Hoy se estrena en Buenos Aires la película de Leandro Naranjo
por Oscar Cuervo
El último verano (Leandro Naranjo, 2014) narra sucesos que ocurren en un tramo de tiempo acotado, que va desde una medianoche hasta la madrugada, en espacios también acotados: un auto, un par de departamentos, un balcón, un palier, un cineclub, en un barrio de clase media cordobesa; con pocos personajes: un grupo de amigos del que se recortan un chico (el estudiante de cine que proyecta su primera película) y una chica (la estudiante de letras que antes fue una precoz cantante de rock). El corte temporal bien delimitado nos permite saber que los dos tuvieron en el pasado una historia de amor o algo así (en las conversaciones ellos mismos vacilan en denominarse ex novios) y quizás es posible, pero no seguro, que más allá de la película esa historia se reanude. Leandro Naranjo se interesa en filmar el entre: el presente como tránsito con un valor en sí mismo, aunque no llegue aún a precipitar en un relato concluso. Hay una evocación de un relato pasado y un esbozo de un relato futuro, pero esos dos polos que quedan afuera de la película se sostienen en este momento presente.
La vida que ocurre entre el recuerdo y la expectación. ¿Qué diremos? ¿Este es un gran tema o un tema pequeño? ¿Fácil o difícil?
Naranjo filma un mundo que conoce bien: sus personajes son, como él, cinéfilos, jóvenes, cordobeses, cineastas incipientes (aunque con El último verano él se haya convertido en algo más: en un cineasta consumado). Hay una zona de su propia experiencia que es la materia misma del film, no resulta difícil reconocer marcas muy concretas de esa experiencia vital en sus personajes. Pero hay también una capacidad autoral para darle forma a esa materia, donde entran en juego decisiones acertadas que permiten reconocer una concepción sólida acerca de las potencias del cine.
Una dialéctica entre lo difícil y lo fácil: una pequeña muestra del universo, una gota de agua, un grano de polvo, un gesto ínfimo, bien mirados, permiten aprender algo preciso (nunca definitivo) del universo entero. El cine se trata de eso: vemos en el plano algo que nos remite al plano siguiente, pero más estructuralmente, cada película indica un mundo que se halla fuera de campo, en una remisión que es infinita. Es cierto: no toda película procede con igual justeza en su relación con el mundo. Hay poéticas diseñadas expresamente para esquivar el mundo o el tiempo, para esconderse de sus dificultades. No es el camino elegido por Leandro Naranjo. Hay confianza en que en una noche de joda de un grupo de jóvenes pueden aparecer huellas del mundo: del tiempo, de la angustia, de los apremios del paso hacia una especie de madurez, de un sentido para la existencia, del amor o de la soledad, de la intimidad y la sociedad. Dicho así suena difícil y demasiado ambicioso. Cuando uno ve El último verano, la experiencia transcurre con una sensación de facilidad. Esta facilidad es un resultado: porque el cineasta piensa los medios con que cuenta y las posibilidades que de ellos puede extraer. Esa facilidad es felicidad al constatar que una película como esta, si encuentra los canales de distribución que todavía no tiene, puede ser disfrutable por un público muy amplio. Un cine refinado y popular.
Algunos aciertos notables: el pequeño grupo que se encuentra en un depto a charlar, a beber, a seducirse o simplemente a pasar la noche, es filmado en planos secuencias abarcadores. Naranjo dice que no le interesa construir el "personaje" a partir de primeros planos que delineen una psicología individual, sino filmar el espacio entre ellos, el ámbito concreto donde el grupo interactúa. Para lograrlo, la película sostiene su mirada sobre esas situaciones de intercambio social, en la que se recuperan todo el tiempo códigos e indicios que remiten al mundo: posiciones sobre el cine, la política, la música, la amistad, los proyectos, los lugares de encuentro (el dormitorio, el living, el cineclub). Mientras los personajes hablan, se miran o se quedan callados, piensan o se preparan para tomar una decisión, se seducen o se achican, sus cuerpos tienen una autonomía que desborda un poco las ideas que sus conciencias pueden manejar. Esa dificultad del cuerpo para acomodarse al discurso es algo que Naranjo elige filmar en planos secuencias grupales. Es notable que estos tramos enteros sin cortes mantengan la tensión necesaria para ser siempre divertidos o intrigantes.
Hay otro mérito en juego: la veracidad de la puesta hace que sus personajes hablen en un cordobés juvenil lleno de giros singulares y terriblemente gozosos. Hay algo de la comedia que atraviesa la película, que no es estrictamente una comedia. Porque el registro oral tiene valor documental y la música del habla cordobesa produce una gracia por añadidura.
El mundo que los personajes habitan contienen múltiples referencias al cine pasado y presente, a la nouvelle vague y al llamado "nuevo cine argentino" filmado de 20 años a esta parte, al mumblecore y a las películas de iniciación; y más concretamente al cine de Ezequiel Acuña y a la película Los paranoicos (Gabriel Medina). Pero ninguna de estas referencias pesan como una mochila de piedras ni como un panteón demandante: forman parte de su mundo con esa misma sencillez con que Naranjo sabe filmar las cosas difíciles.
Leandro Naranjo es un joven cineasta y crítico cordobés, integrante de una movida cinéfila local que se deja ver de varias maneras: a través de un cineclub (Cinéfilo Bar), de una revista (Cinéfilo) y de una página web, un dispositivo que practica una intensa sinergia. Leandro, por un lado, merece ser considerado como exponente de esa movida: en los últimos BAFICIs se vieron varias películas de esa procedencia y es reconocible en ellas una comunidad creativa, productiva, intelectual y en última instancia política. La cinefilia que ellos practican no es una mera parafilia, sino una manera de plantarse ante el mundo. Más específicamente, esta comunidad cinéfila cordobesa hace cine y, con mucha naturalidad, afirman al mismo tiempo una manera de plantarse en el cine argentino y en el de esta época. Pero en el marco de ese colectivo, Naranjo es un cineasta que debe ser atendido en su singularidad.
Su primera película es El último verano, se vio en la competencia argentina del BAFICI de este año y fue para mí la revelación de este año. Hoy la película tiene su estreno en la ciudad de Buenos Aires.
Club Cultural Matienzo: Pringles 1249, Buenos Aires. A las 20:45. Más información acá: https://www.facebook.com/elultimoveranolapelicula/info
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