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martes, 7 de enero de 2020

Nisman Netflix

La pericia de Gendarmería en el caso Nisman es una contraprestación de servicios por la protección que Patricia Bulrich dio a los gendarmes implicados en la muerte de Santiago Maldonado


por Oscar Cuervo

Siempre dudo acerca de si conviene sumarse a la discusión pública de los temas que ponen en agenda los medios corporativos. El 1 de enero del corriente año la cadena Netflix estrenó la serie documental Nisman: El Fiscal, la Presidenta y el Espía, que volvió a traer al cadáver manoseado del fiscal suicida al terreno de la disputa política. El documental fue filmado en 2017 y estaba listo para ser estrenado en enero de 2019, año electoral en Argentina. Pero Netflix no lo estrenó entonces: lo guardó.

La muerte de Nisman ya había servido en 2015 como lanzamiento de la campaña electoral de la alianza Cambiemos, con su amasijo de políticos, medios, jueces y fiscales que asolaron durante los cuatro años pasados al país. Primero, les permitió aglutinar a un sector social detrás de las banderas de honorabilidad y republicanismo que sus integrantes nunca portaron ni irían a conquistar en su abyecta gestión. Además trataron de implantar en la conciencia colectiva la asociación de la figura de la mayor dirigente popular que Argentina tuvo en las últimas décadas con la autoría de un "magnicidio", palabra desmesurada e impropia para designar el suicidio de un operador corrupto que vivió al servicio de intereses absolutamente ajenos a cualquier noción de justicia y ética.

¿Por qué la serie de Netflix se estrenó un año después, a apenas 20 días de asumido el nuevo gobierno que derrotó en las urnas a Cambiemos? ¿Netflix vuelve a jugar al lawfare, como hizo en Brasil con la serie El Mecanismo, que fomentó el desprestigio y la proscripción electoral del dirigente popular más importante que Brasil tuvo en las últimas décadas? La serie de Netflix sobre Nisman tiene muchos testimonios que permiten advertir la falta de pruebas de que haya sido asesinado. Pablo Duggan, autor del muy documentado ¿Quién mató a Nisman?, se adelantó a publicar su libro porque sabía que hacía rato Netflix preparaba el documental. El libro de Duggan, basándose principalmente en la lectura minuciosa del expediente, sostiene que no existe ninguna prueba del asesinato de Nisman y de ahí se infiere que solo puede haberse suicidado. Duggan supuso que la serie de Netflix iba a arribar a conclusiones similares, sobre todo porque un homicidio se debe probar empíricamente, con sus ejecutores presentes en el lugar de la muerte, con sus autores intelectuales, que presuntamente tienen que beneficiarse por esa muerte. Un homicidio no debe deducirse de conjeturas políticas. 

La serie de Netflix, si se mira con atención, muestra que no hay pruebas del homicidio de Nisman y en cambio muchos indicios de que la investigación estuvo plagada de operadores que intentaron inclinar la balanza hacia la hipótesis del asesinato. Pero su director Justin Webster, aún mostrando esta disparidad de indicios, opta por no explicitar la conclusión del suicidio. Dice que no le corresponde a su documental sino a la justicia argentina decir qué pasó con Nisman. Son razones atendibles desde un punto de vista estético: la explicitud desdeña la inteligencia de los espectadores. Además los documentales no se hacen para emitir dictámenes. 

Pero las corporaciones mediáticas como Netflix sí están para imponer agendas. Es difícil considerar el lanzamiento de un documental por una plataforma global como fruto de un rapto artístico. El estreno de la serie a 20 días de empezado el gobierno de Alberto y Cristina, poco antes de que se cumpla otro aniversario de la muerte de Nisman, logra, más allá de cuántos se detengan a ver y analizar las pruebas que exhibe y discutir su interpretación, que se vuelva a hablar de Nisman. 

El macrismo residual, que poco después de terminado un gobierno desastroso empezó a promover un tractorazo de escasa convocatoria y que todos los días impulsa desde twitter hashtags de repercusión irrelevante para desgastar al nuevo gobierno, seguramente ahora intentará congregar a un grupo de despistados que "honren" la memoria del fiscal que en vida operó para la SIDE y las embajadas norteamericana e israelí, mientras dilapidaba los cuantiosos fondos asignados a investigar el atentado contra la AMIA, sin obtener jamás ningún resultado probado. 

Los promotores de hashtags no están solos: los grupos Clarín y La Nación están aprovechando para reponer a Nisman en sus tapas y zócalos. Volverán a impulsar otra movida callejera cuando se cumpla el quinto aniversario. Hasta la intervención de Netflix el tema estaba políticamente agotado y era de prever que en la justicia iba a encallar ante la inconsistencia de su falta de pruebas. Verbitsky cree que Netflix opera en consonancia con el dispositivo del lawfare regional y ahora intenta embarrar la cancha del gobierno de Alberto, justo cuando este se dispone a negociar la tremenda deuda que el macrismo hizo contraer a la Argentina. No importa que el documental sugiera, sin decirlo abiertamente, que Nisman se haya suicidado: lo importante es que se siga hablando del tema. El porcentaje de público que seguirá estas discusiones a través de los comentarios distorsionados por los medios corporativos será siempre mayor que el de los que se tomen el tiempo de ver la serie completa y se detengan a sacar conclusiones. 

Duggan, a diferencia de Verbitsky, cree que el retardo de Netflix en lanzar el documental responde a los ritmos industriales de la corporación y no a una intencionalidad política. Tanto Duggan como Verbitsky sostienen sin dudas que Nisman se suicidó y que el resto es la construcción narrativa que llevó al macrismo al poder.

La causa, como fruto de las operaciones que el macrismo impulsó en sus cuatro años de manoseo al poder judicial, lleva la carátula de homicidio, sin que haya nadie imputado como autor material ni intelectual del delito. Esta carátula no se basa en ninguna prueba sino en una pericia amañada por la Gendarmería que supo conducir Patricia Bullrich, cuyos vínculos con los servicios israelíes son notorios. Gendarmería hizo esta pericia dos años y medio después de la muerte de Nisman, sin contar con nuevos elementos probatorios y basándose en conjeturas y simulaciones, a pedido del gobierno macrista. Las conclusiones de la pericia las habían publicado Clarín, La Nación e Infobae... ¡tres meses antes de que la pericia se realizara! El trato de Bullrich y la Gendarmería fue promiscuo: la exministra de seguridad macrista le encargó a esa fuerza la realización de una pericia que concluyera que Nisman había sido asesinado y a la vez protegió a los gendarmes implicados en la muerte de Santiago Maldonado en ese mismo año electoral 2017. Favor con favor se paga. 

Será tarea del nuevo gobierno desbullrichzar la Gendarmería, con el peligro, si no lo hace, de que esta fuerza se termine transformando en una amenaza contra la estabilidad democrática. Y la tarea de un poder judicial no operado por los servicios de inteligencia nacionales o extranjeros será desvelar la inconsistencia de la pericia que hizo Gendarmería, que contradice todas las conclusiones del Cuerpo Médico Forense dependiente de la Corte Suprema de Justicia, que había hecho la primera pericia ya en enero de 2015,con las pruebas recolectadas en el lugar de los hechos. El Cuerpo Médico Forense concluyó que no existía ninguna evidencia empírica de que hubiera otras personas en el lugar y en el momento en que Nisman murió. De la ineptitud y falta de argumentos de los peritos puestos por Gendarmería hay evidencias en el documental de Netflix. Pero, ¿cuántos se detendrán a evaluarlos?

¿Debemos desde un blog como este sumarnos a un tema impuesto por una agenda contraria a la prevalencia de la justicia? ¿Discutirlo, sin importar lo que digamos, no nos condena a seguir poniendo a Nisman en el tope de las conversaciones cuando el tema ya no da para más? ¿O, dado que estas corporaciones insisten en repetir mentiras ya refutadas, es necesario seguir desbaratando estas mentiras?

Opto por creer que hay que ver el documental con todo el escepticismo del que un espectador de Netflix sea capaz, para leer en su organización, en sus omisiones o en sus medias palabras la posibilidad de cualquier instrumentación. Y seguir desmontando las mentiras que desde la madrugada en que Nisman apareció muerto hasta el día de hoy los medios dominantes, otra vez en plan desestabilizador, siguen propagando.

Para establecer la información indispensable del contexto político, mediático y judicial en el que el Caso Nisman es instrumentado es muy aconsejable escuchar estas dos intervenciones radiales de hace pocos días de los periodistas Pablo Duggan y Horacio Verbitsky. El primero conoce el expediente como ningún otro periodista. El segundo sabe ligar el caso Nisman con los intereses de los fondos buitres, los servicios secretos estadounidenses e israelíes y sus socios locales.




2 comentarios:

Henrique dijo...

Lo que hay que decir una y mil veces: Cristina no mató a Nisman ni tendría porque hacerlo. La denuncia era un mamarracho que se caería solo, no había razón para termerla y, en todo caso, aún si no lo fuera, su repercusión nunca habría sido tan abrumadora como la de la muerte del fiscal. Es un cálculo político casi primário que por supuesto Cristina y su entorno saben hacer.

Y aunque un suicídio en esas circunstancias siempre pueda generar suspicacias legítimas, el mejor critério (cui bono) no apuntaría las sospechas hacia Cristina, sino hacia quienes hace 7 años utilizan ese episodio para atacarla, desgastarla y ahora condicionar al gobierno.

Sentado esto, yo no tengo ni idea si Nisman si suicidó o si lo mataron, en una operación de bandera falsa para echarle un cadáver a Cristina, quienes hasta el día anterior lo habían utilizado como instrumento vivo y podrían muy bien haber concluído que él se había vuelto más útil como instrumento muerto - es decir, los servicios israelíes, estadunidenses y/o argentinos. Hacer hincapié en la certeza del suicídio es desechar esa hipótesis, que no creo deba ser desechada.

Alex dijo...

Henrique: creo que la hipótesis del homicidio debería ser desechada si no existen evidencias que la sostengan