por oacA veces lograr cierta distancia respecto del mundillo de los críticos cinematográficos y de la recepción inmediata de algunas películas tiene sus ventajas. Yo no voy a las privadas por motivos puramente fisiológicos: no puedo ver películas de mañana, excepto durante el BAFICI y el festival de Mar del Plata. Por eso muchas veces me llegan ecos de los entusiasmos o de las condenas súbitas que se suelen producir a la salida de las proyecciones de prensa. Me pasó con
Los rubios, con la última película de Campanella y con
Bastardos sin gloria. Mi experiencia me indica que el gremio de los críticos es altamente sugestionable y muy endogámico, y que esto genera globos instantáneos que al tiempo se desinflan. Este entusiasmo hiperbólico se acentúa en el caso de algunas películas argentinas. En los últimos años escuché y leí decir demasiadas veces que determinada película constituía un hito fundante en el cine nacional. Se comparó a
Los rubios con
Citizen Kane;
Crónica de una fuga, se dijo, marcaba un antes y un después en las películas sobre la dictadura; pareció que tras
Los paranoicos ya nada sería igual; los autores de
Todos mienten y
Castro fueron parangonados con Sarmiento, Borges, Godard, Hitchcock, Lamborghini, Rivette y Bogdanovich. En ninguno de estos casos, pasada la primera reacción tribal, se pudo sostener esa euforia. Y lamentablemente estas exageraciones perjudican ante todo a las películas y a sus directores, quienes a la postre no logran justificar semejante alharaca. Incluso directores que terminan por demostrar que son capaces de desarrollar una carrera respetable (como Lisandro Alonso) sufren el encono que provoca la canonización apresurada de sus óperas primas. Estoy convencido de que Lisandro ha conquistado detractores no por sus películas, sino por la desmesura de los que prematuramente lo elevaron a la categoría de genio.
Además, las euforias súbitas generan una especie de inversión de la carga de prueba del valor de un film: si un montón de críticos se exalta desmedidamente ante la última película de Mariano Llinás,
Historias extraordinarias, parece que aquel al que no le resulta
tan maravillosa tuviera la obligación de exagerar sus objeciones. Pero no hay que demostrar que una película es aborrecible para sacarla de la zona de genialidad en que se la metió a empujones.
No pude ver en el Bafici
Historias extraordinarias, porque sus cuatro horas y pico me resultaban inconvenientes cuando tenía que optar entre muchas otras posibilidades. Después tuve un par de intentos frustrados de verla en el Malba: vivo en la otra punta de la ciudad y la molestia de llegar hasta la puerta de esa sala para encontrarme con que se agotaron las entradas superaba largamente mis ganas de verla. Así que durante todos estos meses me quedaron flotando algunas palabras leidas sobre esta película. Por ejemplo las de Gustavo Noriega:
"
Se trata de una película destinada a hacer historia en el cine argentino y a brindar una verdadera lección de inteligencia, imaginación, valentía y generosidad. (...) Euforizante y contagiosa, la película de Llinás es una suerte de manifiesto visual de cuatro horas de duración. Su aparición es importantísima para el cine argentino. Como sucedió en Mar del Plata con Pizza, birra, faso
hace casi diez años, su presentación en el Bafici representó un acontecimiento histórico, que debería tener consecuencias en toda la producción nacional. (...) Algo ha cambiado para siempre".
Santiago Palavecino:
"
Después de esta película habrá que filmar mejor y pensar mejor".
Roberto Gargarella:
"
Una verdadera provocación a los numerosos compañeros de camada que articulan una película a partir de una única, modesta, y muy pequeñita idea; cineastas de «situaciones» o «climas», o más bien de «sensaciones», cineastas sin mayor pensamiento, cineastas sin mayor esfuerzo. Es como si Llinás les dijera: «¿Están buscando historias? Díganme por dónde les parece que empiece y sigo hasta donde haga falta». (...) Llinás terminó a las cuatro horas y cinco, no para asustar a los espectadores, sino por modestia, para evitar el riesgo de seguir humillando a los jóvenes de su generación." [Gargarella menciona, entre los colegas de Llinás que habrían sido humillados, a Alonso, Fontán, Rejtman y Acuña].
Marcos Vieytes titula su crítica sobre
Historias extraordinarias: "La huella de Welles en la llanura bonaerense". Otras reseñas del film lo asocian a Borges, Bioy Casares y Hitchcock. Si la mitad de estos arrebatos estuvieran mínimamente fundados, nos encontraríamos ante un film y un cineasta prácticamente insoslayables en el panorama del cine contemporáneo.
Un año y medio después pude ver finalmente
Historias extraordinarias. Y la verdad es que no es necesario exagerar algunos de sus notorios defectos para sacarla de ese pedestal en el que la pusieron. No es en absoluto una mala película, pero me cuesta percibir su excepcionalidad y estoy convencido de que no es, ni por asomo, una buena película. Es un film interesante, con algunos momentos logrados. Es posible captar en su resultado final el cálculo fundacional con que Llinás armó toda la movida. El tipo es estentóreo en sus declaraciones periodísticas y siempre muestra voluntad de llamar la atención. Hay algo en su película que invita a la desmesura: no sólo su duración, sino un principio estético inflacionario: demasiadas subtramas, muchísimas palabras dichas por las
voices over, subrayados enfáticos,
high profile... todo esto constituye un cierto acoso al espectador. Como si el film se postulara todo el tiempo a sí mismo como Un Gran Acontecimiento. Quizá los ditirambos que provocó en sus comentaristas tengan base en la propia película, más ambiciosa que consumada. Quizá sus mayores virtudes sean sobre todo potenciales.
Sus características más notorias son la proliferación de los relatos, la continua bifurcación de las líneas narrativas y el peso agobiante de su retórica novelesca. Básicamente se trata de una novela ilustrada, en la que la banda sonora tiene un peso desequilibrado respecto de la imagen. Llinás declara que sin estos narradores en off (que muchas veces cancelan el sentido de sus imágenes) la película no sería posible:
"
no hubiera podido hacerse sin la voz en off; no creo que una película donde hay tantas cosas y tanta variedad que tiene algunas cosas tan laberínticas y todo eso hubiera podido hacerse sin el elemento del off (sic, EL AMANTE n° 192).
Es cierto, la película no podría tener "tantas cosas" sin esas voces. El asunto es si tener tantas cosas resulta de por sí un mérito apreciable. Mi experiencia con ella no me permite asegurarlo. Hay efectivamente muchas ideas en germen que resultan atractivas (como la historia de la chica que se relaciona con un tipo joven y un viejo o la de la Asociación de Mayo). Pero su atracción sólo resulta germinal: promesas de una buena película, podrían haber dado lugar a desarrollos apasionantes, pero Llinás, demasiado ansioso por impresionar al espectador con su ingenio, las abandona rápido, después de que el narrador ya leyó su escaleta.
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Lo mismo puede señalarse a propósito de la historia más interesante que
enuncia este film: la historia verídica del arquitecto Salomone, quien en los años 30 desparramó extrañas edificaciones por muchos pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires. Uno se queda con ganas de que Llinás sea capaz de detenerse en ese personaje que promete ser fascinante, pero una vez que el locutor hubo expuesto su sinopsis y cuando ya se mostraron imágenes fugaces de sus obras arquitectónicas, el director ya pasó a otra cosa.
Algunos defensores del film alegan que la proliferación de la palabra no tiene por qué anular la potencia cinematográfica de una película. Es verdad, en abstracto. Pero en el caso específico de
Historias extraordinarias la voz en off sofoca más de una vez el sentido de las imágenes o las hace directamente accesorias; por momentos funciona como un radioteatro. Se dice que la voz genera una tensión significante con la imagen: algunas veces en esta película sí pasa esto, se produce un contrapunto, se abre la posibilidad de una discrepancia o de fricción entre la voz y la imagen. Pero muchas otras veces sólo pareciera que Llinás apura el trámite para seguir agregando "muchas cosas".
El film tiene hallazgos ciertos: el descubrimiento de un espacio dramático sugestivo en la chata llanura pampeana, cierto tono crepuscular predominante, un suave absurdo que enrarece la verosimilitud de los hechos referidos. Pero aun estos hallazgos se devalúan por la insistencia con que Llinás los declama. Pareciera que asistimos al
work in progress de un narrador ansioso e inseguro de su eficacia, a quien no le basta sugerir sino que siempre tiene que abundar en variantes de lo mismo. Esa compulsión por las variantes termina por anular el interés inicial: a pesar de que a lo largo de las cuatro horas y pico aparecen siempre nuevas historias, al final da la sensación de que en su primer tercio estaban expuestos todos los trucos posibles con que cuenta Llinás.
Se habló de un retorno a los géneros, pero
Historias extraordinarias no ensaya ningún género, sólo los evoca mediante notas al pie, como si al costado de la pantalla un explicador cargoso nos hiciera acotaciones: "
¿se acuerdan del spaghetti western? ¿se acuerdan de la búsqueda del tesoro? ¿vieron las road movies? ¿vieron como Borges construye los mecanismos ficcionales a la vista de su lector?". Sí, sí, Llinás, callate, dejame mirar tu película, no me hagas más guiños. Hay un personaje en el film particularmente logrado: un burócrata bonachón que es un conversador compulsivo, del que resulta imposible librarse sin escuchar su divague interminable por anécdotas y topicos, un verdadero pesado. Es inevitable pensar que en ese personaje se cifra el principio constructivo de
Historias extraordinarias.
Mariano Llinás muestra su talento para la invención argumental. Es posible que algún día haga una gran película. Por ahora ha hecho un video largo.