por Oscar Cuervo
Hasta hace poco yo me preguntaba cómo era posible que el cine argentino no percibiera la agitación política de estos años. Si toda la sociedad, la familia, la escuela, la tele, la música, se veía atravesada por una controversia, ¿cómo era que en cine no se veía? ¿Cómo el cine argentino podía ser tan careta para mantenerse al margen de la disputa?
2012 es el año en que el cine se hizo cargo del problema.
Obviamente, no digo que el cine argentino haya sido apolítico, porque nunca es posible que lo sea. Pero resultaba muy raro que en las películas argentinas no se percibieran rastros de estos años de disputa.
Uno iba a reunirse con familiares y se armaba la discusión, en los blogs arreciaba la discusión, en la universidad se discutía, en la calle. Entre los sindicalistas, los escritores, los músicos, los actores, entre taxistas y pasajeros se discutía con pasión, atropelladamente. Los críticos de cine se puteaban unos a otros, gente que había compartido espacios comunes por años, de pronto se veía enfrentada.
¿Cómo era posible que de ese estado de discusión no se percibieran rastros en las películas argentinas? Ni en las buenas ni en las malas...
Y bueno, este año la cosa cambió drásticamente.
Un intento fallido de instalar una discusión fue Secuestro y muerte, de Fillipelli. Pero no prosperó, por varios motivos. Por su histeriqueo para no llamar las cosas por su nombre. Por su cobardía cívica, por su vocación endogámica... La única discusión que podía plantear Secuestro y muerte estaba restringida al mundillo del Bafici y ni siquiera. Pasó desapercibida.
De todos modos, a pesar de sus remilgos, Secuestro y muerte era más honesta en su insidia que el cancherismo antipolítico de El estudiante. La peliculita venerada por el mundillo baficiano, es cine liberal libertario, lanatismo avant la lettre. Aunque para ser lanatismo pleno El estudiante tiene un inconveniente: la mayoría de la juventud lanatista es tan bruta que no ve películas políticas. Así que la discusión en torno a El Estudiante se limitó a morderse la cola: entre los que decían que la película decía y los que decían que no decía. Por lo tanto, era solo una discusión entre críticos y estudiantes de cine.
Secuestro y muerte y El estudiante fueron, por tanto, dos intentos fallidos de instalar un debate político. Fallidos por su falta de coraje. Por su mala fe, por su liberalismo abstracto y por su esnobismo.
Este año aparecieron al menos tres películas en las que se percibe con claridad las huellas de la contienda.argentina, cuando no la contienda misma. Películas que exhiben una posición, que se hacen cargo de ella.
Tierra de los padres, Infancia clandestina y Néstor Kirchner.
No es una enumeración exhaustiva: a lo mejor hay más, pero son las que a mí se me hacen evidentes.
No forman parte de lo mismo: son muy diferentes en sus propósitos y en su concepción cinematográfica. No tienen las tres el mismo valor artístico, pero de algún modo en ellas se afirma la idea de que la estética no lo es todo. No son idénticas en su posición política ni en el público al que reclaman. Pero sus realizadores quieren intervenir por medio de ellas en el conflicto político actual. No hablan sólo de la dictadura, aunque sí hablan de ella. No hablan solo de los 70, aunque sí hablan de esa década. No hablan de "la política" o de "la violencia" en abstracto: hacen política y hacen cine. No son post-políticas, no son irónicas ni elusivas. Y coinciden en algo más: son tres películas incómodas para el partido del cine (esta es una idea que habría que desarrollar).
Hoy en Patologías culturales y mañana en La otra.-radio intentaremos seguir desarrollando estas ideas. FM La Tribu. Hoy sábado a las 17:00, mañana domingo a la medianoche. 88,7. Acá se puede escuchar online.
1 comentario:
Para mí, El estudiante ni siquiera intenta discutir algo. Está hecha con todos los prejuicios antipolítica típicos de la década del '90. No hay en ella el menor rastro del cambio cultural de los últimos años. Pero imaginemos que no se quiso hablar de "la política" sino apenas de la política universitaria, ese espacio en el que partidos políticos que no superan el 15% de los votos en una general (o que, como en el caso de los troskos, no llegan al 4%) ganan centros de estudiantes. Tampoco funciona. Todo se reduce a una anécdota de trazo grueso, militantes modelo trosko contra militantes modelo Franja Morada. Ni siquiera en ese aspecto se discute política: los troskos son bienintencionados con métodos errados y los otros, idiotas útiles de algún docente que ambiciona el rectorado. No hay diferencias ideológicas en esa antinomia. El poder aparece como la fuente de todos los males, y todo se reduce al modo en que se ejerce una moral individual. O sea, una mierda de película. Pensar que desperdicié un viaje en Buenos Aires para ir a verla a la Lugones (soy de La Plata) y encima tener que escuchar aplausos.
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