Este sábado a las 19:30 en Lambaré 873
por Pablo Taskar
por Pablo Taskar
No vamos a venir a descubrir ahora que lo que llamamos "realidad" es una construcción que se hace desde algún lugar ideológico, y no hace falta ser Roland Barthes para comprender que tanto las imágenes como las fotografías que nos atosigan desde los medios son mensajes nada neutrales emitidos para crear un efecto social o político.
Jaffa, the orange's clockwork ((Eyal Sivan, Israel, Francia, Bélgica.Alemania, 2009) despliega con actitud didáctica cómo el sionismo construyó, a partir de la apropiación simbólica de ciertas naranjas, un relato fundacional que nunca se cuestionó:
"Había una vez una tierra desprovista de cultura laboral, desaprovechada y árida que, a partir del establecimiento del Estado judío y su voluntad pionera, logró ser trabajada y entregar al mundo las más preciadas naranjas".
Pero ocurre que la naranja de Jaffa, famosa en Occidente unas cuantas décadas antes de 1948 (el año en que se fundó Israel), era cosechada para su exportación por emprendedores árabes, judíos y palestinos trabajando en armónica convivencia. Como lo prueban testimonios, melodías, viejos poemas y filmaciones de archivo en este documental impecable que, por una cuestión biográfico personal, fue lo que más me movilizó del Bafici 2010.
Cuando mis hermanos y yo íbamos al colegio (a la mañana, castellano, a la tarde hebreo), la idealización de esas comunas agrícolas socialistas denominadas kibbutzim (hoy devenidas en empresas hipercapitalistas), era un potente gancho propagandístico que instaba a un deber desear establecerse allí para todos los judíos del mundo. Y uno, calado por el entusiasmo de las maestras, con la ilusión de vivir como un adolescente independiente y -también esto- imaginándose a salvo de todos los antisemitismos, compraba el blindado discurso institucional. En el que tenían gran preponderancia las dichosas naranjas. Los jóvenes israelíes se veían felices recolectándolas, y sus fotos enviaban el metamensaje de que estaban contribuyendo a generar la riqueza de un país que -no cabía otra- era necesariamente nuestro.
La flecha educativa marcaba como corolario una experiencia vivencial a los 15 o 16 años: el Plan Tappuz (o sea, Plan Naranja), que te llevaba por dos meses a un kibbutz para convivir y trabajar con gente de todos lados. Una aventura gozosa de la que solías regresar con incrustaciones de ideario sionista ad hoc.
Eyal Sivan reconstruye el derrotero del cítrico, primero mostrando la coexistencia pacífica de las razas que con él hacían su negocio, luego con su expropiación (junto a las tierras) por parte de Israel, y posteriormente con los boicots árabes a su distribución mundial, en tanto emblema estratégicamente estatuído de la nación hebrea.
A diferencia de otros documentales sobre palestinos e israelíes repletos de checkpoints, soldados, lanzamiento de piedras o atentados suicidas, Jaffa... se enfoca en estas naranjas tan reivindicadas por unos y por otros, para proponer una tarea ardua, pero de beneficio muy concreto: restituirlas como símbolo común y unificador, tornarlas imagen-fuerza cuya sola evocación subraye que la convivencia es posible porque, sencillamente, ya aconteció hace no demasiado tiempo. (Publicado originalmente en el blog Viviendo dos veces).
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