miércoles, 16 de julio de 2008

El tango es el tango, si tiene…


Por Eduardo D. Benitez

Sobre fondo marrón un fileteado en el centro de la imagen rodea el título del film: Café de los maestros. Por encima del título, en letra bien grande se despliegan los siguientes nombres: Gustavo Santaolalla, Lita Stantic, Walter Salles. Mucho más pequeña es la letra destinada al director del film: Miguel Kohan. La foto de los homenajeados en cuestión (Mariano Mores, Horacio Salgán, Leopoldo Federico y un interminable desfile de maestros del tango) ha ido a parar al fondo del afiche publicitario. Es decir, el afiche anuncia algo importante: esta es una película hecha por productores, dispónganse y vean.

Una frase al vuelo se dejaba oir, un murmullo de salida de cine (Gaumont en este caso) que confirmaba la sospecha del afiche. “Es una película sin dirección”, se escuchó entre los espectadores (algunos evidenciaban satisfacción en su rostro, otros no tanto) que salían de la sala. “Sin dirección”, claro… un Miguel Kohan sumido a los caprichos de un Santaolalla presente en todo el metraje. Pero “sin dirección” en todo caso, porque es un film sin rumbo, sin movimiento y que expone una idea estática del mundo del tango (esto fue, es y será todo lo que tenemos para mostrar sobre el universo del tango, se nos dice), es decir: una postal.

Los barquitos quinquelianos del Riachuelo, el estadio de Boca Juniors, el hipódromo, Corrientes cubierta por una predestinada garúa. Hay un afán por retratar cierta porteñidad recurriendo a imaginarios tan cristalizados, que no se puede evitar reducir a la película como la búsqueda obstinada del simple retrato de una idea un poco obtusa: el ser porteño.

Ni siquiera un film nostálgico. Ni cine, ni tango. Café de los maestros no refiere a ningún mundo sino al de su propio estatismo. Al de los objeto paralizados en el tiempo: tango, cine, sensibilidad constitutiva del hombre de Buenos Aires (Scalabrini se derrama en llantos) son, aquí, elementos que conforman una postal saturada y creada para expandir la imagen ya muy conocida de nuestra querida ciudad.

La frase de Macedonio Fernandez citada por Alberto Podestá (si mal no recuerdo): “el tango es lo único que no le consultamos a Europa”, halla toda su refutación de parte del propio film, que evidentemente está hecho para gustarle a Europa y al resto del mundo consumidor de nuestra música popular.

Muy cercana a la estructuración del Buena Vista Social Club de Wenders, a Café de los Maestros no le alcanza el tiempo para desplegar su gama de personajes y situaciones como uno esperaría. Desde los momentos en el estudio de grabación hasta el show final de los maestros en el Teatro Colón, el montaje se va volviendo vertiginoso, apresurado. Y uno tiene la sensación de haber comenzado viendo un film documental y de terminar viendo uno de acción.

La decisión de Santaolalla de aparecer en la película y estar metido entre los músicos es realmente impactante. Y sobre todo el anteúltimo plano que lo muestra con rostro meditabundo en el interior del estudio de grabación que ha quedado vacío. Es la última imagen pretendidamente profunda del film: ahora ya sin maestros, la mirada melancólica de Santaolalla recorre el espacio. Él que se ha colgado del hombro de estos grandes músicos, que jugueteó durante un tiempo con ellos, ahora está sólo. Disposición un tanto egocéntrica: no por guardarse el último plano del postre para exhibirse como un hombre de una profunda sensibilidad ante el desfile de tamaños personajes; sino por la forma de negarles (no sólo en el último plano sino en todo el film) a los maestros la posibilidad de convertirse en algo a descubrir por el público. Estos históricos exponentes del tango, para Santaolalla, son una evidencia, son monumentos bien fotografiados para ser vendidos por el mundo. De alguna manera, así, los está dando por muertos. Una decisión algo arbitraria y tal vez un poco ingenua, pero no por eso menos reprochable.

Es inevitable la referencia a ese maravillosa película que es Yo no sé qué me han hecho tus ojos. Más allá que trabajara sobre un registro totalmente diferente (el coqueteo con el film noir) filmaba el mundo del tango como un misterio a develar. Es decir: había un motivo por el cual filmar, más allá del mosaico típico de la mitología tanguera for export. Había, además, un juego de reenvíos entre el pasado, el presente y el futuro. Causa, tal vez, por la cual miles de jóvenes (entre los que estoy incluido) pudieron sentir como propia la historia del tango y reconciliarse con el género. Jóvenes nostálgicos por una época que ni siquiera vivieron. Para ellos está dedicada esta nota.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

No la ví. Pero ya me dijeron que era un "producto" de Santaolalla. El papel de Miguel queda reducido al de un director por encargo y el film es claramente for export, eso es lo que he recogido. martha