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lunes, 23 de julio de 2018

Cuerpos que importan: Judith Butler, Althusser, Lacan, Kierkegaard



Judith Butler escribe "El género en llamas: cuestiones de apropiación y subversión", un interesante capítulo de su libro Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del "sexo" (Buenos Aires, Paidós, 2002), en el que analiza largamente la película de Jennie Livingston Paris is burning (la película que vamos a proyectar este sábado en el ciclo Cuerpos Capturados, a las 19:30 en Ayacucho 483). En ese capítulo de su libro, Butler empieza con sendos epígrafes de Louis Althusser (Ideología y aparatos ideológicos del estado) y Friedrich Nietzsche (La genealogía de la moral). Es curioso que su análisis de la constitución del yo a partir de la interpelación de la voz de un otro que constituye el yo tenga un inconfundible aroma kierkegaardiano. Es probable que Althusser tomara estas ideas de Lacan, cuya filiación kierkegaardiana está largamnete acreditada. Butler conoce bien a Althusser y a Lacan. No puedo asegurar que también hay leído a Kierkegaard. En estos pasajes no se menciona.

Kierkegaard instala esta idea de la interpelación de la voz de un otro como constitutiva del yo en al menos dos de sus textos cruciales: en Temor y Temblor, del pseudónimo Johannes de Silentio, Abraham escucha el mandato de Dios de sacrificar a Isaac, a partir del cual puede asumir la posibilidad de constituirse como Padre de la Fe.

Más explícitamente el curso de pensamiento que va a ser retomado por Lacan (en el que luego se inspirarán sucesivamente Althusser y Butler), en El concepto de angustia el pseudónimo Vigilius Haufniensis comenta el pasaje del Génesis en el que Jehová comunica a Adán la prohibición de comer el fruto del árbol del saber del bien y del mal. Hasta ese momento Adán vivía en estado de inocencia, instancia que Vigilius interpreta como un no saber acerca de sus propias posibilidades. Al escuchar de Jehova que hay algo que no debe hacer, Adán no es posible que entienda de qué se trata eso que le ha sido prohibido, ya que aún no ha probado el fruto del saber. Pero sí comprende que hay algo que no debe hacer. Esta prohibición le permite ver su posibilidad de hacer eso que se le prohíbe. Una prohibición solo tiene sentido -cualquiera fuera el acto prohibido- si es posible llegar a hacer aquello que se me prohíbe. Así, dice Kierkegaard a través de su pseudónimo, el espíritu del hombre se despieta al descubrir su ser posible. Adán aún no sabe  en qué consiste el acto prohibido, pero advierte su posibilidad de cometerlo. Al percibir su posibilidad de obedecer o no la prohibición nace su angustia. Este es el texto:


"Todavía reina la inocencia en este momento, pero basta el sonido de una sola palabra para que se concentre inmediatamente la ignorancia. La inocencia, como es obvio, no puede entender esa palabra, mas la angustia ha hecho con ello, por así decirlo, su primera presa y ya posee en lugar de la nada una palabra enigmática. En este sentido, cuando en el Génesis se afirma que Dios dijo a Adán: «pero no comas del árbol de la ciencia del bien y del mal», es claro de todo punto que Adán no comprendió lo que significaban esas palabras. Pues, ¿cómo podía entender la distinción del bien y del mal, si tal distinción no existía para él antes de haber gustado el fruto del árbol prohibido?

"Si se supone, pues, que la prohibición es la que despierta el deseo, entonces tenemos ahí un saber en vez de la ignorancia, ya que Adán, necesariamente, tuvo que poseer un saber acerca de la libertad desde el momento en que había experimentado el deseo de usarla. Por consiguiente, ésta es una explicación a destiempo. No, la prohibición le angustia en cuanto despierta en él la posibilidad de la libertad. Lo que antes pasaba por delante de la inocencia como nada de la angustia se le ha metido ahora dentro de él mismo y ahí, en su interior, vuelve a ser una nada, esto es, la angustiosa posibilidad de poder. Por lo pronto, Adán no tiene ni idea de qué es lo que puede; en otro caso se supondría ciertamente —cosa que sucede con harta frecuencia— lo que viene después, a saber, la distinción entre el bien y el mal. Sin embargo, en tal estado primitivo sólo existe la posibilidad de poder como una forma superior de ignorancia y como una forma superior de angustia, ya que en cierto sentido más eminente cabe afirmar que en Adán hay y no hay esa posibilidad y que, en el mismo sentido, él la ama y le huye". [S. Kierkegaard, El concepto de la angustia, Cap I, 5]

Clickeando sobre el siguiente título pueden encontrar el fragmento de Judith Butler del capítulo, en que aplica estas nociones a su teoría del género:



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