Es muy conmovedor ver a los dos máximos exponentes vivos del rock argentino tal como ellos mismos eligen exponerse hoy ante una sociedad que los adora. Charly y el Indio son las dos figuras que hoy encarnan corrientes de amor y autoridad muy profundas, algo que por ejemplo ningún político logra. Hubo épocas en las que las carreras de ambos se forjaron, que fueron muy difíciles para ellos y en un tiempo muy prolongado tuvieron que atravesar desiertos sin conquistar el consenso social. Puede decirse que los dos fueron guerreros de su arte, que las posiciones que encarnaron no gozaron de la benevolencia generalizada en la etapa que hicieron sus mejores obras y arriesgaron una posición de verdad que los puso en peligro. Hoy los cuerpos de los dos, El Indio y Charly, muestran toda su fragilidad, en contraste con la potencia de sus obras. Y los dos deciden ofrendar sus cuerpos ya muy debilitados, como una forma paradójica de fortaleza indeclinable. Ver al Indio tembloroso, a Charly con su dificultad para hablar y su mirada algo absorta, es muy emocionante. Es curioso este final de ciclo para los dos grandes exponentes del rock argentino. Hay algo de ofrenda en su manera de salir al espacio público, a la mirada de todos. El rock, que empezó siendo el rito de los cuerpos indomitos y ágiles, termina ofrendando una manera de envejecer. Ellos no mueren jóvenes ni dejan cadáveres hermosos. Se muestran sin filtros de Instagram ni prácticas negacionistas de la vejez y la muerte.


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