viernes, 6 de enero de 2023

Gozar sin trabas

por Alan Badiou

El famoso 'hedonismo' contemporáneo que Platón, hace más de mil años, señalaba ya en la ideología democrática, toma dos formas opuestas, la libertaria y la liberal.

Primero está la versión libertaria, que se presenta como emancipadora y tiene lejanas raíces. Está concentrada en una de las consignas de Mayo del 68, a saber: 'gozar sin trabas'. Lo importante de la cuestión radica en saber si se puede gozar sin trabas, y qué quiere decir eso exactamente. Es manifiesto que se trata de instalarse en un goce que se exoneraría de todo vínculo, un goce que estaría en la desvinculación. Sin trabas quiere decir que no hay vínculos, o sea, por supuesto, que “no hay ley”. Pero es más radical que “no hay ley”: no hay vínculo, no hay obstáculo, es la idea de un goce que se despliega de manera inmanente. No es polémico, sino evidente, que tenemos ahí una concepción drogada de la existencia. La droga no es solamente una sustancia, un veneno, etc., es una metafísica, una metafísica de la desvinculación. La droga es lo que ausenta de vínculo, de modo temporario, por cierto, pero también efectivo, en todo caso para el sujeto concernido. La droga es lo que da, tal vez de manera facticia, un gozar sin trabas en el sentido literal del término: la droga destraba el gozar. Uno vuela, planea. Planear es un buen verbo para describir aquello que, insisto, no es solo una embriaguez, sino también, en el imperativo que se le liga (gozar sin trabas), una metafísica de la desvinculación. Ahora bien, como el mundo real no es sino vínculo, como puede ser definido por el sistema de los vínculos que él dispone, se puede decir que el gozar es negación del mundo, en la medida en que está, justamente, bajo el ideal de la suspensión absoluta del vínculo. En ese sentido, se trata sin duda de un nihilismo. La metafísica de la droga es nihilista y el nihilismo es una potente tendencia del pensamiento. Se puede decir que, en la visión libertaria, el gozar, el imperativo de goce es, él mismo, nihilista. ¿De qué se trata, a fin de cuentas, sino de hacerse el desecho del mundo? El hedonismo radical, para quien conoce, para quien ha frecuentado la metafísica de la droga, es un nihilismo radical, donde se trata de hacerse el desecho del mundo por razones esenciales, y no solo porque se está acostumbrado a la droga. El punto esencial no es el acostumbramiento, es la subjetividad metafísica que está detrás y que hace que el gozar y la nada del mundo equivalgan en la suspensión de todo vínculo.

Y luego está la versión liberal. Es algo completamente diferente: de lo que se trata es de comprar goce. He aquí el imperativo. A decir verdad, es así como marcha el mundo, bajo la insinuación omnipresente de que es siempre posible comprar al menos una bolsita de goce, una pequeña cantidad de aquello que a uno lo desvincula por un momento. El problema de este imperativo es que está vacío, ya que el goce no es comprable: en la medida en que es la cosa, que está conectado a la cosa, no tiene equivalente. No es integrable en la circulación financiera. Cuando uno habla de comprar goce –y todos nosotros marchamos bajo este imperativo, nadie está absolutamente exento de ello–, compra siempre envoltorios vacíos, fragmentos inconexos, y se deja engañar siempre. Compre uno un coche, una prostituta o un vibromasajeador, la compra del goce no es nunca, en definitiva, sino la compra de su embalaje. El imperativo liberal de gozar es una sutil doctrina del embalaje. Es la posibilidad de comprar un embalaje del goce que, contrariamente al goce mismo, puede ser variado y sustituido, y que es infinitamente reemplazable, en torno a un goce faltante, ausente. Al menos se habrá vendido el embalaje. Eso también es un nihilismo, ya que, respecto de la promesa de goce, lo que se vende no es más que el embalaje de nada y, como es evidente, a fuerza de vender embalajes donde se envuelve la nada, que luego hay que desechar, se hace del mundo mismo un desecho. La máxima del gozar liberal apunta a transformar el mundo en desecho, en montones de basura, de embalajes de goces abstractos o faltantes.

Hablamos de nuestro mundo, de las imágenes del tiempo presente. Es preciso ver que estamos en la constante indistinción entre dos figuras diferentes del gozar: una es esforzarse por devenir uno mismo el desecho del mundo, mientras que la otra, en la venta del goce desvanecido, transforma el mundo en desecho. Lo único que el embalaje retiene del goce es su costado basura, su costado basurero. E incluyo en el embalaje la publicidad, que es su figura mayor.

Retengamos entonces las máximas: sobre la cuestión del nihilismo y su conexión con el gozar, el primer tipo de conexión es hacerse el desecho del mundo; el segundo tipo, hacer del mundo un desecho. La síntesis entre ambos sería hacerse el desecho de un desecho. Si el mundo es desecho y uno se hace el desecho del mundo, uno se hace el desecho de un desecho. Es el nihilismo contemporáneo de avanzada, que establece el elemento de la subjetividad como desecho de un desecho, a través de la circulación compleja entre nihilismo libertario y nihilismo liberal. Todo esto, repito, bajo la conminación del goce, haciendo como si no hubiera un proyecto humano más serio que gozar. Ese es el imperativo primero y el sentido profundo de la muerte de las ideologías: no andemos con cuentos, lo que quiere el animal humano es gozar, y es así como se lo atrapa, de tal suerte que hace del mundo un desecho y que él mismo se hace el desecho de un montón de basura.

Alain Badiou, Imágenes del tiempo presente

Traducción: María del Carmen Rodríguez 


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