"Los barrios populares son cárceles sin necesidad de puertas, ni de muros, ni de estar vigiladas por rabiosos centinelas. Donde la belleza convive con la violencia. Flores que crecen sin muletas. Un basural de cicatrices, que se conforma con la piedad de los turistas. Personas que arriban al mundo con una marca en la frente. Generaciones de jóvenes ya veteranos del horror, donde pocos sobreviven al carnaval de la mano dura".
César González
Lluvia de jaulas (César González, 2019) es la película que expone la mirada sobre lo real más lírica, desolada y dura que haya producido el cine argentino en los últimos años. Con su quinto largometraje, González termina de definir una posición única no solo respecto de los cineastas de su generación, sino también del menguante "Nuevo Cine Argentino", cuya novedad vemos extinguirse de manera constante. Es probable que González inaugure también una posición hasta ahora inédita en la historia del cine argentino sin más: la apertura de lo real desde una mirada no burguesa ni pequeño-burguesa, un cambio drástico de perspectivas.
César González reúne varias cualidades diferenciales que ahora en esta película terminan de conquistar la forma de una belleza veraz:
- En sus cinco largometrajes él no pretendió fijar prematuramente rasgos de estilo ni genéricos sobre los que descansar. Esto posibilita que en Lluvia de jaulas explore formas cinematográficas que no repiten procedimientos ya probados. Sus opciones formales en esta película asumen el riesgo de innovar sobre su propia filmografía. Cine de poesía, liberado de las sujeciones de una narración unitaria y cerrada, en sintonía con autores que se ubican en la vanguardia del cine mundial. Su ductilidad expresiva derriba cualquier separación infundada entre cine de poesía y cine de ensayo. Lluvia de jaulas es una cosa tanto como la otra. Es también cine eminentemente político: por una vez aquí no es cierto el exitoso dogma de que el pueblo falta.
- Su cámara abre un espacio al que a otros cineastas argentinos les resulta inaccesible y esto es así por su procedencia social. La lacerante fractura de clase y generacional que él pone en el plano hace aparecer un lugar y unos personajes a los que sus colegas hasta ahora solo pudieron espiar desde afuera y de paso. La cámara de González prueba una presencia corporal en ese mundo que nos abre. Para esto existe el cine: para afinar la mirada desde puntos de vista singulares y no intercambiables. No se trata de "temáticas sociales" que pudieran desarrollarse mejor en tratados sociológicos. Se trata de dar a ver cuerpos y espacios concretos, no abarcables mediante conceptos u opiniones. Y no cuerpos y espacios cualesquiera, sino aquellos en los que el sistema social colapsa sin que el cine hasta ahora haya encontrado la forma de filmarlo.
- El trayecto biográfico de González condensa, pese a su juventud, una experiencia vital que deja huellas ostensibles en su cuerpo y en su mirada, reconocibles en la textura de su cine.
- Su producción poética, literaria y ensayística lo diferencian también de la gran mayoría de los cineastas actuales. González no llega al cine con una aproximación meramente "cinéfila", menos aún con la formación escolar que hoy predomina entre los directores de su generación. Antes exploró otras formas artísticas e intervino en la conversación pública con una formación filosófica y una conciencia de clase inusuales entre sus colegas.
No hablo de atributos simplemente personales de alguien que además hace películas. Estas cualidades que enumero determinan su mirada cinematográfica.
En Lluvia de jaulas asistimos a un retrato colectivo centrado en el sector de la población más frágil y lesionado por la tremenda violencia de clase del régimen actual. Los chicos de los barrios pobres cuyos cuerpos, voces e historias aparecen en la película son el blanco de un genocidio silencioso, por la obstinación del resto de la sociedad en no escuchar ni ver. Con un material dramático tan potente se podrían ensayar construcciones estilísticas de lo más variadas. César González opta aquí por un tono elegíaco que no ahorra mostrar la dureza de las vidas retratadas ni la violencia social consentida por acción o por omisión.
Con prescindencia de todos los apuntes anteriores, en los que quise fundamentar el carácter distintivo del cine de González y específicamente de esta película, Lluvia de jaulas nos regala algunas de las secuencias más hermosas, tiernas y vitales de personajes con un desamparo existencial que no tiene raíces metafísicas sino económicas y políticas, es decir: cuya responsabilidad se extiende sobre todo el cuerpo social. Ninguna otra película argentina mostró así la catástrofe argentina en curso, en su verdad y en su inquietante belleza.
La cortina de lluvia que casi constantemente atraviesa el plano impone una tonalidad triste y reflexiva, así como la suave textura de las pieles de los chicos que pueblan este espacio filmado nos regalan una tersura que constituye el alegato más potente contra la crueldad del sistema político que los asesina.
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