todos estamos igual

martes, 23 de julio de 2013

Nada del amor me produce envidia

Loza, Tantanián y Silveyra


Nada del amor me produce envidia es un título que me produce envidia. Me hubiera gustado ponerle ese título a un texto mío. Y resulta que por acá encuentro un atajo: ayer fui al Maipo a ver la obra de teatro escrita por Santiago Loza, dirigida por Alejandro Tantanián y protagonizada por Soledad Silveyra, titulada, precisamente, Nada del amor me produce envidia. Así que la obra es el pretexto que necesitaba: como esto es un comentario, puedo darme el gusto de titularlo así. Nadie se enojaría por eso, ¿no?

Creo que dije una o varias veces, acá en el blog o en la radio, que no soy de ir mucho al teatro. El que de vez en cuando me convence para que vea algo es Alejandro Ricagno. Y gracias a él he visto varias puestas dirigidas por Tantanián. Incluso -acabo de recordarlo- hay una nota que le hizo Ricagno a Tantanián en el número 19 de revista La otra. 

A Santiago Loza lo conozco del cine: la primera película suya que vi fue Cuatro mujeres descalzas y la última que vi fue la última que hizo: La paz, esa pequeña maravilla que ganó el reciente BAFICI (Ricagno, cuándo no, está escribiendo una nota sobre Loza para el próximo número de La otra, que sale dentro de poco). Loza, además de director de cine, es autor teatral. Martha Silva y, obvio, Ricagno se dedican a comentar teatro en este blog y siempre han hablado y escrito maravillas de las obras de Loza. Yo no vi ninguna. Hasta anoche.

Mi conocimiento de la producción teatral de Loza y de Tantanián es muy incompleto, puesto que ellos son ambos muy prolíficos (la prolificidad me produce envidia) y yo, ya lo dije, voy muy poco al teatro. Pero lo poco que conozco de ambos me hacía intuir que hay una zona posible donde sus sensibilidades confluyen. Así que cuando me enteré que se estrenaba esta puesta me pareció una idea muy natural y me dieron ganas de verla inmediatamente. Y esta vez no esperé la recomendación de Ricagno.

La  puesta de Nada del amor me produce envidia que hace Tantanián no es la primera que tuvo la obra. Hasta hace poco estuvo en cartel la primera versión, dirigida por Diego Lerman y protagonizada por María Merlino. Fue un éxito de crítica y de público en el circuito off Corrientes (cinco temporadas consecutivas la convirtieron en una obra de culto). Así que parece que cuando se corrió la bola de que Tantanián estaba preparando su propia puesta se desencadenó una petit-polémica en el ambiente teatral: ¿por qué hacer otra versión de una obra que tuvo una puesta tan reciente, tan exitosa y aclamada por la crítica? Afortunadamente voy a quedar al margen de la polémica y de la inevitable tentación de las comparaciones. Dicen que la de Lerman es muy buena y que Merlino estaba extraordinaria. Pero yo no la vi, así que no me importa a la hora de disfrutar y pensar en lo que hicieron Tantanián y Silveyra.

Soledad Silveyra encarna a una costurera de la época del primer peronismo, admiradora de Libertad Lamarque, que en el momento crucial de su vida se ve obligada a tomar una decisión tremenda: porque parece que su prestigio de costurera detallista y discreta ha llegado hasta los oídos de Evita, quien repentinamente querrá comprarle el vestido que ella le había confeccionado a Libertad. No me gusta contar argumentos, así que quise liquidar el mal trago en una sola oración. Con esta premisa argumental, naturalmente, se pueden hacer muchos textos. Y con el texto que hizo Loza, a la vez, se pueden hacer puestas muy diversas. La de Tantanián y Silveyra parece optar por hacer resonar simultáneamente varias capas de sentido (como las capas de un vestido de novia, que la noche de bodas el novio debe quitar una tras otra). Loza habla de la construcción política y cultural de la femineidad, de los modelos de mujer encarnados por Evita y Libertad en la historia argentina, del lenguaje de los sentimientos y de la sexualidad sublimada, de la libertad como una condena ineludible del ser humano (y particularmente de la mujer), del miedo a poner el cuerpo y de la imposibilidad de hurtarlo, de la muerte y el tiempo, del dispositivo teatral y el contacto imposible entre actriz y público, de la otredad y la nada. Lo notable es que todas estas capas están y su presencia no va en detrimento de la fluidez de la obra. 

Si lo que dije en la parrafada anterior suena complicado o pretencioso, quiero aclarar al lector que haya llegado hasta acá (gracias, lector) que la experiencia de ver la obra es fluida, cálida, tersa, graciosa, poética y emocionante. Tantanián dice que leyó el texto hace unos cuantos años, antes de que Lerman hiciera la primera puesta, porque Loza había concurrido a uno de los talleres que él coordinaba. Y que de entrada pensó que Loza tiene una rara habilidad para conectar con públicos muy diversos, que imaginaba que la obra tenía que ser protagonizada por una actriz popular, porque eso iba a posibilitar la llegada a un público popular. Creo que Tantanián no se equivocó. La rivalidad entre Lamarque y Evita es un clásico de la cultura argentina y Loza se vale de ese sustrato para inscribir sobre él su fábula sobre la mujer que renunció a sentir el amor (dice que nada del amor le produce envidia), de dedicarse a prestar atención a los detalles y hacer de ese detallismo un poder discretamente insidioso, de hacer de su boca una tumba y de hacer como que se olvida de los detalles que no puede olvidar. Solita está modosita,  amable, frágil y deja entrever detrás de su aparente docilidad una rebelión feroz. El texto de Loza está lleno de modismos de época, que remiten a los léxicos del melodrama, el cine argentino, Nini Marshall o Manuel Puig, pero el tratamiento que hacen Silveyra y Tantanián de ese lenguaje carece de todo acento paródico.

Lo mejor de todo para mí es que un texto de tal densidad y tan múltiples referencias textuales y políticas se transforma en un dispositivo de reflexión sobre la propia performance teatral. Loza, Tantanián y Silveyra lograron hacerme sentir el vértigo de estar ahí, en un lugar imposible, un limbo, el reino de los muertos, el teatro, la nada. De ser el interlocutor de esta mujer que desde otro lado me dice que nada del amor le produce envidia.



Nació de ti...
buscando una canción que nos uniera
y hoy sé que es cruel,
brutal quizá el castigo que te doy.
Sin palabras
esta música va a herirte
dondequiera que la escuche tu traición.
La noche más absurda, el día más triste.
Cuando estés riendo o cuando llore tu ilusión.

Perdóname si es Dios,
quien quiso castigarte al fin.
Si hay llantos que pueden perseguir así
si estas notas que nacieron por tu amor
al final son un cilicio
que abre heridas de una historia
son suplicios, son memorias...
Fantoche herido, mi dolor,
se alzará
cada vez
que oigas esta canción.

Nació de ti...
mintiendo entre esperanzas un destino,
y hoy sé que es cruel, brutal -quizá-
el castigo que te doy...
Sin decirlo esta canción dirá tu nombre,
sin decirlo con tu nombre estaré yo.
Los ojos casi ciegos de mi asombro,
junto al asombro de perderte y no morir.

Perdóname si es Dios,
quien quiso castigarte al fin.
Si hay llantos que pueden perseguir así
si estas notas que nacieron por tu amor
al final son un cilicio
que abre heridas de una historia
son suplicios, son memorias...
Fantoche herido, mi dolor,
se alzará
cada vez
que oigas esta canción.

1 comentario:

julieta eme dijo...

y sí, es muy buen título...