por Oscar Cuervo
¿Sabían que la mejor película de los últimos tiempos no está protagonizada por Penélope Cruz ni por Alana Haim sino por una vaca? La película se llama Cow, su autora es la británica Andrea Arnold y la vaca se llama Numa. No es el primer largo protagonizado por un animal: en los 80 los japoneses filmaron durante cuatro años Las aventuras de Chatrán que contaba la historia de un gatito encantador para cuyo rodaje se mató a por lo menos 15 gatos, según se denunció posteriormente. Por obra del montaje, esta práctica de crueldad mercantil se transformó en una fábula encantadora.
Dos décadas antes, Robert Bresson filmó Al azar, Balthazar, cuyo protagonista es un burro. Bresson pensaba que el burro es el animal más inteligente de todos, pero para filmar la película eligió a uno que no supiera hacer absolutamente nada. No quería un burro amaestrado por los mismos motivos que detestaba a los actores que representan emociones construidas desde su voluntad: "Quise que este animal fuera una materia bruta" le comentaba Bresson a Godard en Cahiers de mayo de 1966. En otra entrevista del mismo año, explicaba que el sentido de la película estaba en que al pasar de amo en amo cada uno de ellos representara los vicios de la humanidad y finalmente el burro iba a morir por sus pecados.
Como Chatrán,
Cow fue filmada durante cuatro años, aunque sus experiencias no podrían ser más distantes. Con
Cow Andrea Arnold
se ubica más cerca de Bresson sin su pretensión alegorizante, pero mantiene la preferencia de Bresson por un cine apegado a la verdad, como ella declara al explicar el proceso de registro y edición de la banda sonora: "Le pedí [al sonidista] que estuviera cerca de Luma porque así se puede apreciar la cantidad de sonidos que emite: los gruñidos, los mugidos, el sonido de la respiración. Quería que a través del sonido se sintiera al animal. El trabajo que suele hacerse con el sonido en el cine es muy bueno, pero siempre existe un procedimiento que consiste en reemplazar una cosa por otra cosa. El sonido que proviene de un caballo real es muy distinto del que se hace en un estudio. La tradición consiste en reemplazarlo todo [N. de
La otra: ¡¡¡los westerns!!!]. Detesto eso. Bresson dijo que la vida es inimitable, nunca se puede reemplazar un momento por otro", le dice Arnold
a Roger Koza.
En su conexión con Numa, Arnold rescata su experiencia infantil de proximidad con los animales del campo. Usa el cine para contactarse con la sensibilidad de Numa, a la vez que la muestra integrada al dispositivo de explotación humano. Numa no es un animal salvaje ni doméstico: es ganado. Por eso es lícito preguntarse en qué medida Cow es una película sobre la animalidad y en qué medida lo es sobre la humanidad. Lo que separa nítidamente a ambos mundos es que todo lo humano que aparece en Cow está dirigido a hacer más eficiente el rendimiento económico del ganado. No hay simetría. Los seres humanos que aparecen en la película lo hacen lateralmente, fuera de foco, nunca ocupan el centro del cuadro ni puede identificárselos, mientras la mirada de Numa está continuamente conectada a la cámara y, a través de ella, a nosotros.
Los humanos le ponen nombre, Numa, pero también marcan a fuego un número una de sus patas traseras. Numa es 29, lo que signa su entidad económica. El nombre no es una humanización de la vaca más que en este punto: el extractivismo sabe que la vaca rinde más si se la nombra y se la trata con afecto. O en todo caso, su nombre la "humaniza" tanto como el número de serie. A diferencia de las maldades que sufre Balthazar, Numa recibe cariño pero tiene un propósito interesado. Lo mismo pasa con la música que suena en el tambo en el que cada jornada se concentran a algunas decenas de congéneres en un dispositivo de extracción mecánica: suenan en el espacio productivo unas canciones muy dulces, Angel Olsen, Billie Eilish... Si las vacas se sienten en un ambiente agradable, producen más leche. Los que diariamente las manejan y las conectan a las máquinas extractoras de leche que están en lugar de sus amados terneros -los gestos del amor maternal de Numa son potentes- las alientan: "vamos, chicas".
La directora no enfatiza una denuncia del maltrato animal pero toda la organización del espacio dramático responde a la economía. Eso distancia a Arnold de Bresson y a Numa de Balthazar: no hay alegoría ni pecadores sino racionalidad económica. Arnold no representa nada sino muestra cómo funciona la producción lechera. No hay entonces reciprocidad posible. Las vacas son para el mundo que Cow muestra no un depósito de la maldad humana sino objeto de una racionalidad. Lo que en Balthazar organiza su película es la teología, en cambio en Cow se trata de economía. En lo que se parecen es que estas dos dimensiones, la religiosa y la productiva, no son explicadas sino que movilizan sus mundos desde el fuera de cuadro. De ahí resulta que la mirada de Bresson hacia Balthazar es misericordiosa y lo que se consuma al final es un sacrificio, mientras que en la mirada de Andrea Arnold su escena más terrible responde a una racionalidad económica que pretende cierta cesación del sufrimiento.
El párrafo anterior podría dar a entender que
Cow es un documental de denuncia del maltrato animal y esa lectura no está excluida de las posibilidades de un espectador. Pero lo que en verdad la cineasta se propone es una conexión con la sensibilidad de Numa por medio de la cámara.
Cow no es el relato de una vaca maltratada por una serie de personas codiciosas, iracundas, mezquinas, sino la conexión de dos miradas por medio del cine, bajo la postulación de que un puente de sensibilidad es posible entre ellas. Por eso en
Cow vemos lo que sucede en un registro a la vez estrictamente realista y sensitivo: "El poeta irlandés John O'Donohue habla sobre la belleza salvaje de lo invisible", dice Arnold. “¿Los animales tienen alma? Si pensás en el alma como la vitalidad invisible de una persona o animal, Luma definitivamente tiene alma. Puedo verla pensando en las cosas a través de sus ojos. Y podés ver su emoción. Esa belleza salvaje de lo invisible se siente allí con ella [completo
acá]”. Es en la postulación de un alma donde Arnold y Bresson se aproximan. Lo peculiar de
Cow es que esto se hace posible por la intervención del cine como un elemento tercero, diferenciado del armazón extractivista y de las vacas explotadas.
El momento más hermoso de Cow es cuando al atardecer, al final de la jornada, Numa se tira a descansar y mira el cielo bañada en una luz dorada. Parece disfrutar en comunión silenciosa con el universo. El cine presencia ese instante de pura belleza.
A veces nos preguntamos dónde quedó el cine ahora que el mundo se llenó de pantallas, una pregunta que puede encararse de distintas maneras. La más perezosa retrocede hacia las obras de los grandes creadores de formas de la época clásica: el canon del siglo xx, "run for cover", digamos. Es posible que el cine sea un asunto del siglo de la revolución industrial que se resolvió en el siglo de los campos de concentración, que empezó a vacilar cuando la televisión simuló asumir la forma de su encuadre pero rotuló cada imagen con un zócalo que la explicara. Si el cine está en la pantalla inmensa de la sala oscura o en el fugaz negro que separa cada cuadro inmóvil, si quedó guardado en la gramática instaurada por Griffith para generar una representación pseudo-transparente del espacio que vuelve al montaje invisible, si los buenos guionistas migraron hacia las series para narrarles a los adultos del living sus historias interesantes y dejar el espectáculo estruendoso en ojos y oídos de los púberes que corren a los mall a ver las megamercancías de Marvel que recuperan su inversión en los cuatro días de un fin de semana: todas hipótesis con su componente empírico. Prefiero considerar un aspecto menos empírico: qué hizo el cine con nuestra experiencia histórica: el doble movimiento por el cual la mirada y la escucha humanas se extrañan, salen de sí y se recuperan a sí mismas para verse por primera vez como tales. El acto de ver la mirada y oír la escucha. Lo decisivo sería la encrucijada donde nos encontramos mirándo(nos) y escuchando la tensión entre lo que nos miramos y escuchamos.
Estas ideas me volvieron a rondar cuando vi Cow. Si su autora no fuera inglesa. diría que se inspiró en una vieja canción de Miguel Abuelo "¿Nunca te miró una vaca de frente?". Es casi imposible que conozca la canción, pero seguro muchas veces la miró una vaca de frente, como ella cuenta sobre su infancia en el campo. Nunca tuve esa experiencia hasta ver Cow, a las vacas las veía siempre desde las ventanas de un auto al borde de la ruta, pero sí sentí la mirada de mi perro Rino. Las vacas miran... y cómo. Arnold puso la cámara en la posición precisa para que Luma nos mirara. Sus mugidos no son "ambiente campestre" sino algo que me habla. Al mirarte sentís algo más que un objeto que se te opone: te conectás con algo tuyo, un abismo que no te pertenece. Alguien escribió una frase memorable: "Una noche de fantasmagorías: ...esta noche es lo percibido cuando se mira al hombre a los ojos, una noche que se hace terrible: a uno le cuelga delante la noche del mundo”. No se había inventado el cine cuando lo escribió, pero no estaba lejos. En el cine a uno le cuelga la noche del mundo.
“Muchos de mis amigos estaban llorando en la proyección en Cannes”, dice Arnold. “La noche siguiente tuvimos otra proyección y lo mismo. Creo que mucha gente no siempre sabe por qué les afecta de esa manera. No se trata solo de la vaca, no lo creo. El cine te está dando una experiencia”.