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jueves, 15 de octubre de 2015

El Perón de Macri


por Lidia Ferrari

Es cierto que la inauguración del monumento a Perón en la ciudad de Buenos Aires protagonizada por Macri & Co. es uno de los más groseros mamarrachos que puede producir una campaña electoral.

En el marco de las inminentes elecciones de octubre es claramente un gesto camaleónico, de esos que en la política, -es cierto que no con las características caricaturales y exóticas que tienetiene en este caso- son las usuales maneras de sumar votos.

Pero no deja de ser muy interesante esta movida del mayor representante del gorilismo vernáculo, alguien que se puede ubicar sin dudas en las antípodas del peronismo. El acto nos dice más de su debilidad política que de su camaleonismo ad hoc. Pero se puede leer algo mucho más interesante en este gesto y que ya no lo implica a él y a sus camaradas de ocasión, sino a los emblemas nacionales de la política, en los que resuenan siempre los ecos imaginarios de las ideologías y las batallas políticas de la historia. Podemos decir que los emblemas ideológicos que surcan el espectro de la vida social y política tienen una potencia y una vigencia mayor y más duradera que los eventos políticos y sociales concretos.

Para ser más clara: el peronismo ha sido un gran proscripto a partir del 55 en Argentina. Esta proscripción no se registra solamente en los momentos en los que efectivamente ciertos gobiernos lo proscribieron sino, y sobre todo, en aquellos momentos en los cuales del peronismo era necesario hablar sotto voce. En la misma línea, ciertos emblemas izquierdistas siguen siendo “mal oídos”, aunque ya haya pasado la persecución política de la dictadura. Hay una proscripción que continúa en los intercambios simbólicos que anulan, esconden, invisibilizan, sustraen significantes como Perón, Evita, peronismo, pero también comunismo, socialismo, revolución, izquierda, lucha popular, y con ello en los nombres que los representan: Fidel, El Che, Salvador Allende, etc. etc.

La clandestinidad del peronismo puede haber cesado oficialmente en una jornada de mayo de 1973 o en diciembre de 1983, pero no es fácil que ella desaparezca por obra y gracia de una fecha o un decreto. Persiste una marca en lo colectivo como aquello de lo que no se puede hablar, lo que no todos se animan a pronunciar. ¡Viva Perón! en mi adolescencia fue el grito de un compañero de escuela frente a un comité radical de un pueblo de provincia. Ese camión cargado de chicos que festejaban el fin de curso se encontró, en 1972, con varios autos policiales que, amenazándonos con ametralladoras y fusiles, nos hicieron conocer la potencia que tiene un sintagma de lo más inocente para el chico que lo gritó, como jugando. No había connotación política alguna en ese grito que se parecía más a tocar un timbre y salir corriendo, pero fue una clara enseñanza para nosotros que eso no se podía decir sin sufrir las consecuencias. Es de esta manera que se instalan los emblemas en la vida nacional: a pesar de que vivimos hace bastante tiempo en democracia, en los que la izquierda y el peronismo pueden actuar en plena libertad, sin embargo, no hay calles que se llamen Che Guevara o Salvador Allende, menos aún un monumento que los recuerde. Hay una censura sorda e inmaterial que lo impide.

El monumento a Perón tiene el valor de haber podido cruzar esa línea de censura que va mucho más allá de las decisiones y actos gubernamentales. Es admitir que esa parte de la historia merece un recuerdo en la ciudad, y no de cualquier manera, sino como monumento. El litigio por los monumentos es parte de la escritura de la historia, de esa escritura que permanece a lo largo de décadas y siglos. Este tipo de conmemoración viene demorada, posee una andadura mucho más lenta, pues la sociedad se resiste a admitir a quienes han sido inscriptos por la fuerza como proscriptos, como líderes populares o como subversivos. Las auto-censuras sociales están allí dando vueltas, son patrimonio de todos, ese temor atávico (casi inconsciente) que te queda luego de saber que Viva Perón no se puede decir sin que aparezcan las amenazas de los fusiles.

¿Y qué tiene que ver esto con el Perón de Macri? Macri no se volvió peronista ni está atravesado por algo que lo pueda identificar con el peronismo. Se trata de un acto oportunista. Pero lo que ha hecho Macri es habilitar una memoria diversa entre los que están acostumbrados a juzgar, censurar y amenazar. Esos que son los que han decidido en tantas oportunidades qué se puede decir, qué se puede leer y cómo se debe escribir la historia. A pesar de las conquistas democráticas en la vida social y política, es la ideología reaccionaria la que puede hablar tranquila y seguir denominando al “tirano prófugo”, mientras que las ideologías populares y emancipatorias tienen un camino fatigoso para incluirse en el lenguaje cotidiano. 

Entonces, Macri ha habilitado aún en los sectores más reaccionarios la idea de que Perón merece un monumento. Esos para los que peronismo es una mala palabra, embadurnados de una ideología gorila tan nacional como el mate. No lo inaugura el pueblo o el gobierno que lo aclama genuinamente sino –pese a sí mismo- el representante por antonomasia del gorilismo nacional. Sospecho que este acto -no sabemos cuánto útil para captar votos peronistas- tenga una utilidad muy otra, la de autorizar al imaginario colectivo de tener un Perón incensurable. Se trata de la memoria para la historia, no para el aquí y ahora. Será difícil deshacerse de ese monumento. Está allí, para todos, para los peronistas y para los que no lo son. El litigio por la memoria histórica encuentra en este acto de Macri una aparente paradoja, la de que el más gorila es el que inaugura el monumento de Perón. Pero esto puede pensarse de otro modo. Por un lado, no hay tal paradoja pues esto significa que Macri se hace cargo de que Perón es alguien que merece un monumento (aunque no lo piense). Por otro lado, y pese a quien pese, Macri inaugura un monumento que, desde el lado de los que proscribieron al tirano prófugo, legitima para toda la sociedad que Perón tiene un lugar central en la historia argentina. Es el ejemplo opuesto al de la protesta antikirchnerista por el nombre del Centro Cultural Kirchner. En este caso Macri ha debido ceder en la manera en que su clase trata los emblemas populares.

Si la derecha vernácula ha llegado a este nivel de trasvestismo es porque el peronismo y el kirchnerismo tienen un lugar en la vida democrática nacional que difícilmente se pueda desplazar o mudar de sitio, tanto como un monumento, como patrimonio común, no se puede fácilmente cambiar de lugar, no sólo en su materialidad “monumental” sino en lo que como símbolo lega a la posteridad.