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miércoles, 9 de febrero de 2022

Licorice Pizza: la apoteosis de lo insulso


Hay películas que parecen pensadas para abarcar agendas diversas, mediante un truco de diseño de producción que les confiere unidad. La cantidad de tópicos acumulados sin conexión en Licorice Pizza funcionan como anzuelos para lograr una presencia en la conversación en redes.

La nueva película de P T Anderson siembra por el guión los temas de la diferencia de edad en una posible pareja joven, el universo de referencias pop de unos primeros 70 -que visualmente se parecen más al fin de los 50-, marcas históricas incluidas -Nixon, la crisis del petróleo- los cameos de Sean Penn, Tom Waits y Bradley Cooper, cuyos personajes están para que las estrellas sean incluidas en el casting y nada más, sin que aporten algo al presunto eje narrativo.

Esta agenda es desarticulada e inatinente: podría no haber japonesas ni colchones de agua ni flippers, podrían no sonar Bowie o McCartney y nada cambiaría el sentido de la película. Las piezas son intercambiables y el único motivo es la acumulación de detalles que completen los vacíos entre el principio y el final. El efecto que produce esta agenda es el de una conversación entre ex-adolescentes argentinos de los 80 que evocaran con nostalgia "luminosa" los Sea Monkeys, Rafaela Carrá o las telenovelas de Arnaldo André. 

Anderson no construye una mirada: diseña una producción que acumula elementos de manera pretendidamente inusual: la pareja protagónica tiene diez años de diferencia, pero la chica es la adulta y el puber es un emprendedor más vanidoso que soñador. PTA puede incluir en su diseño conversacional tópicos como las familias judías, las japonesas antipáticas, el uso del 70 milímetros como reivindicación del cine predigital, la imagen granulada y colorida, el vestuario vintage presuntamente atrbuible a los años 70 o al cine de los 70, aunque por momentos parece remitirse más a la era pre Beatle. La referencia a la imagen predigital en una película de 2021 no implica aquí ninguna posición sobre la historicidad del cine sino la variedad que permite un filtro de Instagram.

Los intentos de la crítica por ligarla a aspectos de la contracultura no afectan para nada los comportamientos de los personajes. Mas bien PTA intenta insuflar encanto al empredurismo que hace al protagonista un posible participante de las charlas TED, ajeno completamente a los jóvenes de los 70. Bowie suena anacrónico en ese contexto, así como toda referencia a los hippies o la crisis política de Nixon.

Licorice Pizza es un título en cuya extravagancia se cifra el deseo de llamar la atención como algo distinto. Lo mismo el casting: un par de jóvenes elegidos desde su falta de carisma invita a hablar de que PTA arma castings contra los criterios usuales.

La banda sonora de Licorice tiende a escucharse y comentarse por fuera del film -¡qué lindas canciones!, aunque no incidan en la experiencia de sus personajes. Por postularse como comedia romántica -o algo así- los gags son escasos y de gracia desabrida. Si transcurriera en los 80 solo cambiarían el vestuario y las canciones. Nixon podría ser Reagan e importaría igual de nada.

Lo más notable de una comedia sin gracia y un romance sin erotismo es la total falta de angustia de los protagonistas de un amor incierto. El cálculo con que se disponen los elementos decorativos -casi todos- patentiza la falta de pasión y la frialdad de esta historia de amor. Licorice no ríe ni llora: ostenta. Esto explica su fracaso en las taquillas: no porque sea difícil sino porque no se dirige a ningún público. Por los mismos motivos logra que se hable mucho en twitter: para sostener la ilusión de que hay un cine juvenil posible fuera de Marvel. Cierto que lo hay, pero un cineasta tan desabrido como P. T. A. no parece el indicado para filmarlo. PTA logra récords de impersonalidad: ha intentado ser Scorsese, Altman, Kubrick sin nunca superar a sus modelos ni conquistar una mirada propia.

Dos cosas me impresionan de la recepción crítica -abrumadoramente celebratoria: las discusiones para encuadrarla en algún género (como si esto justificara su existencia) y su idea desangelada de los conflictos juveniles. ¿Quién puede haberse enamorado alguna vez con tanta abulia?

Licorice Pizza encuentra su razón de ser en las nominaciones para el Oscar. Es indiferente si ganará alguno: será materia tuitera durante dos días si sacó menos premios que los merecidos. Nadie la recordará en dos años como hoy sí se sostiene la relevancia artística de films juveniles de décadas anteriores a esta: Antoine y Colette, Soplo al corazón, La luna, Paranoid Park. Yo mismo ya la estoy olvidando.