...

José: La crítica era de un crítico severo. Pero lo venenoso eran sus comentarios, no mi carta. Era tan insignificante que no recuerdo su nombre.

Cuervo: Lo de Alberto fue un accidente, el anti edipo estaba dedicado a ese gran ezquizo. Siempre le decía: ojo Alberto, la desterritorialización extrema puede llevar a la muerte. No me hizo caso. Mi salto fue decisión propia, no lo confunda con el salto kierkegaardiano. Ya estaba agrietado, fuí al encuentro de la vieja perra que nos acecha todos los días.

Tenía el proyecto de escribir sobre Marx, lo hizo el deslúcido Derrida con un bello texto: “los espectros de Marx”, se lo recomiendo, a menos que acepte solo un marxismo clásico. En ese caso no estaría mal el 18 de brumario de Luís Bonaparte. Hay un fantasma que recorre argentina y no es el del comunismo.

Toda mi obra es abiertamente política. Hay que tener una visión política demasiado estrecha para no advertirlo.

Si Foucault no le sirve para pensar la situación actual de la política argentina el problema es suyo más que de Foucault. En ese sentido acuerda con Pauls (lindo esquizo), se comporta como un cliente disconforme con Foucault y le reclama que le devuelva lo invertido: “me vendiste un más allá de Marx pero ¿qué mierda hago con la biopolítica?”.

Saludos desde el plano de inmanencia

Anónimo dijo...

Muy buena la caracterización de la "posición crítica" que hace Miccio, asi como lo que decanta del texto de Pauls. Y seguir poniendo sobre el tapete la lucha de clases, en todos los ámbitos, es absolutamente necesario, en estos tiempos tan...posmodernos.

Anónimo dijo...

Gracias, Deluze. Pensé que se podría conseguir ese libro sobre usted en algún lado. ¡Y no diga que no es venenoso! Y reciba mi saludo admirado. Y si está cerca de él, hágaselo llegar a Foucault. ¿Y ya que está se lo alcanza a Sartre? Tal vez alguna de sus líneas de fuga lo capturen un ratito.

Y una brillante de Derrida, en ese libro espectral que cita Deleuze: "Se acepta la vuelta a Marx para evitar su revuelta" (cito de memoria, es tarde para ponerme a buscar).

Y muy buena (¡y venenosa!) esta: "Si Foucault no le sirve para pensar la situación actual de la política argentina el problema es suyo más que de Foucault. En ese sentido acuerda con Pauls (lindo esquizo), se comporta como un cliente disconforme con Foucault y le reclama que le devuelva lo invertido: “me vendiste un más allá de Marx pero ¿qué mierda hago con la biopolítica?”".

Un abrazo

Oscar Cuervo dijo...

Deleuze:

usted me intimida su voz de ultratumba inmanente. ¿Se refiere a mí al decir que Foucault y Deleuze no "me sirven" y que me comporto como un cliente disconforme de visión demasiado estrecha?

Porque yo hace unos días había dicho: «la inconsistencia política de los epígonos de Foucault y Deleuze no nos permite a nosotros "dejar atrás" a los autores de Microfísica del poder y Capitalismo y esquizofrenia».

Anónimo dijo...

Yo veo más inconsistencia política en mucho marxismo de cabotaje (no necesariamente el suyo Cuervo)que en Foucault y Deleuze.
"¿Hay que olvidar a Foucault?"
La pregunta se la hacía Baudrillard en un famoso atrículo allá por los ochentas. Lo que plateaba, básicamente, es que el poder ya ha dejado de ser una cuestión importante, ya no había algo que develar. El poder se ha vuelto transparente.
Ahora bien, lo "revolucionario" en Foucault es justamente su manera de entender el poder. Pero como él mismo planteó, todo conocimiento posee un horizonte "épocal", hasta el del mismo Foucault. El micropoder, el disciplinamiento racional, lo específico de cada dispósitivo se han vuelto parte de la comprensión común.
Ya no vivimos en un mundo de althuserianos, mayo francés, estructuralismo, maoísmo, etc. Referentes de otros tiempos. Hoy día, estoy de acuerdo, es necesario volver a una cierta idea de lo macropolítico (de lo molar) ya que en las últimas décadas ha tomado la posta la apatía política, la brutalidad generalizada, el imperio de lo corporativo, la banalidad del poder.
Lo que no hay que olvidar es que el poder no reprime, produce, no es ideológico, es productivo a un nivel práctico y disursivo. Y fundamentalmente que no se estanca ni se fija en espacios privilegiados (el estado, la clase) sino que fluye y se localiza en espacios múltiples, "en red"... El poder actual no hace sino funcionar de esta forma, de una manera mucho más clara que treinta años atrás. Afinar el método genealógico, esa es la gran herencia de Foucault, lo que nunca podremos olvidar.
Lo sabemos, la sociedad disciplinaria ha quedado atrás, Foucault ya lo sabía. Vigilar y castigar se escribe en el mismo momento en que la disciplina está muriendo, mutando.
Creo en la vuelta a Marx y su re-encuentro con Foucault.
Olvidemos a Baudrillard en todo caso.

Saludos

Oscar Cuervo dijo...

Devenir Olmedo:
a veces estoy de acuerdo con usted, no siempre: yo diría que el poder NO SOLO reprime, sino que también produce. No estoy seguro de si Foucault dijo esto último o lo que usted dice. Si dice lo que usted, ahí no suscribo.
Sí acuerdo en que el poder no se estanca ni se fija en zonas privilegiadas, hay miles de pujas que dar en todos los niveles: también en el cine, también en la sexualidad, también entre los que creen que los piropos son "pavadas" y la lucha de clases es "importante". Pero eso no implica de ninguna manera que la lucha de clases haya desaparecido, cuando parece más vivita que nunca.

El gran acierto de Miccio es señalar que cierto apuro por bajar el telón de la historia conduce a un conformismo disfrazado de crítica exquisita, cuando no a una burda complicidad con la derecha más gorila.

Anónimo dijo...

José!

El libro se llama "Deleuze", y el "critico severo" Michel Cressole. Segun cuenta Dosse en la biografia creo que fueron amigos (Cressole y Deleuze), la carta era medio en joda.