Hubo una época en que Bernardo Bertolucci fue el futuro del cine. Nació en Parma en 1941 y debutó en la realización de largometrajes en 1962 con La Commare Secca, con solo 21 años y apadrinado por Pier Paolo Pasolini, que era amigo de su padre Atilio, el poeta, y del que Bernardo había sido asistente de dirección en Accatone. En los 60 ser director de cine a los 21 años era ciertamente un rasgo de precocidad, algo que fue cambiando con los tiempos. En aquella primera película puede percibirse la sombra de Pasolini, una influencia que más tarde fue conviviendo con otras: la nouvelle vague, especialmente Godard, desde Partner (1968). Bertolucci colaboró también con Sergio Leone en el 68, en el argumento de la extraordinaria C'era una volta il West, a partir de la cual puede suponerse que incorpora un vínculo oblicuo con el cine norteamericano, o tal vez sea mejor decir con la recepción europea del cine norteamericano. Como una especie de esponja que absorbe todo lo que encuentra, en 1970 se inspira en el cuento de Borges "Tema del traidor y del héroe" en La estrategia de la araña. Dos años después Borges volverá a aparecer en las palabras finales del personaje que encarnó María Schneider en Último tango en París, quien, después de matar a Brando, parafrasea a "Emma Sunz" cuando prepara la coartada que va a decir antes de que llegue la policía.
Un año antes de la polémica y finalmente maldita Último tango... Bertolucci roza la maestría en Il conformista -también en el año 70- con la que filma el fascismo desde una perspectiva que combina una revisitación del melodrama viscontiano con una modernísima mirada freudiana y comunista. Así eran las cosas en aquellos años. Último tango... es una especie de co-autoría con Brando, es decir, con un avatar decadente de Hollywood. Brando crea un personaje de crueldad absoluta, cuyo desgarro interior anticipa al que años después va a jugar con el Coronel Kurtz para Coppola. Brando estaba casi fuera de juego en Hollywood y Último tango lo repuso un poco antes de conocer su segunda consagración en El padrino.
No se puede hablar de Bertolucci sin mencionar a Pasolini, Godard, Leone, Brando. Quizá durante un período acotado haya sido el cineasta eminente que articulaba una cinefilia entre Europa y Norteamérica, entre la nouvelle vague, el PC italiano y el noir... En ese período que va desde el 70 al 79, Bertolucci llega a su cumbre creativa y se posiciona como uno de los mejores cineastas del mundo.
Falta nombrar a Verdi, el último de los padres artísticos de Bertolucci, un padre cuya muerte va a ser elaborada en distintas claves en dos obras maestras, las últimas dos grandes películas que Bertolucci filme: la desmesurada Novecento y la más perfecta de todas, La luna, una gema de todos los tiempos, en la que el director vuelve a conjugar esos cruces de doble filiación entre Italia y América, entre Pasolini y Hathaway, entre María Callas y Marilyn, entre Un ballo in maschera y Saturday night fever. Con La luna, en 1979 el cine de los 70 se despide en gran forma. Curiosamente, con tan solo 38 años, también se despide el genio de Bertolucci y de ahí en adelante todo será una larga declinación, con esporádicos destellos en The sheltering sky (1990) y Besieged (1998). También es curioso que ese ocaso llegue rápido con su consagración hollywoodense en la multi-oscarizada The last emperor. A Bertolucci las referencias al cine norteamericano le sentaron bien mientras las filmó de lejos. Después, ya ni conservaría el touch apropiado para filmar un tema cercano, el mayo francés, en la edulcorada The dreamers.
Las últimas noticias que nos llegaron de Bertolucci no fueron buenas. Y ayudaron a ensombrecer precisamente su mejor versión. Él mismo, hace pocos años, relató el abuso sexual que en complicidad con Brando ejercieron sobre la en ese entonces jovencísima María Schneider. Para colmo, un abuso filmado para una escena célebre y hoy difícil de ver de Último tango en París. María Schneider murió prematuramente y nunca pudo reponerse de esa marca horrible. Bertolucci confesó su crimen cuando ella y Brando ya habían muerto y ni siquiera se mostró arrepentido.
Este episodio tan desgraciado plantea un desafío para pensar el cine en relación con la ética y la historia. La actitud de Bertolucci y Brando nos resulta ahora intolerable, pero en los 70 se pasó por alto, para todos menos para María Schneider. Último tango en París es una película notable, incluida la escena de gestación abyecta. ¿Entonces? Hay algo demoníaco que nos sigue atormentando ahí. Hay quienes proponen incluso convertirla en un objeto infeccioso. Es evidente que con ella el cine, en su caracter de registro de lo real, toca su límite más riesgoso. Por eso mismo nos sigue desafiando.
Hoy temprano Bernardo Bertolucci se murió en Roma.
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