La salvaje lejanía azul (Werner Herzog, 2005). Este sábado a las 18:00 en Uriburu 1345 - 1° p.
The wild blue yonder (La salvaje y azul lejanía) es una obra de 2005 que destila los procedimientos más específicamente herzoguianos. Hace unos años, la Sala Lugones (hoy cerrada por tiempo indeterminado por la administración macrista) programó un ciclo llamado "Los documentales de Werner Herzog" y esta fue la única película de ficción que integró el ciclo. Esto tiene una explicación: gran parte de las imágenes del film son registros documentales, pero la construcción narrativa que lo organiza es enteramente ficcional; más aún: se trata de un delirio desatado. Según la descripción del propio Herzog: "Unos astronautas perdidos en el espacio, el secreto de Rosswell revisitado y un extraterrestre, Brad Dourif, que nos habla de su planeta natal, cuya atmósfera está compuesta de helio líquido y cuyo cielo está congelado…, todo esto forma parte de mi fábula de ciencia ficción”.
El planeta natal de Dourif es la lejanía salvaje y azul del título y, hasta en esa tonalidad azulada, todo invita a comparar la película de Herzog con Avatar de James Cameron para constatar la distancia salvaje que separa Herzog del paradigma dominante hoy en Hollywood. Herzog monta filmaciones subacuáticas documentales, mientras desde el relato su protagonista renomina esas imágenes: lo que estamos viendo sería el cielo congelado de su lejano mundo de origen. Las medusas herzoguianas se mueven con una gracilidad que ningún desarrollo digital podría haber logrado, mientras la música de Ernst Reijseger hace hablar en lenguas a estos presuntos extraterrestres que en realidad no son sino parte de la fauna marina. Se trata de una operación poética que, lejos de las tecnologías bélicas del 3D que asedian la percepción del espectador en películas como Avatar, pone en marcha el más honesto ilusionismo que el cine reconoció como posibilidad suya ya en sus orígenes.
El cine obtiene su poderoso efecto gracias a la tensión de dos elementos contrapuestos: 1) su momento real (la huella que deja la luz sobre la emulsión de la película); y 2) su momento alucinatorio (cada espectador alucina, por una deficiencia de la percepción humana, un movimiento allí donde sólo hay imágenes quietas). La experiencia cinematográfica superpone dos proyecciones simultáneas: el haz de luz que atraviesa el celuloide y la impresión de movimiento que el espectador "proyecta" sobre la pantalla. Cualquier película contiene ambos principios: por más obsesivo que sea el control de la puesta en escena por parte del cineasta, el cine vive en la medida en que se escapa de las manos a todo control.
Lo singular de Herzog es su fidelidad a un propósito: tomar el cine como un órgano que extiende el alcance de la mirada humana hasta el límite de lo posible y, si pudiera, más allá. Por esto lo consideramos un cineasta visionario. Lo que vemos en sus películas nunca es una invención, se trata en cambio de visiones inauditas de nuestro propio planeta. En esto, es el realista más radical, contra todas las apariencias de delirio a las que se asocia a su obra. Herzog sale al mundo con su cámara: su cine no es posible sin la presencia corporal de la cámara como una extensión del cuerpo del cineasta ("Todos los que hacen películas deben ser atletas en cierto grado porque el cine no nace del pensamiento académico abstracto; nace de tus rodillas y de tus muslos").
De todos modos, el salir al mundo no significa una mera proeza atlética. El gesto se inscribe en una añeja tradición romántica. Si Herzog retoma ese impulso romántico hacia la errancia, es porque también está expresando una disidencia con su época, la de la prosperidad del milagro económico alemán. Su filmografía puede comprenderse como una actitud simétrica a la de su coetáneo Rainer Werner Fassbinder. Mientras este impugna la engañosa suficiencia de la Alemania próspera internándose en el núcleo entrópico del living burgués, Herzog se externa de allí: abandona el confort urbano y se arroja al mundo lejano e inhóspito en busca de una conexión perdida en algún punto del trayecto civilizatorio.
Un film como Fitzcarraldo no se concibe sino como una aventura tan insensata como la historia que cuenta: construir una ópera en medio del Amazonas, transportar un enorme barco a través de la selva. Se trata, claro, de una ficción en la que un extraviado quiere hacer una representación artística en medio del espacio más salvaje, pero a la vez el film es un documental de su propio extravío. La aventura de Herzog, desde Fata Morgana hasta The wild blue yonder, consiste en reactualizar cada vez la mirada atónita de la primera proyección de la llegada del tren a la estación. Ver no para reconocer, sino para des-conocer. Lo extraño no es ningún mundo imaginario diseñado por ingenieros de FX: lo extrañísimo es este mundo nuestro.
Este sábado a las 18 se proyecta The wild blue yonder (Werner Herzog, 2005) en la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, Uriburu 1345, 1° piso, en el marco del ciclo "La mirada de Herzog", coordinado por Mónica Giardina y Oscar Cuervo (ver acá).
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