jueves, 23 de agosto de 2018

La chica desconocida

(Jean Pierre y Luc Dardenne, Bélgica, 2016) - Última película del ciclo Cuerpos Capturados - Este sábado a las 19:30 en Ayacucho 483




La cosa es así: los Dardenne sostienen que el cine es una tarea de visibilización de un estado del mundo que pocos quieren ver. Cuando llegaron con La promesa, El hijo, Rosetta, lo inesperado era que apareciera una Europa brutal, racista, neoliberal, despiadada. En sus películas no buscan víctimas porque, sobre ese fondo opresivo, su cámara aguarda el surgimiento de una conciencia, es decir, un acontecimiento finalmente feliz. No necesitan recurrir a una pedagogía, porque confían en que una vez que se llega a ese instante crucial, es posible que el espectador continúe la línea de puntos. Lo que está fuera de campo también existe. De ahí esos finales cortantes. Ya está, ya viste todo lo indispensable, ahora seguí vos. No hay ingenio narrativo en sus planteos, ni avidez por las novedades: ellos capturaron el problema de la relación del cine con lo real (o fueron capturados por él). No con el lugar común del montaje prohibido ni con las temáticas sociales. Lo real en los Dardenne es un asunto temporal: el instante.




Se puede filmar el peso infinito de un instante. Hay instantes en los que alguien llama, pide, ofrece. Esos instantes son filmados con la inestabilidad con la que la mirada se acomoda ante algo con lo que no contaba. La cámara de los Dardenne muestran conductas, pero no son conductistas ni entomólogos: no filman de arriba ni de lejos, sino desde cerca y un poco atrás de sus personajes. No organizan la escena según un esquema de estímulo y respuesta, sino que buscan el borde riesgoso de la indecisión, la posibilidad de estar atentos a esos instantes cruciales o de estar distraídos. La posibilidad de atender o no un detalle crucial, una señal es, además, un riesgo común a personajes y espectadores. Unos y otros pueden distraerse o presenciarlo.  Si pensamos sus películas en términos de un instante crucial, nos acercamos al núcleo de su posición artística. Es un instante crucial el que organiza todos sus rasgos estilísticos: cámara en mano, largos planos secuencias, narración lineal en presente continuo, elipsis de efectos drásticos, puntos de ataque y de cierre secos, cortes directos, ninguna música, diálogos parcos, redundancia mínima posible. Los Dardenne se aferraron a ese mástil y no lo sueltan.




Toda la trama de La chica sin nombre está construida en base a este dilema: me llaman: ¿escucho o no la llamada? Responder a una llamada del celular, escuchar el timbre, la intriga avanza entre indicios materiales, pero no filman cosas, ni personas como si fueran cosas. Filman encrucijadas. Trabajan desde un gesto físico que denota el arrojo de sus personajes. En películas anteriores: un pibe que siempre esta escapándose, salta los muros, se cae, se levanta (El chico de la bicicleta), una chica que empuja puertas, arremete y cae, pide que la dejen entrar, se aturde y de pronto ve y escucha (Rosetta) , un hombre y un chico que cargan un peso existencial que los abruma, tambalean, caen juntos (El hijo), un muchacho distraído cuya mirada todavía no ha descubierto a su hijo (El niño), un chico que hace una promesa sin haberlo pensarlo demasiado y luego a partir de ella descubre la opresión física a la que su padre lo somete (La promesa). Y en La chica sin nombre, una médica joven a la que siempre le está sonando el timbre o el teléfono, responde o no, atiende a sus pacientes, mira el fondo de sus ojos, los toca, los escucha, repasa con su memoria sus propias distracciones. Siempre se trata de cuerpos que se debaten con fuerzas que los capturan. En esa desnuda materialidad opera una fuerza invisible. 




La obsesión de la médica Jenny Davin (gran actuación de Adèle Haenel) es hacer un buen diagnóstico, esa es la enseñanza que quiere trasmitirle a Julien, el muchacho residente que la secunda en una sala de atención primaria de un barrio pobre. Ella se lo trasmite con tanta vehemencia que termina por ahuyentarlo. En una misma encrucijada ella se distrae, deja de prestar atención a un timbre que toca una chica que pide socorro, urgida por una cuestión de vida o muerte. El planteo que ella asume no se agota en una culpa lacerante por no haber atendido en el momento preciso, sino que advierte en que ahora es el instante en que puede todavía encontrar al otro. Jenny no cree, no quiere ni podría ser la heroína que repare ella sola el desgarro del mundo, pero sabe que escuchar esas llamadas cambian su posición ante el mundo. El conflicto de Jenny empieza a partir del instante en que advierte que en un instante anterior estuvo desatenta. La desatención, tratándose de una médica, condensa varias acepciones. Como agente de la salud pública, ella está siempre ante la posibilidad de atender o no. Durante la película la vemos tomar tres decisiones. Son tres propósitos políticos en un sistema social que se rige por actitudes contrarias: la indiferencia, el olvido, la desatención, el cuidado egoísta.




El título La chica desconocida se refiere tanto a la chica que pedía auxilio como a la propia Jenny, en la medida en que ella va a irse decidiendo, porque no está terminada. Como médica Jenny revisa el cuerpo de sus pacientes, presta atención a los síntomas, pero también revisa sus propias decisiones. En las revisaciones médicas, Jenny lee en los síntomas que le brindan los cuerpos de sus pacientes las claves para entender la trama oculta del mundo. La materialidad de esta práctica se abre hacia el fuera de campo. Como descifradora de síntomas involuntarios, Jenny excede su rol de médica para alcanzar una capacidad no solo detectivesca, sino también de hechicera. Su mirada penetrante lleva a hablar a los otros. Hay una escena memorable cuando el personaje interpretado por Jérémy Renier  le ruega que deje de mirarlo para poder seguir hablando. En la fragilidad de ese pedido se manifiesta el terrible poder de la mirada de Jenny.




Lo que los Dardenne nunca olvidan, lo que no es conveniente olvidar ante sus películas, es que ellos conceden ese mismo poder al espectador. He aquí una política de autores.

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