todos estamos igual

martes, 24 de noviembre de 2015

Lobotomías colectivas a control remoto

La foccaccia venezolana y las post elecciones argentinas


por Lidia Ferrari

Una ciudad hermosa del nordeste de Italia. Paseando con amigos argentinos que disfrutan de algo que se va a terminar a partir de estas nuevas jornadas que se inician en el país: viajar al extranjero, como turistas y no como refugiados económicos o políticos. Entramos a una maravillosa panadería de esas que te ofrecen irresistibles tentaciones. Somos varios esperando el turno en ese espacio pequeño. Un sujeto nos escucha hablar en castellano y comenta algo, dice ser venezolano. Como somos muchos, le pregunto si había que sacar número. No, responde, sólo hacer la cola. Inmediatamente hace un comentario un poco bizarro: “En Venezuela primero tienes que tener el ticket, si no, no te atienden”. Lo miro, como diciéndole: ¿y eso con qué se come? Y el tipo tira algunas cosas. Siento que mi amigo me trata de hacer retroceder para evitar al evidente antichavista que se avecinaba. Yo intento comprender ese amague de simpatía y reflejo vecindario que le hace pensar al susodicho que puedo ser cómplice de algo que no entiendo. Entonces lo miro como para entender y sigue balbuceando: "En Venezuela tienes que tener el ticket para que te atiendan, y además no sabes si vas a poder comprar lo que quieres..." y otros balbuceos inentendibles que quieren, en su gestualidad, mostrar que en Venezuela (y no en Italia) hay alguna especie de estalinismo que te obliga a sacar número para ser atendido en una panadería. 

Lo miro con intención de comprender, si bien ya me había percatado de lo que mi amigo se quería desembarazar rápidamente: un antichavista furioso en una situación absurda. El tipo habla como tratando de hacer la denuncia de un sistema vil de represión que yo desconocía. Cuando comprendo que sus balbuceos no dicen nada más que en Venezuela hay que sacar número para hacer la fila, y recordando que es una costumbre en la mayor parte de los negocios de Italia (post mussoliniana) y de Argentina (post dictadura) le digo, casi inocentemente: "Pero es una ventaja el tener los números...". A lo cual agrega otros balbuceos que sólo intentan recibirr una respuesta cómplice como “¡qué barbaridad lo que está pasando en Venezuela!”. Por fortuna, nos toca el turno y nos compramos una linda foccaccia, luego de que un italiano sonriente hace dos intentos de birlarnos el turno sin lograrlo.

Algunos dirán: ¿qué importancia puede tener tal anécdota? Ocurrió el día domingo 22 de noviembre, horas antes de saber que la derecha neoliberal ganó las elecciones en Argentina. Horas antes de volver a corroborar que una mitad del pueblo argentino votó consignas vacías, desprovistas de argumentos, artilugios que ni siquiera tienen calidad literaria, espejitos de colores que son palabras intercambiadas como sólidas mercancías que sólo ponen en circulacion indignaciones sobre las cuales no se puede esgrimir nada o casi nada. Sólo esa efusión de gestos y palabras sin sentido, que intentan dividir al mundo entre malos y buenos. 

Ese venezolano que aprovecha cualquier pavada para exponer su ideología hecha de aserrín, al servicio de ponerse en el lugar de los que se indignan con las políticas populistas es igual al argentino que votó a Macri en contra de la Yegua que alimenta a los negros vagos. Un tipo humano para el que no habrá lugar en el mundo en el cual no pueda desplegar una parrafada de palabras huecas que manifiesten su indignación, que ni siquiera la podrá poner en la cuenta de una emoción genuina que puede tener como sujeto. Será hablado por un sistema que le ha inventado un “otro” frente al cual indignarse y al cual odiar. Es este sistema, simple, simplísimo, el que forjó el odio de la Alemania nazi a los judíos, el que se ha gestado en la Europa frente a los inmigrantes, o el Nuevo Orden Mundial a los musulmanes. Se ha construído una “cosa otra” frente a la cual nos podemos posicionar (en apariencia) como personas. 

Al venezolano de la panadería como al macrista de los globos felices se les ha piantado el volumen que los hace ser sujetos con una psiquis medianamente compleja. ¿Será posible que el orden neoliberal haya encontrado la manera de lobotomizar sin bisturí alguno? En este domingo 22 de noviembre de 2015 estoy comenzando a sospechar que la ciencia y la tecnología neoliberal han logrado realizar lobotomías colectivas a control remoto y que es el secreto mejor guardado de los servicios de inteligencia, secreto que nunca va a salir en los medios.

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