Cuatro enormes movilizaciones populares en menos de dos meses: el 24 de marzo los organismos de DDHH en la Plaza de Mayo con más gente que nunca y una destacada presencia de los sindicatos que reivinidicaban el derecho al trabajo como uno de los derechos universales. El 13 de abril en una mañana lluviosa una multitud se convocó a apoyar a Cristina en Comodoro Py, con notable asistencia de personas de las clases más pobres. El 29 de abril, por primera vez en años, todas las centrales sindicales convocaron un gentío inmenso en reclamo por la protección del empleo y el salario. Este jueves, por primera vez en una década y media toda la comunidad universitaria, con las más diversas representaciones sindicales y estudiantiles que no habían logrado la unidad en la acción desde 2001, cuando se movilizaron contra el plan de ajuste que entonces proponía López Murphy y que tuvo que ser remplazado a partir de esa protesta por Domingo Cavallo, marcando el comienzo del fin de la catastrófica Alianza.
Las políticas impulsadas durante estos 6 meses por la derecha macrista, el repudio a esas políticas por parte de los millones de afectados, lograron consolidar estas multitudes y articularlas en sus diferencias. Cada una de estas cuatro marchas es distinta a las otras en sus tradiciones históricas, su grado de organización, su composición social y sus núcleos ideológicos. Pero tienen un par de rasgos en común: el haber usado la fuerza del ataque adversario como estímulo de su masividad, el de haber dejado de lado diferencias históricas para lograr la unidad en la acción, el de ganar la calle para defender derechos que estas multitudes consideran adquiridos.
Las cuatro marchas indican la vitalidad política de una sociedad que adoptó el recurso de ganar la calle para hacer sentir su peso material, a pesar de los monstruosos esfuerzos de los medios corporativos por invisibilizarlas y desviar la atención hacia una agenda periodística judicial trabajosamente distractiva.
Pero hay algo más. La solidez mostrada en las calles por estas bases sociales contrasta notablemente con la fragmentación de las dirigencias políticas que podrían ponerse al frente de estas reivindicaciones. El fracaso de la sesión en diputados en la que se iba a tratar la ley antidespidos es el síntoma más llamativo de este divorcio. Las centrales sindicales y los bloques políticos que el 29 de abril se comprometían en las calles a ponerse al frente de la defensa del empleo ayudaron a que este debate parlamentario se frustrara. Las maniobras sinuosas del massismo para erigirse como árbitro de las movidas de palacio, el cinismo de un Facundo Moyano que después de la marcha del 29 este jueves habló de "las tres centrales sindicales" (excluyendo explícitamente a la CTA de Yasky y a la CGT Balcarce que habían marchado junto a la CTA de Micheli y la CGT Azopardo y reinstalando a la "Azul y Blanca" de Barrionuevo, que se había bajado de la movilización del 29) para justificar su faltazo al debate parlamentario al que se había comprometido, los desempeños zigzagueantes del bloque de Bossio, los diputados del PS que hasta horas antes habían asegurado su aporte al cuorum, la falta de liferazgo del senador José Luis Gioja como nueva autoridad partidaria del PJ, este mosaico de impotencias exhibidas por los dirigentes muestra como nunca su divorcio con las bases a las que dicen representar, pero que defraudan continuamente con sus movidas subalternas.
En esa fractura expuesta entre la dirigencia claudicante y las bases movilizadas hay que buscar la clave de la política actual. El macrismo pone todas sus fichas para ahondar esa fractura, porque otra política no tiene. Si los dirigentes persisten en burlar a sus bases y someterlas a cálculos de conveniencia propios, el desafío de la sociedad civil es hacerle saber a toda la dirigencia que es igualmente responsable de la destrucción del tejido social que está llevándose a cabo. El macrismo no puede avanzar sin la colaboración del resto del establishment político, empresarial y sindical.
2 comentarios:
Esto crece desde el pié......
Desde antes de las últimas elecciones (y va agudizándose desde entonces) hay una total y absoluta falta de representatividad entre una importante porción de la sociedad argentina y sus supuestos dirigentes, incluidos los sindicales que parecieran actuar a regañadientes y sólo porque las brutales políticas del macrismo no le dejan otra alternativa.
Esta situación no tiene nada para festejar; se está alimentando una olla a presión que explotará con alguna pueblada.
Todos sabemos quién pone los muertos en esos casos.
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