El devenir de los fideos mutantes en La nube errante es la insignia de todo el cine de Tsai: la luz natural, la ética estricta de un montaje que no se permite jamás anticipar el proceso por el cual algo ha de mostrarse, las precauciones acerca de los diálogos, la confianza en la elocuencia de la imagen y aún en la elocuencia del fuera de campo.
Esto está ahora para mí muy claro, por eso vuelvo siempre al plano final de El río: ahí ya estaba todo. Después del tremendo encuentro de Hsiao Kang con su padre, todo hacía prever un desenlace fatal: el arte occidental por mucho menos haría que Hsiao se arranque los ojos o se arroje al vacío desde el balcón. Interminables segundos nos llevaría descubrir que no, que Hsiao estaba aún ahí y que no se iba a tirar. Desde ese momento, todo el potencial trágico de la fábula muta en una comicidad que empieza a quedar patente cuando se ve El río por segunda y más aún por tercera vez.
Hablar de la comicidad de aquella película parecía osado en aquel momento, por ser tan lúgubre su tonalidad dominante. Pero a la altura de La nube errante, la dupla Tsai / Lee Kang-sheng ha destapado su capacidad cómica: La nube... está plagada de momentos graciosos. Para encontrar sus precursores ya no cabe hablar de Antonioni, de Bresson o de Ozu: parece más apropiado pensar en Harold Lloyd, en Keaton o en el propio Chaplin. Hsiao Kang tirando en una maceta el jugo de sandía mientras finge secarse la boca con satisfacción, o el equipo del filmación en pleno buscando la tapita de la botella perdida en la vagina de la actriz porno: momentos de pura gracia, que hacen de La nube errante un ejemplo de slapstick siglo XXI.
Hay sequía en la comarca: si en las películas anteriores de Tsai y Lee las aguas contaminadas, las cucarachas y la lluvia torrencial fueron signos de un estado de catástrofe ingobernable, desde el cortometraje The skywalk is gone (antecedente inmediato de La nube...) Taipei sufre una sequía que trastorna los vínculos humanos. La mutación que amenazaba veladamente en El río y en The hole termina por concretarse: a cierta altura La nube errante muta en un musical, cuando del tanque de agua emerge Hsiao Kang convertido en mutante, con el cuerpo escamado de lentejuelas verdes y azules. En esa condición le canta su amor a una esquiva luna. De mutaciones se trata: el amor nos vuelve mutantes. El muchacho extremadamente serio que vimos en las películas anteriores muta en un gracioso cantante y bailarín.
Y el cine de Tsai muta en algo difícil de prever, pero lleno de promesas: si alguien ha pensado que el malestar es la sensación más recurrente de este cineasta, una sola escena alcanza para desmentirlo: Hsiao se enjabona en el tanque que distribuye el agua por todo el edificio, la espuma viaja a través de las cañerías y unas delicadas pompas de jabón salen por la canilla del departamento de la chica y hacen plop en su cuerpo. ¡Oh!
OSCAR ALBERTO CUERVO
1 comentario:
clarooo, las pompas de jabón son porque el chabón se bañó en el tanque... no lo había conectado... ja ja... qué naba... gracias!
muy buena la peli.
besos. julieta.
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