El sábado próximo se estrena Plan B en el MALBA
Este domingo a la medianoche lo anticipamos
en La otra.-radio
por oac
(Atención: se revelan detalles de la trama de la película)
El relato de Plan B, el primer largometraje de Marco Berger, puede ilustrarse mediante un triángulo isósceles: una chica y dos muchachos; la chica es primero la novia de Bruno, después de Pablo; Bruno se acerca a Pablo para meterse de alguna manera con el actual de su ex, con fines vengativos. Contada de esta manera parece una comedia de enredos, la comedia del cazador cazado. Bruno tiene un plan, interferir en la nueva pareja de su ex-chica, y escoge un modo no convencional: seducirlo a él. Lo propio del plan es que falle. Pablo cae en la trampa que le tiende Bruno y eso era lo que Bruno buscaba. Pero el asunto es que Bruno se enreda en su propio lazo y termina metiéndose en serio con Pablo: quiero decir: el muchacho se enamora del novio de su ex-novia.
La experiencia de ver la película sin embargo no conduce a la comedia que podría esperarse, no hay, digamos, situaciones jocosas basadas en el engaño o en los equívocos de genero (chica/chico/chico), ni tiene demasiada importancia si la chica descubre o no los cuernos que le han metido sus dos novios. Hay algunas risas pero son de nervios. Y el tono general es más bien oscuro. En los primeros minutos del film, Bruno le cuenta su plan a un amigo y es así como nos enteramos de que va a seducir a Pablo. Bruno espía a la pareja y luego procura ligarse al muchacho en situación de gimnasio, se acercará a él con una excusa pueril, como la que se usaría en cualquier levante. Y la comedia que podría ser se dispara para otro lado porque, ni bien se miran, el deseo entre los dos muchachos está funcionando a tope. La atracción erótica es notoria. Y recíproca. Aunque no se hagan cargo. Uno se da cuenta enseguida de que el plan ya no es lo que era, o más bien que Bruno no tomó demasiados recaudos para que el plan funcionara como lo ideó. O, quizá, lo que ideó no es lo que deseaba y lo que en realidad logra es lo que deseaba sin tener idea de que deseaba eso. Ese nudo entre lo que se planea, lo que se desea y lo que se consigue es la usina que provee a la película de su peculiar tensión.
¿Tiene idea Bruno de cuánto desea a Pablo? ¿A patir de qué momento? ¿Y cuánto tiempo emplea en esquivar su propio deseo, una vez que lo empieza a registrar? Estas mismas preguntas se pueden hacer respecto de Pablo, aunque sus tiempos sean distintos. La cámara de Berger está cautivada por registrar cada ínfima vacilación en la distancia que guardan sus cuerpos, sus roces y retrocesos. Y también por transitar el tren fantasma de sus corazones, su imperceptible pasaje de amigos a compinches, de cómplices a novios, de cariño a calentura. Ese calentamiento global necesita ser filmado (Berger necesita filmarlo) en todas sus gradaciones. Bruno y Pablo son muchachos de veintipico, cerca de los treinta. Y son (parecen) completamente straight, no hay ningún rasgo gay en sus comportamientos. Dos típicos jóvenes porteños, clase media baja, de hábitos medios, medianamente inteligentes. Bruno es más simpático, algo canchero, no excesivamente. Pablo es más parco, quizá tímido. Se hacen amigos y, aun cuando sus encuentros se van cargando de un sentimentalismo un poco cursi, tratan de no perder cierta distancia viril. La amistad de ellos los retrotrae a un punto de la adolescencia y en un momento empiezan a decirse eso de ser amigos “como los que uno tiene a los trece”.
Esta oscilación entre los códigos de comportamiento medios y el evidente deseo homoerótico que ellos parecen no terminar de advertir es lo que inquieta de la película. Y todo a media luz, crepúsculo interior. Berger observa a sus personajes con una fruición un poco malévola, pero no los apura, los deja dar todos los rodeos que ellos quieran, los espera, los deja a la sombra. El goce parece estar en espiarlos mientras ellos van poniéndose en evidencia. Si los muchachos pueden pasar mucho tiempo juntos en situaciones íntimas al borde del romance sin blanquear lo que sienten, el punto de vista que elige el director es el de un tercero que intuye lo que ellos desean y disfruta espiándolos, demorándose en leer sus gestos a contrapelo de lo que ellos pueden admitir.
Aquí es donde Berger se revela como un cineasta por necesidad: filma para poder mirarlos, colocándose en el mejor lugar posible. Esto le da a Plan B una dirección muy precisa, porque su mirada nunca se aparta del imperio de ese deseo. La intriga inicial pierde importancia ni bien la cámara logra inmiscuirse entre ellos; igual que Bruno y Pablo, el film se olvida del pretexto que los acercó, porque lo que importa es estar junto a ellos. La vida exterior desaparece, no importa nada de lo que hagan o sean fuera de esa intimidad. Cuando aparecen otros personajes (la novia, el amigo de Bruno, otra amiga, la hermana, la vecina que escucha las conversaciones) sólo funcionan como testigos del vínculo que va creciendo, auxiliares del punto de vista del film y nunca obstáculos para el encuentro de los posibles amantes. Por eso no hay escenas puramente informativas ni se pierde el tiempo en contextos innecesarios.
Esa economía del relato se hace visible en la posición de la cámara y en la duración de los planos: Berger pone la mira en función de su deseo, en planos medios y en ángulos estratégicos. Un plano cinematográfico captura la atención cuando está regido por el deseo, cuando el rango entre lo que se ve y lo que no puede verse, entre el centro del cuadro y los bordes, entre las zonas iluminadas y las oscuras, entre el comienzo del plano y su corte, no obedecen a un cálculo de puesta en escena, sino a una pasión de la mirada. No todo el que filma películas obedece a esa pasión, sólo los cineastas. Creo que Marco Berger es un cineasta.
Al cine argentino, incluso al NCA, le cuesta filmar el deseo, la sexualidad nunca resulta del todo convincente, entre el patetismo hilarante, la frialdad arty y un puritanismo mal disimulado. Plan B es una película en la que erotismo y suspenso surgen de elementos específicamente cinematográficos: angulación de cámara, iluminación crepuscular y una tensión sostenida a fuerza de planos secuencia y actuaciones de rara intensidad.
Pero no se trata solamente de que la homosexualidad haya sido maltratada en el cine local. Berger se mueve con decisión en un terreno más amplio: es difícil encontrar directores del NCA que se metan a fondo en la intimidad de sus personajes, en sus recovecos deseantes. Lo habitual es una actitud elusiva, donde todo es amague, indefinición, distancia, exterioridad. Y esto vale incluso para los mejores exponentes del NCA.
Plan B sienta un precedente: en la pantalla vemos personas enamoradas, perturbadas, confusas, calientes. ¡Y no se muere nadie!
Este domingo a la medianoche el director Marco Berger en La otra.-radio (FM La Tribu, 88.79 viene a anticpar el estreno de Plan B; también viene a hablar de su cortometraje Platero y de su segundo largo (en etapa de posproducción): Ausente.
También viene al programa Dante Palma. Pero de eso hablamos en otro post. Clickear acá para escuchar el programa on line.
Este domingo a la medianoche lo anticipamos
en La otra.-radio
por oac
(Atención: se revelan detalles de la trama de la película)
El relato de Plan B, el primer largometraje de Marco Berger, puede ilustrarse mediante un triángulo isósceles: una chica y dos muchachos; la chica es primero la novia de Bruno, después de Pablo; Bruno se acerca a Pablo para meterse de alguna manera con el actual de su ex, con fines vengativos. Contada de esta manera parece una comedia de enredos, la comedia del cazador cazado. Bruno tiene un plan, interferir en la nueva pareja de su ex-chica, y escoge un modo no convencional: seducirlo a él. Lo propio del plan es que falle. Pablo cae en la trampa que le tiende Bruno y eso era lo que Bruno buscaba. Pero el asunto es que Bruno se enreda en su propio lazo y termina metiéndose en serio con Pablo: quiero decir: el muchacho se enamora del novio de su ex-novia.
La experiencia de ver la película sin embargo no conduce a la comedia que podría esperarse, no hay, digamos, situaciones jocosas basadas en el engaño o en los equívocos de genero (chica/chico/chico), ni tiene demasiada importancia si la chica descubre o no los cuernos que le han metido sus dos novios. Hay algunas risas pero son de nervios. Y el tono general es más bien oscuro. En los primeros minutos del film, Bruno le cuenta su plan a un amigo y es así como nos enteramos de que va a seducir a Pablo. Bruno espía a la pareja y luego procura ligarse al muchacho en situación de gimnasio, se acercará a él con una excusa pueril, como la que se usaría en cualquier levante. Y la comedia que podría ser se dispara para otro lado porque, ni bien se miran, el deseo entre los dos muchachos está funcionando a tope. La atracción erótica es notoria. Y recíproca. Aunque no se hagan cargo. Uno se da cuenta enseguida de que el plan ya no es lo que era, o más bien que Bruno no tomó demasiados recaudos para que el plan funcionara como lo ideó. O, quizá, lo que ideó no es lo que deseaba y lo que en realidad logra es lo que deseaba sin tener idea de que deseaba eso. Ese nudo entre lo que se planea, lo que se desea y lo que se consigue es la usina que provee a la película de su peculiar tensión.
¿Tiene idea Bruno de cuánto desea a Pablo? ¿A patir de qué momento? ¿Y cuánto tiempo emplea en esquivar su propio deseo, una vez que lo empieza a registrar? Estas mismas preguntas se pueden hacer respecto de Pablo, aunque sus tiempos sean distintos. La cámara de Berger está cautivada por registrar cada ínfima vacilación en la distancia que guardan sus cuerpos, sus roces y retrocesos. Y también por transitar el tren fantasma de sus corazones, su imperceptible pasaje de amigos a compinches, de cómplices a novios, de cariño a calentura. Ese calentamiento global necesita ser filmado (Berger necesita filmarlo) en todas sus gradaciones. Bruno y Pablo son muchachos de veintipico, cerca de los treinta. Y son (parecen) completamente straight, no hay ningún rasgo gay en sus comportamientos. Dos típicos jóvenes porteños, clase media baja, de hábitos medios, medianamente inteligentes. Bruno es más simpático, algo canchero, no excesivamente. Pablo es más parco, quizá tímido. Se hacen amigos y, aun cuando sus encuentros se van cargando de un sentimentalismo un poco cursi, tratan de no perder cierta distancia viril. La amistad de ellos los retrotrae a un punto de la adolescencia y en un momento empiezan a decirse eso de ser amigos “como los que uno tiene a los trece”.
Esta oscilación entre los códigos de comportamiento medios y el evidente deseo homoerótico que ellos parecen no terminar de advertir es lo que inquieta de la película. Y todo a media luz, crepúsculo interior. Berger observa a sus personajes con una fruición un poco malévola, pero no los apura, los deja dar todos los rodeos que ellos quieran, los espera, los deja a la sombra. El goce parece estar en espiarlos mientras ellos van poniéndose en evidencia. Si los muchachos pueden pasar mucho tiempo juntos en situaciones íntimas al borde del romance sin blanquear lo que sienten, el punto de vista que elige el director es el de un tercero que intuye lo que ellos desean y disfruta espiándolos, demorándose en leer sus gestos a contrapelo de lo que ellos pueden admitir.
Aquí es donde Berger se revela como un cineasta por necesidad: filma para poder mirarlos, colocándose en el mejor lugar posible. Esto le da a Plan B una dirección muy precisa, porque su mirada nunca se aparta del imperio de ese deseo. La intriga inicial pierde importancia ni bien la cámara logra inmiscuirse entre ellos; igual que Bruno y Pablo, el film se olvida del pretexto que los acercó, porque lo que importa es estar junto a ellos. La vida exterior desaparece, no importa nada de lo que hagan o sean fuera de esa intimidad. Cuando aparecen otros personajes (la novia, el amigo de Bruno, otra amiga, la hermana, la vecina que escucha las conversaciones) sólo funcionan como testigos del vínculo que va creciendo, auxiliares del punto de vista del film y nunca obstáculos para el encuentro de los posibles amantes. Por eso no hay escenas puramente informativas ni se pierde el tiempo en contextos innecesarios.
Esa economía del relato se hace visible en la posición de la cámara y en la duración de los planos: Berger pone la mira en función de su deseo, en planos medios y en ángulos estratégicos. Un plano cinematográfico captura la atención cuando está regido por el deseo, cuando el rango entre lo que se ve y lo que no puede verse, entre el centro del cuadro y los bordes, entre las zonas iluminadas y las oscuras, entre el comienzo del plano y su corte, no obedecen a un cálculo de puesta en escena, sino a una pasión de la mirada. No todo el que filma películas obedece a esa pasión, sólo los cineastas. Creo que Marco Berger es un cineasta.
Al cine argentino, incluso al NCA, le cuesta filmar el deseo, la sexualidad nunca resulta del todo convincente, entre el patetismo hilarante, la frialdad arty y un puritanismo mal disimulado. Plan B es una película en la que erotismo y suspenso surgen de elementos específicamente cinematográficos: angulación de cámara, iluminación crepuscular y una tensión sostenida a fuerza de planos secuencia y actuaciones de rara intensidad.
Pero no se trata solamente de que la homosexualidad haya sido maltratada en el cine local. Berger se mueve con decisión en un terreno más amplio: es difícil encontrar directores del NCA que se metan a fondo en la intimidad de sus personajes, en sus recovecos deseantes. Lo habitual es una actitud elusiva, donde todo es amague, indefinición, distancia, exterioridad. Y esto vale incluso para los mejores exponentes del NCA.
Plan B sienta un precedente: en la pantalla vemos personas enamoradas, perturbadas, confusas, calientes. ¡Y no se muere nadie!
Este domingo a la medianoche el director Marco Berger en La otra.-radio (FM La Tribu, 88.79 viene a anticpar el estreno de Plan B; también viene a hablar de su cortometraje Platero y de su segundo largo (en etapa de posproducción): Ausente.
También viene al programa Dante Palma. Pero de eso hablamos en otro post. Clickear acá para escuchar el programa on line.
1 comentario:
ojalá todos los planes fallaran así...
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