Por Oscar A. Cuervo
Hoy por fin pude hacerme un poco de tiempo para ir a ver una de las películas del ciclo “Ozu desconocido” que está ofreciendo la Sala Lugones. El ciclo empezó el viernes pasado y sigue hasta el domingo próximo. La de hoy se llamaba Memorias de un inquilino y es de 1947.
No digo ninguna novedad si reitero que el japonés Yasujiro Ozu es uno de los más grandes directores del cine de todos los tiempos. Hoy goza de un consenso prácticamente absoluto. Pero lo cierto es que él hizo más de 50 largometrajes, desde la época muda hasta su muerte en 1962, y que la mayoría de ellos permanecen desconocidos en Occidente; incluso una buena parte de su producción muda no se conserva ni siquiera en Japón. El ciclo de la Lugones, precisamente, presenta once films suyos inéditos en la Argentina, en copias fímicas muy buenas.
Memorias de un inquilino transcurre en un barrio pobre de Tokio, durante la época misma en que se filmó (Ozu siempre filmó el presente), una posguerra japonesa a la que se alude veladamente. Es una comunidad que parece sufrir de estrecheces económicas, donde el dinero no sobra. Por las conversaciones podemos saber que “antes” la gente tenía un espíritu más solidario, de preocuparse por ayudar al vecino, y que “ahora” todos se han vuelto un poco más egoístas. Esa es toda la referencia al momento histórico. En medio de esa comunidad aparece un chico perdido, del que ninguno de los vecinos tiene muchas ganas de hacerse cargo. El chico dice haberse perdido de la mano de su padre, pero algunos creen que el padre “lo perdió” a propósito. La cuestión es que una viuda bastante malhumorada accede a que pase la noche en su casa y a la mañana siguiente se encuentra con la desagradable noticia de que el nene se meó en la cama. La viuda se pone realmente antipática y trata de sacarse de encima al chico. En el film pasan sólo dos o tres cosas más (dura en total 72 minutos). Lo asombroso es que este argumento podría haber dado lugar, por aquellos mismos años, a escenas de hondo patetismo si en lugar de Ozu hubiera sido filmada por algún neorrealista italiano.
Pero en Ozu no hay patetismo, sino un tratamiento delicadísimo de los vínculos humanos. Paul Schrader dice que se trata de un cineasta que no hace ciertas cosas, que se puede definir su estilo enumerando esas cosas que deja de hacer y que, con el correr de los años, hubo más y más cosas que Ozu dejó de hacer. Lo que se llama una estética de la sustracción, en la que menos es más. El ejemplo siempre citado: Ozu colocaba la cámara en el punto de vista de una persona arrollidada, porque esa era la posición usual de los japoneses en su vida doméstica. Otra constante es que no filmaba con otro lente que no fuera el de 50 mm, lo que le da a sus films una cualidad visual muy característica, organizando su puesta en escena con personajes enfocados y otros personajes y objetos suavemente desenfocados. Suavidad, delicadeza y depuración son palabras que le cuadran a las películas de Ozu mejor que a las de ningún otro cineasta en el mundo. Eran el resultado de una disciplina que ponía en práctica en el rodaje, asistido por un grupo de colaboradores (camarógrafo, co-guionista, director de arte y editor) que se mantuvieron a su lado por décadas. El rigor estilístico que Ozu puso en práctica es sólo comparable al que en el cine occidental supo tener Robert Bresson.
Lo que me resultó asombroso constatar hoy es que en esta película de 1947 ya está el estilo Ozu en su plenitud. El refinamiento estético que uno podía conocer en sus últimas películas (por ejemplo en la célebre Historia de Tokio) refulge en la prácticamente desconocida Memorias de un inquilino. Las transiciones leves de la alegría a la tristeza, emociones tratadas con una sobriedad que puede ser mucho más potente que cualquier desborde melodramático, los procesos socio-históricos atravesando con naturalidad las vidas sencillas de la gente, la tenue melancolía por el tiempo que pasa, todo está ahí. El crítico David Bordwell dice que si no hubiera hecho más películas que esta, Ozu quedaría igual como uno de los cineastas más grandes de la historia, y hay que darle la razón. Este film no revolucionó la historia del cine, pero visto hoy es una obra tan moderna, tan fresca, como la mejor que se haya hecho en los últimos meses.
En fin: que debe haber pocas maneras mejores de emplear el tiempo en Buenos Aires esta semana que acercarse a ver alguna de las películas que quedan de este ciclo.
6 comentarios:
Ví esta película conmovedora que comenta Oscar, que es una verdadera joyita. Antes quise ver una de las mudas: "He reprobado pero..." que tiene toques cómicos con una pátina melancólica por la percepción del tiempo que pasa en la adolescencia y el acceso a la adultez y la importancia de "reprobar" y sus sanciones correspondiente.
En algunos detalles se lo puede parangonar con Mikio Naruse, que fuera objeto de una retrospectiva allí en el 04.Hoy veremos :"Una gallina en el viento" donde Ozu inicia otra etapa. Martha
Lástima que no se proyecta : Tokyo Monagatari, de Ozu (1953)...Como homenaje a los cien años del nacimiento de OZU, Hou Hsiao-Hsien, filmó "Café Lumi'ere (2003) utilizando ese punto de vista diferente que menciona Oscar. Ozu rompe con una norma del cine, instalando la visión desde los ojos de una persona sentada en una alfombra llamada "tatami". Martha
Encantadora la peli. voy a seguir yendo a este ciclo.
sin palabras. terminó la pelicula y quedé inmovilizado en la butaca. cuanta sopa que nos falta por tomar la mayoría de los que nos pretendemos artistas.
si, ozu es un puto genio. del tipo vi banshun, bakushu, tokyo monogatari y sanma no iji (la ultima, y la unica a color). las cuatro son muy parecidas entre si, y en ellas casi no pasa nada, pero no dejan de ser obras maestras. es cierto eso de la idea del pasado como un tiempo con mas codigos y honor, y tambien es cierto que ozu marca siempre una diferencia entre las generaciones. el tokyo que ozu añora se muere una y otra vez en sus peliculas, y un orden nuevo (recuerdo ese hermoso plano del tren en el final de tokyo monogatari) llega, un orden nuevo en el que las familias parecen desintegrarse y en el que la enorme grandeza de algunos personajes parece redimir al resto.
Hola : Qué creen que comí esta noche? Arroz con té verde. Claro, sin la pasta que le ponen los japoneses.
Obvio que ví :"El sabor del te verde con arroz" ( Ochazuke no aji) de Ozu. Qué buena esa ceremonia en la que la pareja prepara por primera vez la comida juntos. Casi sin palabras.
Veo que la temática del ciclo se va oscureciendo paulatinamente a medida que pasa el tiempo, hasta llegar a la última película que se exhibe, en la quedamos casi como en Hamlet, sin personajes. Martha
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