LA NOCHE DE LA VISIBILIZACIÓN
por Maximiliano Diomedi
Más de una vez hablamos de canciones, nos preguntamos qué nos pasa con ellas. Y pasa que no se olvidan. Cada buena canción deja una huella indeleble. Todo el tiempo, en cada recoveco del país, del continente o del mundo, hay nuevas personas intentando inventar la melodía más hermosa de todos los tiempos. Buenos Aires tiene aún artistas que están obsesionados con hacer la mejor canción posible para embellecer una ciudad que, bueno, es nuestra ciudad y por lo tanto nos obliga a buscar la manera de pintarla de todos los colores (sonoros) posibles, fiel a su historia y tradición.
El jueves renové mis votos con la canción. Los vengo renovando hace tiempo. Con una canción que quiere apoderarse de la ciudad y que se va haciendo un lugar en silencio a veces, a los gritos otras, en los márgenes, ante la mirada indiferente de la mayoría de los medios y compañías que por una cuestión de guita, básicamente, ven en los autores de esas canciones personas que no terminan de convertirse en productos. Podríamos sumarle a eso, también, una gran falta de criterio musical. Pero el tiempo y el trabajo fue haciendo lo suyo. Después de años de trajinar bares, teatros y casas, ésta nueva canción se hizo visible como algo potente. Pocos la escucharon porque estaba en período de gestación, supongamos. O porque a nadie nunca le interesó prestar el oído a lo no instalado. Es una música que no ha sido fácilmente clasificable porque no es rock, no es tango, no es milonga, no es folclore. O mejor dicho: está hecha con retazos de todo eso. Es la manera que ha tenido una generación que anda por los treinta y pico de procesar toda una información ligada a géneros y estilos que empezaron a rozarse, a confundirse, a tensionarse. Son canciones que así como son, con sus aciertos y errores, con sus llenos y sus vacíos, su musicalidad y su (a veces difusa) ideología, me pertenece más que tantas otras que andan dando vuelta por millones de parlantes y auriculares. Algunas de esas canciones este jueves por la noche tuvieron su momento para ser pensadas, disfrutadas, sentidas y valoradas, en el teatro Coliseo.
Porque Buenos Aires abrió las puertas de uno de sus teatros más importantes a siete músicos autores de canciones para que desplegaran algunas de sus páginas más bellas. Ellos son: Tomi Lebrero, Lucio Mantel, Pablo Grinjot, Nacho Rodriguez, Alvy Singer, Alfonso Barbieri y Pablo Dacal. El concierto se llamó Hay otra canción, alusión nada inocente a esa hermosa pieza que está incluida en La la la de Spinetta /Páez y que en su primera reedición en CD –cosas dela industria- fue dejada afuera. Pero no lo hicieron solos, estuvieron acompañados por una juvenil Orquesta Académica de Buenos Aires, formada por 60 músicos que tienen a Carlos David Jaimes como director (27 años); y por el pianista y arreglador Nicoás Posse, que se tomó el trabajo de escucharlos y arreglar dos canciones de cada uno.
El comienzo del concierto estuvo a cargo de Tomi Lebrero. Mientras el maestro al piano empezó, tímidamente, con muy pocas notas, a sugerir que lo que venía era El Cantor de los pueblos, Tomi ingresó en escena con la difícil tarea de romper el hielo. Hola cómo están, canta. Pantalón rosa, remera rayada, saco estilo frac. Vengo al festival de todos a cantar, sigue. Es una canción que está en Me arrepiento de todo, su último disco. A mí me parece una de sus composiciones más redondas y entiendo que estuvo bien elegida como comienzo de la ceremonia. Voy buscando luz / muy cerquita de mis huesos. Tomi camina y se lo nota frágil, no es –todavía- el Tomi que se caracteriza por descontracturar cualquier situación. Está cuidando cada nota que sale de su boca. Voy a retratar el paisaje criollo del universo. “A mí me pasa que trato de normalizar mi música”, me dijo alguna vez. Ahora está en esa. Encuentro que no tengo raíz /y abrazo todo occidente / y de tan curioso que soy me bebo sorbos de oriente. “Pero la gente se copa cuando aparece el mamarracho, a mí me piden que juegue ese rol”, me dijo también. Esa faceta suya todavía no está, pero va a aparecer. Soy el cantor de los pueblos, termina. Y empieza, a su vez, otra de esas noches donde el reflector de esta ciudad, que suele iluminar donde no debe, parece haber dado un giro y centrarse en uno de los lugares (hoy es el Coliseo) donde hay gente celebrando y cantando –contando- su historia.
La orquesta acompaña y Tomi pasa la posta. La toma Lucio Mantel mientras la música continúa sonando. No hay todavía palabra que no sea cantada. Lucio está en un momento compositivo e interpretativo muy alto. Hace Mi memoria, una composición que se para de igual a igual con cualquiera de las elaboradas en las últimas dos décadas. Termina y siguen pasando la posta. Nacho Rodriguez se me revela como un muy buen cantante; Pablo Grinjot está exultante y emocionado; las canciones de Alvy Singer son redondas, perdedoras –como muchas de las canciones que escucharemos esa noche- y parecen estar hechas para ser presentadas con orquesta; Alfonso Barbieri pisa el escenario y sabe qué hacer con el cuerpo, no está incómodo; y Pablo Dacal es el último de la primera tanda que ingresa para exigirnos: Tomemos el mundo / ya no somos chicos /juventud imprudente.
Tenía yo ciertos reparos con este concierto. Es el momento de decir que esto que escribo tiene cierto tono confesional. Y lo es porque yo sentí que ahí arriba estaba también representado, aún cuando mis prejuicios me jugaran una mala pasada. El primero: que haya sido organizado por un publicista. Sí. Pensé que ahora sí podía llegar el momento en que se convirtieran en producto y perdieran esa cosa artesanal que, conjugada con un profesionalismo en el hacer, los vuelve tan cercanos a mi modo de ver el mundo. El segundo: que la mayoría de ellos se niegan a ser asimilados unos con otros, remarcan, con razón, que no son lo mismo. Y está bien. No son lo mismo, no hacen lo mismo, tiene personalidades bien diferentes. ¿Entonces porqué hacer un concierto donde todos estuviesen ahí como si fuesen lo mismo?, pensaba. ¿Para qué anularse unos con otros? ¿Porqué diluir la personalidad artística de cada uno en un todo difuso que iba a terminar asociándolos inevitablemente?
Bueno, no fue así. El concierto estuvo pensado desde un lugar de preponderancia musical en el que se pudieran mostrar esas diferencias (estéticas, letrísticas, sonoras) y potenciarlas. Son artistas que a su vez se reconocen en sus compañeros de ruta, desde hace años vienen tocando juntos y cruzándose todo el tiempo en cualquier bar de la ciudad, por lo tanto: ¿Porqué no habrían de juntarse una vez más?
Esos 7 músicos que convocaron este jueves fueron la punta de un iceberg que en su base muestra hay una cantidad de otros músicos, músicas, voces y proyectos que también forman parte esta otra canción. Y todo eso, que bien puede ser leído como el entramado artístico de la ciudad, apareció sobre el escenario. Y ahí estuvo el otro gran acierto. Ahí empezó a parecerse a lo que uno ve todos los fines de semanas. Porque por momentos la orquesta quedó de lado y cada uno tuvo un sets personal y allí empezaron a aparecer otros invitados. Pat Morita actuó y cantó junto a Tomi, y Tomi después se sumó –con Grinjot y Rubín- al set de Alvy Singer, que después invitó a Julieta Sabanes, y se quedó para participar del momento de Nacho Rodriguez junto a Onda Vaga. Y de repente irrumpió silenciosamente Cabrera (si, ¡Fernando Cabrera!) para acompañar a Grinjot en “Cifra”, quien además invitó después al uruguayo Daniel Drexler. María Ezquiaga y Jimena López Chaplin sumaron sus voces femeninas (que no fueron tantas como las masculinas, hay que decirlo) a una canción de Alfonso Barbieri, y Juanito el Cantor y Seba Ibarra (el único –si mal no recuerdo- de tierra adentro, chaqueño él) aportaron su canto al momento más intimista de la noche: Nadie en el espejo de Lucio Mantel. Y el mismo Lucio Mantel junto a Palo Pandolfo interpretaron Renacer acompañando a Alfonso Barbieri. Fer Isella tocó el piano como invitado de Dacal, antes de que hiciera su ingreso Fito Páez (el otro del interior del país).
Me olvido de muchos: Andy Inchausti, Faca Flores, Manuel Onis, Marcelo Ezquiaga, El Gnomo, etc etc. Unos con otros, todos con todos. Picos altos y momentos algo más bajos, como era previsible. Aún así, una verdadera celebración que convocó para ver a siete autores de canciones de esta ciudad y que terminó brindando un espectáculo donde hicieron desfilar a la mayoría de lo que trajinan la calle musical, la vereda del sol, lo que está sonando.
Irresponsable sería yo si no digo que esa otra canción no es sólo esto. Esa otra canción la cocinan también Gabo Ferro, Florencia Ruiz, Coiffeur, Gaston Nakazato en Misiones, Lisandro Aristimuño, Lucas Martí, Flopa, Ezequiel Borra, Juana Molina, Julieta Rimoldi, Lucas Giotta, Juan Ravioli, Marcelo Lupis, bandas como Chancho a Cuerda, José Miel de Tucumán, y puedo estar así, nombrando sin reparar en géneros ni edades, toda la noche. La otra canción es un tejido sonoro, de palabras, de gestos, de amistades, de activistas, de lugares y de regiones que vamos haciendo entre todos y que se viene elaborando y desarrollando desde hace muchos años. De hecho, en el mismo momento en que el Coliseo era una celebración musical, había otro montón de lugares con colegas confeccionando también esa otra canción. Si ese mismo reflector que mencionaba más arriba enfocaba hacia Niceto, sin ir más lejos, lo hubiese alumbrado otra vez a Aristimuño tocando en Buenos Aires.
Y digo esto por el emocionante final. Para el cierre apareció Fito Páez y antes de hacer Lo que está sonando (de Pablo Dacal) junto a todos los músicos, dijo: “Yo quiero decir una cosa, hace muchos años que vivo en esta ciudad. Hoy fue una noche tan emocionante. Parte de la maravilla de esta extraordinaria ciudad estuvo acá con estos músicos maravillosos que tienen lo mejor de la herencia musical argentina. Gracias por estar acá, es muy importante. Hoy es una noche de renacer de la ciudad”. Fue emotivo lo que dijo. No podría yo hablar de refundación, aunque entiendo lo que quiso decir. Yo creo que fue la noche de visibilización de músicas que están disperdigadas y que se dieron cita en el Coliseo a plantar una bandera que esperamos logre flamear un largo tiempo.
Merecíamos una noche como esa. Y bien leída no se la debe pensar como una noche de llegada a ningún lado, sino de despegue, donde lo primordial siga siendo la música y no tanto quiénes la hacen. Como una big picture de estos tiempos, donde a lo mejor no existe EL artista, ni EL disco de la época sino que el disco de la época es un compilado con las mejores canciones de artistas que andan circulando en el éter, Hay otra canción fue una declaración de principios. Son canciones de amor, la mayoría, con cierta preponderancia de instrumentos acústicos, chiquitas, como silbadas. No hay grandes hits ni parece querer haberlos. Quizás no todos aporten un punto de vista político en lo que dicen, aunque es una discusión para otro momento. Quizás mañana. Hoy es el momento de celebrar la visibilización.
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