Secuestro y muerte
por oac
Secuestro y muerte está referida a la muerte de Aramburu en manos de los Montoneros, pero eso es algo que no se explicita en la película, sino en las declaraciones periodísticas de sus hacedores (el director Rafael Filippelli, los guionistas Beatriz Sarlo y Mariano Llinás). Un espectador no avisado no encontrará en el film elementos para saber quiénes fueron Aramburu o los Montoneros; y menos aún para situar el episodio en el contexto de la historia argentina: el peronismo, los años de proscripción, las dictaduras militares y los intereses económicos y políticos que encarnaban los distintos actores están omitidos. De hecho, no se llama a Aramburu ni a los Montoneros por sus nombres, tampoco se mencionan a Perón o a Evita. Más aún, se pretende disimular el escamoteo de estas marcas con un humor carente de gracia: en lugar de Perón, los secuestradores hablan del “Jefe” (ni siquiera del General); en lugar de Evita, dicen “esa mujer” (apelación que en el cuento del mismo nombre escrito por Rodolfo Walsh está puesta en boca de un militar antiperonista); los secuestradores juegan a una adivinanza cuya respuesta notoria (para el espectador avisado) es “Perón”, pero en lugar de eso dicen “Mitre”: se trata de un guiño burlesco a costa de la inteligencia de los personajes, sin una función narrativa que lo justifique. Estas “gracias” hacen pensar en una provocación pueril (si no fuera porque el promedio de edad de los autores es elevado).
El General (así llaman en la película a Aramburu, no a Perón) es secuestrado por jóvenes que lo acusan de haber sustraído el cadáver de esa mujer y de haber fusilado a un grupo de militares sublevados (se alude al levantamiento encabezado por el general Valle en 1956). El General se defiende alegando que las situaciones revolucionarias requieren medidas excepcionales. Los captores lo interrogan, pero se niegan a hablar de política con el secuestrado; entre ellos tampoco se los ve discutiendo de política. Para la dramaturgia del film, el general tiene argumentos, ellos no. La caracterización que hace Enrique Piñeiro del general secuestrado recuerda más a un agobiado demócrata (quizás el mismísimo Alfonsín, o a Mario Sapag imitando a Alfonsín) que a un golpista fusilador. Frente a él, los secuestradores son jóvenes frívolos e ignorantes, personajes sin carnadura histórica: su despolitización, su tics verbales y sus comportamientos parecen sacados de Todos mienten o de alguna otra película de la factoría Llinás. El punto de vista elegido esquiva casi toda contextualización, pero, significativamente, hay algunas marcas históricas que sí se se plantaron (como cuando se plantan en la escena de un crimen pistas para desviar la atención): la carta de Perón a los Montoneros sobre el fusilamiento del Che es leída por uno de los secuestradores. Esta escena es un injerto que nada en la narración reclama, lo que evidencia que la omisión de datos contextuales no responde a un intento de ceñirse a una unidad dramático-temporal. Así funcionan también los diálogos “cómicos” que tienen los guerrilleros tontos acerca de la llegada del hombre a la luna. Los secuestradores divagan acerca de un simulacro montado por la CIA y filmado en un estudio “por el tipo ese de Odisea del Espacio”: son sólo anacronismos cancheros dirigidos a la coyuntura actual.
Si hay alguna política en el film de Filippelli, Sarlo y Llinás es este histeriqueo con la historia, plagado de alusiones y elusiones. El tono sarcástico desnuda la imposibilidad de sostener una tesis seria sobre el período histórico sobre el que ambicionan "decir algo". También resulta visible la escritura parcelada de las escenas: los argumentos esgrimidos por el General proceden del ensayo de Sarlo, La pasión y la excepción; la estupidez de los secuestradores es artificio de Llinás. La política del film queda signada por la incapacidad: filmar el secuestro y muerte de Aramburu sin nombrar a Perón, Evita y los Montoneros parece ser el tabú propio de una burguesía medrosa más que una libre elección artística.
Los títulos dicen que la idea original es de Sarlo. Las declaraciones de Filippelli aclaran que en el origen está La pasión y la excepción. El libro de Sarlo trata sobre el secuestro de Aramburu, basándose principalmente en el relato que los Montoneros hicieron en 1973 en la revista La Causa Peronista. El ensayo no evita la contextualización, todo lo contrario, allí cada personaje histórico es llamado por su nombre y las referencias al contexto son profusas. Sarlo considera que el secuestro y muerte de Aramburu es un acto iniciático de las luchas de los 70, una singularidad histórica que inaugura la época y la determina. El acto de los Montoneros es reducido por Sarlo a un acto de venganza; esta caracterización moral permite despolitizar el episodio: “Ni temprana ni tardíamente, los Montoneros nacen a la venganza en el momento preciso. Su víctima, por otra parte, estaba en condiciones ideológicas de acceder a una conciencia plena de los motivos del acto de venganza. Incluso, en dos tramos del relato de Firmenich y Arrostito [se refiere al relato aparecido en La causa peronista], Aramburu parece comprenderlos o pensar que puede argumentar con sus secuestradores jóvenes bien intencionados, pero equivocados, no saben que derramarán una sangre que los dejará manchados para siempre. Aramburu se defendió de las acusaciones con motivos que los Montoneros podían entender: una revolución mata a los contrarrevolucionarios, les dijo justificando los fusilamientos de junio de 1956. Exactamente eso es lo que estaba pasando a principios de junio de 1970. La revolución futura mataba al contrarrevolucionario del 55. La víctima de la venganza podía entender las razones de su muerte, aunque intentara argumentar sobre ellas”.
Pero, ¿es fidedigno el relato que los Montoneros hacen de los argumentos que usó Aramburu para defenderse?. No hay manera de saberlo, pero así lo prefiere Sarlo. Esto le permite establecer la figura despolitizada de la venganza como clave exclusiva del hecho, propiciando con ello una variante de la teoría de los dos demonios: Aramburu y los Montoneros comparten la moral de la excepción revolucionaria; el acto que según Sarlo signó una época violenta se tramita según una lógica que equipara a los protagonistas y los sustrae de una trama política más compleja y abarcadora. Se trata de dos bandos militares que dirimen sus diferencias con un código en común. Y de ninguna otra cosa. Y Sarlo invita a considerar a la década del 70 en su totalidad como sobredeterminada por este acto de venganza.
La película de Filippelli no termina de hacerse cargo de esta tesis, porque la división de tareas entre las escenas de Sarlo y las de Llinás diluye toda posibilidad de definición. Esta intermitencia, el jugar a decir cosas sin decirlas del todo, es la auténtica política de Secuestro y muerte. Es la combinación de las taras polìticas de sus autores la que le confiere la forma contrahecha al film.
La película de Filippelli no termina de hacerse cargo de esta tesis, porque la división de tareas entre las escenas de Sarlo y las de Llinás diluye toda posibilidad de definición. Esta intermitencia, el jugar a decir cosas sin decirlas del todo, es la auténtica política de Secuestro y muerte. Es la combinación de las taras polìticas de sus autores la que le confiere la forma contrahecha al film.
1 comentario:
El motivo por el que los nombres están escamoteados no es por provocación: es para evitar problemas legales con los deudos.
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