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miércoles, 22 de agosto de 2018

Antes y después de la marcha de los flanes

La fase terminal del flan macrista en La otra.-radio del domingo, para escuchar acá 


"Quiero flan" es la consigna por la que en poco tiempo será recordado el desastre macrista.

Es cuanto menos curiosa la persistencia del macrismo en los procedimientos que lo llevaron a la debacle política desde que ganó las elecciones de medio término. En ese entonces  la propia prensa oficial estableció que, vencida electoralmente Cristina, ahora macri tenía que competir solo consigo mismo. Vista desde hoy, aquella victoria de 2017 aparece ya envenenada. Más precisamente, no la victoria misma sino la borrachera que al gobierno le produjo.

Borrachos por una diferencia de votos escasa, facilitada por la dispersión de la oposición, creyeron que podían acelerar el ajuste, defraudar las expectativas de su base y proyectar una reelección por tiempo indefinido. Así terminaron el año con el forzamiento de una reforma previsional que logró en un solo día despertar la resistencia social que hasta ese momento se había mostrado tímida. La reforma se votó en medio de disturbios en los alrededores del Congreso y los medios oficiales hicieron un esforzado despliegue para tergiversar la movilización como si hubiera sido la "barbarie" que amenazaba el funcionamiento de la democracia moderna. La única barbarie es la que esa tarde desplegaron las fuerzas represivas. Probaron con una maniobra de pinzas entre los golpes de la policía a los manifestantes y la no menos violenta manipulación de las pantallas sobre los televidentes estupefactos. Pero una segunda ola nocturna de manifestantes espontáneos fue el aviso de que la resistencia de los sectores medios (en parte ejercitados por los años de movilizaciones kirchneristas, en parte alimentados por los primeros ¡arrepentidos de votar al gato!) había venido para quedarse.

Con la manía que da consumir la propia merca, la jefatura de gabinete quiso imponer la lectura de que el gobierno ese día había ganado la batalla política en la calle, cuando la interpretación más prudente indicaba lo contrario. 

El macrismo tiene serias dificultades para pensar la sociedad como no sea bajo la forma de una familia embotada frente al televisor. Alguien les dijo que esos que a la noche se sientan a rascarse la panza en el infierno baboso de sus livings son los que deciden una elección y que así se construyen las sociedades postmodernas. A esos televidentes de atención resbalosa se dirigen los esmeros de los locutores manejados por Peña desde su wassap. Hoy es Alfredo Casero el descompensado vocero de ese sector que el macrismo imagina muy boludo -y en algunos casos acierta: son muy boludos. ¡Queremos flan! grita el ex-cómico la última gran consigna del cualunquismo empastillado. ¡Queremos flan! repetían los viejos que anoche se movilizaron sin comprender qué es lo que exactamente quieren. Un medio que se acomoda en la segunda línea del oficialismo como Perfil pretende transformar la modesta movilización de ayer en una jornada épica. A los grupos que ayer fueron al Congreso a pedir cárcel política para Cristina habría que multiplicarlos por 200 o 300 hasta llegar a la marea humana que hace semanas desbordó la ciudad y, sin embargo, no logró torcer la decisión penalizadora del senado



La política comunicacional no difiere en su rigidez del obstinado desmanejo de la macroeconomía. Rígidos tanto una como el otro, repitieron mentiras y videos, elongando la capacidad de engaño de la población más crédula. 

Durante dos años el macrismo contó con dos ventajas en su haber: la economía desendeudada que les había dejado Cristina y las expectativas de mejoría futura. La pésima gestión en ambos campos logró que las dos ventajas relativas ya se hayan perdido. El régimen entregó el mando al FMI pero no tiene más chances para atraer siquiera inversiones especulativas de alta volatilidad, mientras la bronca en la calle crece de manera exponencial. Palabras como "default" y "elecciones anticipadas" volvieron al léxico de la coyuntura. Los que anoche se movilizaron para las cámaras pidiendo flan se multiplican fácilmente por diez cualquier día de la semana en que los frentes de conflicto se siguen abriendo.  Dos tercios de la población, del cual solo la mitad es kirchnerista, saben con toda certeza que esto va a ir de mal en peor. Lo saben también los fanáticos incondicionales del gobierno, pero enredados en su estupidez incansable salen exasperados a pedir que aparezca la guita que Cristina oculta en bóvedas aún incógnitas.

La marcha de los flanes, justo cuando el menú ofrecido muestra su consistencia temblequeante, es un reflejo mecánico del mismo tipo que los que llevaron al macrismo a su crisis actual. Entonces la cosa puede complicárseles más. Ahora su núcleo duro espera que los departamentos de Cristina sean allanados y ella misma encarcelada. Lo curioso es que cualquier escenario imaginable aumenta el temblequeo del flan: si convierten a Cristina en presa política es probable que, en lugar de descabezar al kirchnerismo, eleven el liderazgo de la ex-presidenta a una instancia superior, un proceso que ya se registra en Brasil con procedimientos similares contra Lula. Cada minuto de Cristina en prisión contrastaría con los cotidianos aumentos de tarifas, alimentos, transporte y remedios, escuelas y universidades en paro, violencia callejera creciente, despidos, frentes de batalla que el macrismo va abriendo sin lograr cerrar ninguno. Pero si Cristina no fuera presa y la saga de cuadernos fotocopiados y los arrepentidos sin delito se prolongara indefinidamente, esto irritaría más a ese núcleo duro que pide sangre. ¿Encerrarse cada vez más en sus ultras desquiciados o defraudarlos perdiendo así su mayor base de sustentabilidad? Planteadas así las cosas, no tienen salida honorable. ¿En cuál de todas estas muertes el gato se puso a pensar?

En la edición del domingo de Perfil, Fontevecchia verbalizaba en la contratapa los deseos imaginarios del régimen:

"El Gobierno imagina que pronto se producirá en la parte sana del kirchnerismo un derrumbe emocional equivalente al que se produjo durante el XX Congreso del Partido Soviético, cuando Nikita Kruschev, en su discurso secreto, denunció por primera vez los crímenes de Stalin y hubo una decena de delegados que tuvieron crisis nerviosas y debieron ser atendidos médicamente, como el secretario del Partido Comunista de Polonia, Boleslaw Bierut, que murió de un ataque cardíaco, y el escritor stalinista Aleksandr Fadeyev, que se suicidó de un disparo. En el caso argentino, sin la materialidad eslava y con la autoindulgencia latina". (Fuente www.perfil.com).

Hay una evidente incongruencia entre la terapia psicotizante aplicada por el macrismo (de la que Fontevecchia forma parte) y los resultados que esperan: ¿Por qué creer que un bombardeo mediático abrumador del que ningún miembro de la población pudiera escaparse lograría anular la percepción de la realidad presente de los sujetos no enloquecidos? ¿Quién con dos dedos de frente puede creer que "la parte sana del kirchnerismo" va a abandonar el proyecto vital que organiza su experiencia y sus decisiones a causa de la imposición abusiva de medios hace rato detectados como enemigos? ¿Qué confianza en la evaporación de la posverdad puede hacernos olvidar del daño que el gobierno nos ocasiona día a día? Faltan conectores lógicos entre la cortina de humo que el macrismo, sus medios y sus jueces propagan cada día y el efecto que esperan producir. La inviabilidad práctica de la vida que el régimen propone impide aceptar la insistente invitación a vivir en el desierto que nos ofrece.

De esto estuvimos hablando el domingo, antes de la marcha de los flanes, en La otra.-radio. La musicalización del programa corrió por cuenta de Santiago Segura. Clickeen acá.