por Alejandro Ricagno
Recuerdo unas manos que se movían en el aire. Recuerdo una voz, y un rostro –pero primero una voz- que intentaba expresarse, exprimirse al borde del histrionismo y hacía esfuerzos por aprovechar cada ocasión frente a la cámara, para que su vida quedara para siempre conservada allí, en el cine, como “la momia de un faraón”. Recuerdo un gesto aristocrático -de esa aristocracia al que este personaje quería, decía haber querido pertenecer; una aristocracia del alma, más allá de la definición de clase- y recuerdo otra voz, imperativa -a veces sorda, seca- que lo impelía a repetir un parlamento, un gesto, una y otra vez; ciega en la búsqueda de ese instante de Verdad Fílmica. Un retrato dentro de otro que se ampliaba, recuerdo. Y otra vez la segunda voz, ya más calma, desde otro tiempo –sí, una voz que filma- mirando ese retrato doble, exhibiendo ese retrato doble y dándole la pincelada final; esa que acaba por organizar la obra; esa que incluye la misma posibilidad de su fracaso. La imperfección que le da vida, alma, y la convierte paradójicamente en perfecta.
Eso es lo que recuerdo de Santiago, el magnífico documental de Joao Moreira Salles, una de las perlas del Bafici 2007 (que ahora se exhibe en la fundación Proa). Un documental en dos tiempos y en mil resonancias.
En 1992, el documentalista Joao Moreira Salles se propone hacer un retrato reportaje de un personaje singular: Santiago Badarotti Merlo, un viejo mayordomo retirado que asistió a familias aristocráticas argentinas y brasileñas, entre ellas la de Moreira Salles. El cineasta rueda seis entrevistas con él. Cree estar realizando un retrato justo de un personaje a todas luces merecedor de un film: culto, refinado, histriónico, así es Santiago quien, entre otras excentricidades, ha dedicado su vida escribir miles de folios con la historia de la aristocracia mundial desde la Antigüedad hasta los Romanov.
En 1994, Santiago muere. En los años siguientes, Salles intenta encontrar el eje y el tono del documental. Sin embargo, el material en crudo se le resiste. No encuentra la película que él creía haber estado rodando. Pasan 15 años. Y Salles redescubre su filme y redescubre a Santiago, interrogándose sobre el cineasta que él era al momento del rodaje, y el cineasta -y la persona- en que se ha convertido hoy. Que podríamos calificar como un cineasta mayúsculo. Y una persona valiente y honesta. Porque si es cierto que un verdadero artista acaba filmando -o escribiendo o pintando o componiendo- de algún modo su propio retrato, Salles logra elevarse sobre sí mismo y mirando críticamente a aquel cineasta que cree en “la objetividad documental”, llega a retratar finalmente a su objeto (el sujeto fílmico Santiago) en la relación de fuerzas (siempre despareja) que el mismo hecho fílmico le había impuesto. En ese movimiento, Salles se autorretrata en las numerosas cajas chinas que el film va abriendo. Y así se encuentran, entonces, los dos Salles; el de 1992 que impone a su retratado un trabajo de autoritaria dirección actoral, forzándolo a ir más allá de sí mismo, y el que ahora mira con afecto a Santiago, que reflexiona y lo ve someterse (y también rebelarse a veces tímidamente) bajo el yugo de aquel Salles que hoy ha dejado de ser.
Salles logra su objetivo (el retrato real de Santiago) descubriéndose a sí mismo, desmontando las trampas del cine, exhibiendo las tomas repetidas, reflexionando sobre los momentos muertos, dejando entrar la voz imperativa del cineasta que en el rodaje no consigue ver ni oír realmente al que pretende filmar. Haciendo cine-ensayo, Salles llega al cine-poesía. Descubriendo y poniendo en evidencia las distancias entre cineasta y sujeto de filmación, incluyéndose él también desde el off del rodaje como objeto sonoro de filmación, y como objeto de reflexión en el off del presente del montaje. Y no sólo nos descubre esa distancia conceptual sino también revela la del Tiempo. (Podría escribirse otro tomo de la imagen-tiempo deleuziana sobre éste documental. Pero también podría escribirse un poema *).
Serge Daney le pedía al cine que le permitiera recorrer la distancia que lo separaba del otro. Al hacerse explícita esa distancia permite el recorrido para que ocurra el Encuentro Real. De otro modo se convierte en un falso encuentro, una mera imposición. El Salles actual descubre, no sin dolor, que no había objetividad posible en su retrato de 1992, porque la distancia impuesta, no era sólo estética sino, ante todo, de clase: él seguía siendo para Santiago, el señorito que el mayordomo había atendido en la infancia, y del que entonces, igual que ayer, recibía órdenes. Si hubiera montado el film ignorando esa fractura, creyéndose su papel de “documentalista objetivo”, su Santiago no hubiera sido más que una explotación fílmica, elegante tal vez, pero no diferente a la que tantos malos documentalistas nos han acostumbrado.
La honestidad de Salles nos acerca más al Santiago persona que al Santiago personaje. Lo que éste calla, lo no dicho entre retomas, sugerido en un gesto de resignado fastidio, eso que hubiera sido suprimido en un documental manipulador, es justamente lo más revelador. El redescubrimiento posterior de esa verdad es lo que logra saltar la fractura, restaurarla, lo que nos permite hacer el camino de Daney por el que Salles, al fin, encuentra a Santiago ¿O es Santiago desde la muerte, desde la vida que le vuelve a dar el film, mejor dicho, el que sale al encuentro de Salles, y por él, al nuestro? Por eso hablé de cajas chinas, de voces que filman, de voces que miran. Por eso me quedan flotando como un perfume esos hechos que forman toda memoria. Es decir. fragmentos.Y dentro de esos fragmentos, sombras que se vuelven luces, modos de recordar una danza de amor, de ética -nunca creería en una ética que no dance-, de belleza; en fin. Como la que finalmente consigue Salles para su faraón Santiago, para toda la eternidad.
* Santiago en el retrato de Moreira Salles
- Un poema médium-
Lo que queda del día
que filmé
es Santiago cansado de mi voz
Es mi voz que ahora recorro en el camino de Santiago
Y su huellas me enuncian frágil
en mi clase no neutral
Nunca dejé de ser el niño que fui
despertado en la noche por las teclas de un mayordomo
que acariciaba a Beethoven
en el desnudo de sus manos de frac
Lo que filmé sobre él,
imponiéndome
sobre su monólogo final
es el silencio gritado por sus manos
escribiendo en el aire
la historia de una imposible familia universal
imperios y linajes que ahora son ceniza
y su voz cenicienta que quiere recordarlos
-yo no escucho, yo filmo y ordeno-
escribirlos en folios
agregarse con derecho de maldito a un pequeño comentario
que los salve de la Historia o del olvido
que tantas veces son lo mismo
Olvidé quienes fuimos cuando dije Acción
y la cámara te tomó como un personaje de cámara
un títere de palacio en mis manos que ignoraban su poder de señor
recién ahora puedo ver mis pasos y los tuyos
títeres pequeños en el retablo inmenso de una mansión
cuya paredes son de Tiempo
Pero te hice vivir sobre las cenizas del que fuimos, Santiago!
unidos y diversos,
diferentes a ambos lados de la película total
tratando de vencer al tiempo
que nos repta
repta y denuncia
otra vez al niño de la casa
despierto en la noche por un sirviente de la música
la música de voces que nadie más escucha
como yo, pobre ingenuo cineasta,
que recién ahora, querido Santiago,
puedo, como un niño,
comenzar a atreverme a escuchar
(Poscriptum:
ninguna toma es la final
y en tu final que nunca acaba
lo que queda de tus días,
es exactamente mi principio...)
Alejandro Ricagno, otoño del 2007
Santiago se exhibe los sábados 25 de septiembre, 2, 9, 16, 23 y 30 de octubre y sábado 6 de noviembre a las 19:00 hs. en el Auditorio de Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929, La Boca, Caminito.
4 comentarios:
Excelente.
(Ey, qué verde está todo hoy!)
Es verde flúo, verde química, verde manía, nada que ver con la esperanza, es verde electroshock.
Si, los colores son demasiado brillantes. Oscar debe estar experimentando. Pero además este trabajo de Alejandro está muy interesante porque no solo tomaba - en aquel entonces- el film sino la angustia que experimenta el documentalista ante aquello que quiere dejar documentado, filmado y que por momentos se le escapa. O sea que trata del proceso de creación, nada más y nada menos. Eso muy pocas veces se menciona cuando se hace una crítica por más que el film lo amerite. O no hay tiempo,o no hay ganas, o hay que cumplir con la entrega de la nota para el día del estreno o no hay talento por el lado del cronista. No sé, pero se ve poco.
Así que por mi parte , trato de no dejar pasar cuando me parece que alguien se gastó las neuronas y loexhibió en este medio tan agradable, de gente variopinta y a la vez que pasa tan fugazmente.MARTHA
Recién ahora leo lo que pusiste Martha, gracias. Yo también tendría que hacer una autoreflexion ¿escribiría hoy esta nota así? El poema ya no me gusta tanto, por ejemplo. Pero también tendría que ver la pelicula otra vez. Acabo de leer otra crítica, mucho mejor escrita, por la siempre lúcida Maria Moreno en Radar. Ella va más allá en el estudio de las clases-relaciones- tensiones- entre el "señorito" y el "hijo de los patrones". Y habla muy bien de ese lugar "entre ellos" que es, creo, hoy, ahora- gracias al brillante texto de María- La Clave de la película- ensayo. El texto de María - al reves del mio, que de alguna manera "compra" sin más el discurso literal de Moreeira Salles en la película- estaá atenta a una tensión no explicitada, no subrayada en la pelícual. Esta atenta a un rumor, por decirlo de algín modo, pugiano, en el film. Hecho de complicidaes, venganzas y sobreentendidos. Lo cual vuelve la pelicual aún mucho más interesante.
La nota de María la podés leer acá:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-6500-2010-09-28.html
saludos.
Publicar un comentario