Enviado especial de La otra en el recital que Berry dio hace días en Brasil
“¿Todavía vive?”, me preguntan los más distraídos. “Sí, vive y sigue tocando”, les respondo, algo molesto. La conversación está centrada, nada más y nada menos, en una de las figuras más importantes de la música del siglo XX: Chuck Berry.
Tal vez este desconcierto sobre la actualidad del mítico músico se deba al hecho de haber pasado los últimos 30 años de su carrera sin grabar material nuevo, lo que lo diferencia de otros pioneros como Jerry Lee Lewis y Little Richard. Sin embargo, Berry está lejos de haber caído en el ostracismo y, si bien su discografía se ha detenido, ¿qué puede exigírsele a un músico de su talla, responsable de crear el rock and roll a mitad de los años 50 y de haber escrito algunas de las canciones (melodía + letra) más memorables de la historia?
Fueron sus más de 270 canciones escritas las que me motivaron a viajar hasta San Pablo para presenciar uno de los recitales que Berry daría en agosto en Brasil.
El concierto fue en el Via Funchal, una especie de Trastienda, pero tres veces mayor, al que se accedía por escaleras mecánicas.
Pautado para las 21:30 horas, el recital comenzó 30 minutos más tarde, con una formación que La Leyenda viene manteniendo hace años: su hijo Charles Jr. en segunda guitarra, James Lee Marsala en bajo, el genial Robert Johnson Lohr en teclados, y en esta ocasión un baterísta brasilero, Samuel Correa.
Desde el comienzo con Roll Over Beethoven; luego con Memphis Tennessee, School Days, Maybellene, My Ding-a-ling; ver y escuchar a Berry se sentía como viajar en la máquina del tiempo. Algo que hasta ahora me había pasado con el recital de James Brown en el Luna Park.
Berry es conocido por su fuerte carácter y obsesión con el sonido, lo que ya pudo observarse en el documental Hail! Hail! Rock 'n' Roll de 1987, donde obliga a Keith Richards a repetir el comienzo de Oh, Carol, disconforme con la forma que tenía éste último de tocarlo. En su presentación en San Pablo volvió a demostrar su carácter perfeccionista al comenzar con el riff de Johnny B. Good y cortar abruptamente la canción, ya que encontraba la guitarra desafinada. Sin embargo, decidió no perder el tiempo afinándola, por lo que Charles Jr. le cedió la suya para que su padre pudiera interpretar su canción más famosa.
El show duró poco, 56 minutos, que es lo que toca habitualmente el guitarrista y compositor, y se despidió con Reelin and Rockin, canción que aprovechó para hacer subir al escenario a las “garotas” allí presentes, “y que sean jóvenes”, aclaró.
Indudablemente Berry es un artista que está a la altura de su leyenda, y cuya figura se encuentra directa o indirectamente detrás de cada artista de rock and roll que ha pasado a la historia.
Sólo basta recordar las palabras de Lennon: “si hubiera que darle otro nombre al rock and roll, habría que llamarlo Chuck Berry”.
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