Dos puntos de vista sobre el modelo "extractivista":
Uno, claramente contrario, en el informe del programa La Mar en Coche (FM La Tribu): escuchar acá
El otro, captando el vínculo más complejo y contradictorio de las relaciones entre democracia, economía y ambientalismo, tal como lo desarrolla José Natanson acá:
Un poco de realismo político
Por José Natanson
(...) Desde un punto de vista político, todos los gobiernos latinoamericanos alientan o toleran las actividades extractivas. Esto es así incluso en aquellos que reivindican a la Pachamama, como el boliviano, pero no se privan de explotar el gas, el estaño, y la nueva vedette de los minerales, el litio; aquellos que defienden el "buen vivir", como el ecuatoriano, pero impulsan la extracción de petróleo en la Amazonia, y los que, como el de Argentina, se reivindican industrialistas, pero no pueden evitar que un porcentaje importante (67 por ciento) de las exportaciones se basen en materias primas. Que practicamente todos los gobiernos de la región recurran a los recursos naturales como palanca para el crecimiento no les da automáticamente la razón, pero sí invita a considerar el tema con cierto cuidado.
Sucede que el despegue económico de los últirmos años y los avances sociales registrados en casi todos los países se explican en buena medida por el boom de los comodities, y la renta que habilitan es apropiada por el Estado y, con mayor o menor éxito, redistribuida. A uno podrá gustarle más o menos, pero habrá que reconocer que los ingresos extraordinarios y la ampliación del gasto social están relacionados. En términos argentinos, hay un vínculo entre el monocultivo sojero y la Asignación Universal, y ése es, desde mi percepción, el punto ciego del correcto razonamiento planteado por Carta Abierta cuando alerta sobre la imposibilidad de una política social inclusiva sin retenciones: lo que falta decir es que para que haya retenciones tiene que haber soja, y para que haya soja tiene que haber glifosato.
Como suele suceder, quienes parecen percibir con mayor agudeza esa relación dilemática no son los intelectuales sino los ciudadanos, y en este sentido uno de los aspectos más opinables de la crítica extractivista es la idea de que se trata de actividades económicas no democráticas. No es así, Si bien es verdad que los escasos ejemplos de consultas populares realizadas alrededor de estos proyectos en general terminaron inclinándose por el rechazo, lo cierto es que los líderes políticos (intendentes, gobernadores) que los impulsan son elegidos o reelegidos con porcentajes a menudo abrumadores de votos (con todo su cianuro, José Luis Gioja fue reelegido gobernador de San Juan con casi el 70 por ciento de apoyo). Sintomáticamente, los intentos de construir alternativas de izquierda a los gobiernos latinoamericanos a partir de cuestionamientos ambientales y ecológicos fracasaron estrepitosamente, tal como demuestran los casos de Alberto Acosta en Ecuador, Marina Silva en Brasil y Pino Solanas en Argentina.
Insisto: esto no implica negar los efectos negativos de este tipo de actividades, pero sí invita a considerar con cuidado la relación entre votos y recursos naturales (que es la relación entre democracia y ecología). Con un dato extra, también incómodo. Por inercia intelectual, desidia o conveniencia, la izquierda a menudo asume que hay una alianza natural entre, por un lado, los sectores, muchas veces campesinos o indígenas, que resisten las dinámicas económicas extractivas, y, por otro, los grupos pobres urbanos (estoy tentado de escribir: proletarios), en la medida en que todos deberían luchar objetivamente contra el mismo capitalismo depredador, cuando en verdad los sectores populares de las ciudades constituyen la base fundamental de los gobiernos que tanto se critican. (...)
(Un poco de realismo político" en LE MONDE DIPLOMATIQUE, n° 168, junio 2013; completo acá)
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