"...Hay que adaptarse de algún modo a eso que llamamos la realidad para poder ajustar cuentas con ella. Esta realidad tiene hoy rasgos muy identificables, porque su violencia es la de una fúnebre vitalidad que se propaga por todas partes: pérdida de antiguos valores (independientemente de cómo se los juzgue); aburguesamiento total; se compensa la aceptación del consumo con la excusa de un ostentoso anhelo democrático; se compensa el conformismo más degradado con el pretexto de una ostentosa exigencia de tolerancia. Es cierto que hay gente que sigue actuando movida por la inercia de unas necesidades civiles que se defienden desde hace unos 10 años, que lucha por una sincera inquietud democrática y en nombre de una tolerancia real. Hace 10 años, sin embargo, los significados de la palabra "obediencia" y "desobediencia" eran profundamente distintos. La palabra "obediencia" todavía provocaba aquel horrible sentimiento que arrastraba tras décadas de contrarreforma, de clericalismo, de moralismo pequeño-burgués y de fascismo; mientras que la palabra "desobediencia" todavía significaba el maravilloso sentimiento que daba el rebelarse contra todo eso.
"Pero todo eso, contrariamente a cualquier lógica que nosotros llamamos histórica, no fue desplazado por una rebelión de los desobedientes sino, inesperadamente, por la primera gran revolución auténtica de la derecha capitalista. Ahora la contrarreforma, el clericalismo, el moralismo pequeño-burgués y el fascismo son residuos que resultan una molestia para este nuevo poder. ¿Acaso luchamos contra esos residuos? ¿Son sus normas las que tenemos que desobedecer? La característica más clara de esta revolución capitalista es su carácter destructor: su primera exigencia es desembarazarse de un universo moral que le impide la expansión.
"Observemos por ejemplo la criminalidad italiana. No es un análisis marginal. No se trata de un mundo particular que se puede relegar al apartado de las últimas noticias. La criminalidad italiana es un fenómeno imponente y primario de la nueva condición de la vida italiana. No sólo los delincuentes tradicionales sino la masa joven italiana a secas (excepto élites reducidas, por lo general jóvenes afiliados al PCI) está formada por criminaloides. Esos cientos de miles o millones de jóvenes que sufren la pérdida de los valores de una cultura y que no han hallado todavía a su alrededor los valores de una nueva cultura (tal y como nosotros la configuramos) aceptan con descaro y violencia los valores de la cultura del consumo (que nosotros rechazamos), a la vez que declaran un progresismo verbal.
"Pues bien, para todos estos jóvenes es válido el modelo del “desobediente”. Ninguno de ellos se considera “obediente”. En realidad, las palabras han invertido su significado: de acuerdo con la ideología destructora del nuevo capitalismo, el que se cree desobediente y se exhibe como tal, es en realidad obediente. El que disiente de este proceso destructor -y se considera obediente por creer en los valores que el capitalismo está destruyendo- resulta ser, por tanto, el auténtico desobediente. La destrucción es el signo dominante de este modelo de falsa desobediencia (falta de respeto, burla, desprecio por la piedad) en que consiste hoy la obediencia de siempre".
(Pier Paolo Pasolini, fragmentos de su Carta a Marco Panella, Corriere della Sera, 18 de julio de 1975)
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