Llegó finalmente Bob a Buenos Aires. Trataré de no ser grandilocuente ni comportarme como un fan desbordado. Decir que esta ha sido la mejor de las tres visitas que Dylan hizo a nuestra ciudad es justicia. No decir: “Dylan llega a sus 66 en buen estado”. No: Dylan vive uno de los momentos más altos de su carrera. Y si pensamos en la carrera de este hombre, imagínense uno de sus momentos más altos.
En el estadio de Velez, Dylan es ante todo una voz. La banda es potente y sobria, el sonido limpio y la puesta en escena de un clasicismo espartano. Velez es un lugar grande y hay mucha gente, mucha. El escenario queda lejos y las pantallas de video nunca traspasan el plano general. Potencia, limpieza, distancia, sobriedad son parte de un mismo concepto artístico. Este show tiene un autor y el hecho de situarse en un estadio no lo hace desviarse un centímetro del rigor autoral. No hay ingenieros ni diseñadores que, para acondicionar el show a grandes dimensiones, prevalezcan por sobre la autoría.
Y Dylan es ante todo una voz: es esa voz la protagonista, la que llega a cada uno de los presentes. Por eso se vive en el estadio un clima de emocionante concentración. Porque todo el mundo está prestándole atención a la voz. Lo que cuenta es ese bramido que sale de la caverna oscura, ese sonido cavernoso que hace de goma las palabras. Nadie se confunda: no estamos ante el premio Nobel de Literartura: el arte de Dylan sale de la caverna ubicada en algún punto de su garganta, choca contra el paladar, se cuela por las aletas de su nariz, se lima con los dientes, se astilla de pronto por un golpe de esófago. A medida que la voz se templa, el rugido se modula, se afina, se entibia, aparecen matices, las voces de otros Dylan, el de los 70, el de los 80, y de pronto se vuelve oscura nuevamente y otra vez el bramido.
Dylan somete a las palabras a un tratamiento que no se parece a ninguna otra cosa del mundo. Son las paredes internas del cuerpo las que trabajan sobre ellas, las hacen líquidas, vidriosas. “No es lo que Dylan dice, es cómo lo dice”. El que canta es el tipo que hizo las canciones, no creo que otro se permitiera hacerlas así. Es una cuestión de autoridad: el que hizo Just like a woman, el que hizo Lay, lady, lay, el que hizo Things have changed, las hizo y sabe lo que hacer con ellas. Es además un tipo que viene haciendo la Gira que Nunca Termina desde hace casi 20 años, a razón de tres shows por semana: todo ese millaje recorrido se aprecia en la voz. Para cantar así hay que girar como él lo hizo.
Y hay que tener una decisión monolítica. Cualquier artista un poco menos decidido pondría su voz a un lado, trataría de suavizar las asperezas, les pasaría un barniz, la rodearía con arreglos, despliegue escénico, efectos de pantalla. O pediría al público que lo acompañen cantando. Todos sabemos de memoria una buena parte de las canciones, así que no nos costaría mucho corearlas. Pero no, porque el que está en el escenario es Dylan y su arte es su voz, algo verdaderamente inaudito: si cediera a esas tentaciones, eso se perdería.
Y bien, no sé si pude esquivar la desmesura del fan. No me pidan tampoco cosas imposibles: estoy hablando de un show de Bob Dylan en nuestra ciudad, uno de los más perfectos que se hayan visto aquí nunca jamás. La noche de marzo no pudo ser mejor y ahora ya estamos empezando a recordarla.
OSCAR ALBERTO CUERVO
2 comentarios:
oscar: qué lindo lo que escribiste!
me gustó mucho como describis la voz de Bob...ahora me arrepiento de no haber ido! parece que fue una noche ideal!
un beso.
Rose:
la próxima vez tené en cuenta mis recomendaciones con antelación, porque un genio como Dylan no viene por estos barrios todos los meses.
En cuanto a lo que decís de lo que escribí, creo que a él le cabe lo que le dice a su novia en una canción: Todo mi poder de expresión y mis pensamientos más sublimes nunca podrían hacerle justicia ni en razones ni en rimas.
Lo bueno que pudiera haber en lo que yo escribí es efecto de Dylan.
Publicar un comentario