Efectivamente, la derecha que Macri encarna en la ocupación del estado argentino no es exactamente la misma vieja derecha que hemos aprendido a descifrar, cuya consumación condujo a la última dictadura, al terrorismo de estado y a la desaparición forzada de personas, que siguió gravitando en el intento de gobernabilidad democrática a partir del 83 y colapsó social y económicamente con la debacle de la Alianza. Aunque estén Lopérfido, los Massot, los Blaquier, aunque cuenten con la cobertura de los medios del poder oligárquico como La Nación o del sentido común pequeño burgués fascista de Clarín, aunque haya simpatía recíproca con las formas más clásicas del norteamericanismo, y no se vacile en poner a las fuerzas de seguridad al servicio de las clases dominantes y a renunciar a cualquier pretensión de auténtico liberalismo polìtico, el PRO es, en parte, otra cosa. No hay que exagerar tampoco: conserva elementos de las sucesivas viejas derechas que han gobernado Argentina durante la mayor parte de su historia, aunque configurados de un modo nuevo, más acorde con esta fase capitalista tardía, siglo xxi. Más rústicos culturalmente y más pragmáticos en sus procedimientos. No se comportan como los viejos políticos conservadores ni exactamente igual a los milicos represores. Llevan toda esa información en sus nervios pero agregan algunos elementos culturales que tributan a la tesis del fin de la historia del neoconservadurismo de los 80 y también aprendieron bastante de la contestación kirchnerista de la década pasada. Su rusticidad política se expresa de una manera sonora en el desprecio de clase que exudan en cada gesto a sus subordinados, y los subordinados somos todos.
Pero el elemento más desconcertante y por eso peligroso, es su pragmatismo. Aprenden de sus errores y son bastante desfachatados como para romper los códigos políticos que manejaba la derecha vieja. Son capaces de hacer cosas que no nos imaginamos.
La visita al Papa no estuvo bien calculada, porque Macri se enfrentó a un exponente de la derecha más clásica y astuta. Peronista, Guardia De Hierro, y para colmo jesuita y católico, Bergoglio es un hueso duro de roer para ser integrado a los álbumes de fotos de Balcarce, Antonia, Davos, la fiesta de la Pachamama y los bailecitos autorídiculos del balcón. Conmigo, no, parece decir el Papa en las fotos.
Esas fotos no podían salir bien, alguien lo tenía que haber advertido.