La magia del extremo / El desierto crece
Hace algunas semanas terminó nuestra saga radial sobre Nietzsche en Patologías Culturales (ver acá). Fueron en total 19 capítulos. En este post dejo el audio del capítulo 18, donde planteo los últimos interrogantes filosófico-políticos que Nietzsche dejó pendientes antes de su derrumbe personal. Y el capítulo 19, donde hablamos del final de la vida de Nietzsche, sus inquietantes semanas en Turín entre fines de 1888 y los primeros días del 89, y su prolongado ocaso de más de 10 años, hasta morir en 1900.
Esto es un final y a la vez un nuevo comienzo. Hoy a la medianoche en La otra (Radio Gráfica, 89,3, online acá) haremos el capítulo 20 o el 1 de una nueva temporada, según cómo se mire: ¿qué tiene para decirnos todavía Nietzsche a nosotros? Vamos a estar conversando con Maxi Diomedi, Alejandro Brain y Corina Setton.
Capítulo 18: "La magia del extremo". Escuchar clickeando acá
Capítulo 19: "Turín" Escuchar clickeando acá
La voluntad de poder es el corazón del pensamiento nietzscheano, algo que le llevó varios años de tanteos y aproximaciones zigzagueantes y que sólo llega a mencionar explícitamente en sus últimos escritos. En cartas que escribió a sus amigos durante los años 1887 y 1888 habla de concentrar todos sus esfuerzos en su Obra Capital, en la que quería dejar plasmada su doctrina definitiva, para la que toda su obra anterior habría sido un camino exploratorio. Su título tentativo: La voluntad de poder. Aunque por momentos vacila y cambia ese título por El eterno retorno; y otras veces: Ensayo de una transvaloración de todos los valores. ¿Se trata de títulos simplemente intercambiables? ¿La duda del título muestra una duda sobre dónde situar el centro de su pensamiento?
Estas dudas van paralelas a una aceleración de sus altibajos emocionales: se muestra angustiado, crece su malestar físico y su pelea inacabable con los climas: el frío, el calor, el viento, la humedad amenazan su delicado equilibrio. ¿Estará incubándose el colapso que se va a declarar en enero de 1889 en Turín? ¿Se trata de una patología cerebral, como a veces escribe a sus amigos? Pero también puede que se trate de una tensión interna de su pensamiento, una percepción de que en su propio cuerpo convergen fuerzas contrapuestas que vienen peleando desde hace dos milenios de historia europea. Se considera a sí mismo un hombre del destino, una fatalidad: así es como se presenta en uno de los últimos libros que llega a escribir: Ecce Homo [He aquí el hombre, él mismo, parodiando un pasaje del Evangelio de Juan: así es como Poncio Pilatos habla de Jesús ante la multitud: "acá está, es este". ¿Cuánto de seriedad hay en la parodia nietzscheana?]:
"Yo soy el hombre más terrible que hubo jamás; lo que no impide que yo sea el más bienhechor. Conozco la alegría que proporciona el destruir en un grado que corresponde a mi fuerza de destrucción. En los dos casos obedezco a mi naturaleza dionisíaca, que no sabe separar el hacer no del decir sí. Yo soy el primer inmoralista, por ello soy el destructor par excellence".
Este pasaje puede entenderse como una inflación patológica de su ego. Pero también puede leerse en él, a contrapelo, la voz de otro sujeto de enunciación; el burgués aquel cuya praxis Marx describe con pavor y admiración:
"Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas".
La burguesía, cuando toma el comando de la historia mundial, se transforma en una clase desbocadamente creadora y destructora. La magia del extremo, para decirlo con otras palabras del propio Nietzsche. En la versión de La voluntad de poder editada póstumamente por su hermana Elizabeth, hay una sección titulada "Sociedad y estado", en la que Nietzsche deja escrito en el fragmento 749:
"Somos, con mucho, los más fuertes entre los fuertes. Ni siquiera necesitamos la mentira: ¿qué otro poder podría prescindir de ella? Una fuerte seducción lucha por nosotros, quizás la más fuerte que haya: la seducción de la verdad... ¿de la verdad? ¿Quién me puso esta palabra en la boca? Pero ya la vuelvo a sacar, desdeño la orgullosa palabra: no, tampoco necesitamos la verdad, llegaríamos al poder y a la victoria también sin la verdad. El encanto que lucha por nosotros, el ojo de Venus que cautiva y enceguece hasta a nuestros enemigos, es la magia del extremo, la seducción que ejerce todo extremo: nosotros, inmoralistas, somos los extremos".
¿Qué relación hay entre voluntad de poder y extremo? La voluntad de poder es querer siempre más poder. No reconoce límites. No puede limitarse a conservar el poder sino que tiene que acrecentarse: porque, cuando el poder sólo se conserva, entonces ya empieza a perderse. Solamente hay una forma de poder: querer poder siempre más, desmesuradamente. Correr más rápido para seguir de pie. Esa es su naturaleza dionisíaca: la desmesura del poder. Para Heidegger se está hablando así de la cuestión de la técnica. Un poder que está obligado a ir siempre más allá de sí, sin poder detenerse. Una dinámica que dispara a la humanidad hacia arriba sin encontrar ningún cielo. Nietzsche caracteriza a este impulso como una voluntad, pero curiosamente se trata de un poder que nadie puede detener, un paradójico modo de la impotencia.
¿La voluntad de quién?
Dice Heidegger en su Nietzsche:
"Nietzsche dice que los príncipes europeos (los que conforman y dirigen la historia y el destino de los pueblos) deberían reflexionar acerca de si aún pueden prescindir del apoyo de los inmoralistas. Esto quiere decir: deberían tener claro si las metas que proponen para sus naciones son aún verdaderas metas, si las hipócritas apelaciones a la moral, a los valores culturales, a la civilización y el progreso no tienen como fondo una metafísica hace tiempo derrumbada. Los príncipes deberían reflexionar si estas son aún metas fundamentables o una simple fachada, despojos ya no pensados a fondo de un mundo metafísico en ruinas".
Heidegger toma a Nietzsche como un pensador situado en el ojo de la tormenta de la época: la de Nietzsche, la de Heidegger y, quizás todavía la nuestra.
Habría que pensar qué sentido sigue este impulso hacia el extremo. ¿En qué dirección vamos? ¿Sigue resultando apropiado decir que podemos decidir una dirección? ¿o la magia del extremo significa que ya no hay nada que decidir? El imperio de la tecnología es ahora evidente. Pero ¿vamos bien a fondo si pensamos la técnica como voluntad de poder? Si ya no nos resulta posible tomar una decisión que pueda cambiar este rumbo, ¿la eficacia de la técnica no termina por ser un despliegue descomunal de la impotencia, la extinción de toda voluntad, un choque contra la multiplicación desenfrenada de lo mismo? ¿Hablará de esto esa otra frase de Nietzsche: "El desierto crece"? ¿El impulso eufórico hacia el extremo es el desierto que crece?
En diciembre de 1887 Nietzsche le escribe a Carl von Gersdorff, uno de los pocos amigos que le quedan:
"En un sentido, mi vida está precisamente ahora como en pleno mediodía: una puerta se cierra, otra se abre. Lo que hice en los últimos años es saldar cuentas... poco a poco fui acabando con personas y cosas. Quién y qué debe permanecer, ya que tengo que pasar, ya que estoy condenado a pasar a la auténtica cuestión principal de mi existencia, esta es ahora la pregunta capital. Porque la tensión en la que vivo, la presión de una gran tarea y una gran pasión, es demasiado grande como para que ahora puedan acercarse a mí nuevas personas. El desierto a mi alrededor es inmenso."
Un año después, ya en Turín, el 31 de diciembre le escribe a Franz Overbeck:
"Trabajo ahora en un memorandum a las cortes europeas para formar una liga antialemana. Quiero encarcelar al Reich en un corset de hierro y empujarlo a una guerra desesperada. No tendré las manos libres hasta que tenga en mi poder al joven emperador y a quienes lo rodean. En mi situación externa nada ya va a cambiar en los próximos años, quizás nunca más. Tendrán que acostumbrarse a esta especie de filósofo."
El 3 de enero de 1889 a Meta von Salis:
"El mundo está transfigurado, puesto que Dios está en la tierra. ¿No ven que todos los cielos se alegran? Acabo de tomar posesión de mi reino. Encarcelo al Papa y hago fusilar a Wilhelm, Bismark y Stoecker."
El día siguiente le escribe al danés Georg Brandes:
"Al amigo Georg: Después de haberme descubierto, ya no es gran cosa el encontrarme. Ahora lo difícil será perderme".
Y firma: El Crucificado.
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