El problema no es la forma de comunicación macrista, sino lo que tiene que comunicar
por Franco Lentini y Alejandro Brain
El domingo pasado nos encontramos con la sorpresa de una filtración masiva de documentos de sociedades off shore inscriptas en Panamá. Más de once terabytes de información fue revelada por la firma de abogados panameña Mossack Fonseca, que entregó la información al Consorcio internacional de Periodistas de Investigación (CIJ, en inglés).
Estas empresas radicadas en el exterior sirven, de una forma legal y masiva, para evitar pagar una gran cantidad de impuestos. La repercusión mundial fue tan grande que el tópico Panamá Pappers se convirtió en el trending topic número uno a nivel global, con más de quinientas millones de menciones, y ocupó las portadas digitales de los medios más importantes del mundo.
Entre la lista de las personas que eran dueñas de las firmas había 12 jefes de estado en ejercicio; 128 dirigentes políticos y funcionarios y 29 de las 500 personas más ricas del mundo.
El escándalo fue tal que ya se cobró su primera víctima política: David Gunnlaugsson, ahora ex primer ministro islandés, debió renunciar a causa de la gran presión realizada por la oposición política de ese país y las manifestaciones populares en su contra. En Argentina, antes de esta revelación, la alianza Cambiemos pedía a gritos volver a ser parte del mundo; pero fue el presidente Mauricio Macri, al figurar junto con su padre Franco Macri como titulares de varias de estas empresas en paraísos fiscales, quien logró poner en primera plana mundial al país. Volvimos a ser parte del mundo, sí, pero como eje del escándalo político mundial más grande de los últimos años, que llegó a las portadas del New York Times y del prestigioso diario español El Mundo. Ambos medios realizaron sendos editoriales en los que destrozaron la imagen de inocencia del presidente Macri, cuya cara apareció en primera plana en las secciones internacionales.
El jueves último en el programa Animales Sueltos Jorge Asís comentó que la única forma de salir de este entuerto era que el presidente se juntara con corresponsales extranjeros y los convenciera de su inocencia. Con esto, el votante de Cambiemos se sentiría un poco contrariado, ya que ahora el mayor problema para viajar fuera del país ya no sería comprar dólares -que, por otro lado, ya están más caros-, sino que al decir que son argentinos les preguntaran por la corrupción del presidente. En el exterior, somos conocidos por Maradona, Messi y ahora por Macri.
En la Rosada se escucha que el frente interno está tranquilo. “Nos salvan Lázaro Báez, Elaskar, Fariña, etc.”. Los medios de comunicación, fronteras adentro, están alineados (La Nación, Clarín y TN, principalmente). Sólo causan molestias alguno que otro, como Radio del Plata -que se encuentra en una profunda crisis económica interna- o C5N. Pan comido. El problema para el macrismo es su imagen internacional.
La primera respuesta oficial estuvo a cargo del vocero presidencial, Iván Pavlovsky, quién explicó en una nota en La Nación que Mauricio no tenía actividad plenaria como socio en ninguna de las empresas. Por otra parte, Laura Alonso, titular de la Oficina Anticorrupción -organismo especialmente creado para investigar los casos de corrupción, presuntamente independientemente del partido gobernante- defendió al presidente declarando que "constituir una sociedad en un paraíso fiscal no es delito en sí mismo”.
Marcos Peña, Jefe de Gabinete, sale a parar todos los centros, para bien o para mal. El frente de Cambiemos no se rompe. Federico Pinedo dice: “basta con esto del Panamá case, no existe”. El Frente Para la Victoria hace lo suyo, y lo suyo, en este momento, es la ruptura interna. Cambiemos sigue de pie por su fidelidad a sí mismo.
La primera acusación grave de corrupción -el eje en que se basó la campaña de Cambiemos para atacar a los gobiernos populistas, principalmente al kirchnerismo- tocó a las puertas de la Casa Rosada. Restará ver la respuesta de un pueblo en estado de shock por los aumentos en la luz, los transportes y los miles de despidos, que parece tolerar las medidas gubernamentales en contra de los trabajadores bajo la excusa de la “pesada herencia”, pero que ante la corrupción puede mostrar sus mayores garras.