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miércoles, 26 de noviembre de 2014

La crítica que nada en la nada

Crítica de la crítica


"Córdoba, cordobesismos, juventud, amistad, política, amor, sexualidad, arte se banalizan y anulan en su propia incapacidad (¿valentía?) de desarrollo, de discusión, de argumentación. Por ello, quizás, el cigarrillo y la bebida aparecen en la película de manera tan grotesca: funcionan claramente como “sustitutos” desesperados de ese “no pasar nada”. Santi y Juli, encima, NO GARCHAN. La sexualidad se reprime al igual que las ideas de Santi para su primera no-película y lo sentimientos de Juli, aparentemente, por la relación fallida con su ex novio (si no, no se entienden mayormente las lágrimas de Juli en el balcón al escuchar la canción de circunstancia). Por esta razón, si uno se queda con esos primeros tres minutos del film y luego corta y edita agregándole el minuto final con Juli en toalla, la película (aunque con formato de corto) sería sugestivamente más interesante. Al menos, en la brutal elipsis, se ahorraría el nadismo gravitante que lejos de simbolizar, irrita; que lejos de expresar, anula".
(Gustavo Gros en Hacerse la crítica, sobre la película El último verano, de Lea Naranjo; 
se puede leer la reseña completa acá)

De la película El último verano ya dije lo que me parecía acá. Pero lo que ahora me preocupa es una pregunta por el fundamento de la posición crítica, la cuestión de la autoridad de la que emanan los dictámenes de los críticos. Hace rato que siento una enorme desconfianza hacia el género de la crítica cinematográfica, desconfianza que se agudiza cada vez que veo que un crítico no cuestiona la autoridad de la que emanan sus juicios. Un Poder Judicial auto-erigido, que jamás dialoga con el cine ni se pregunta por su capacidad para mirar y para escribir: dos ejercicios tan difíciles como engañosamente accesibles. Pareciera que con tener ojos se es capaz de mirar y con ser alfabetizado se sabe escribir. Pero lo menos frecuente es encontrar críticos que se hagan esas preguntas a sí mismos antes de enjuiciar a las películas que tratan como a reos (no digo que no los haya, digo que los casos en que eso sucede son excepcionales): ¿soy capaz de ver? ¿puedo escribir algo que tenga derecho a dialogar con un texto cinematográfico?

Tal vez el nadismo que Gustavo Gros reprocha en su ofuscada reseña a El último verano sea la nada de su propia mirada, el resultado de su nula capacidad para ver muchas cosas a las que él parece ciego. Pero es curiosa una crítica cinematográfica que construye sus juicios en base a las objeciones que le hace a las conductas de los personajes: a Gross le parece mal que los personajes empiecen a hablar de peronismo y sigan hablando de fútbol y videojuegos, o le resulta objetable que vacilen entre el Amargo Obrero y el Fernet con coca; o le irrita que siendo chicos de 25 se comporten como los de 15 (según el manual de conductas apropiadas para cada edad editado por Gustavo Gros). Más allá de la valoración que uno tenga de cada película, Faces de John Cassavetes podría ser despachada con idéntico argumento: "el cigarrillo y la bebida aparecen en la película de manera tan grotesca: funcionan claramente como 'sustitutos' desesperados de ese 'no pasar nada': y los personajes de 50 se comprtan como si tuvieran 20". Toda la reseña "es un convencionalismo ideológico que lejos de sorprender, aburre por las casi dos millones de reseñas que objetaron lo mismo y de la misma forma" (para hacerla caer en su propia picota). 

Una crítica cinematográfica que se eleva a Poder Judicial, que le exige al cine originalidades que como crítica no practica y repite clisés que se han leído miles de veces a propósito de películas muy diferentes es quizás el más agudo síntoma de que la crítica de cine es una práctica sin presente y sin futuro.

Si la crítica quisiera erigir un fundamento desde el que pararse a dialogar con el cine, primero tendría que ser crítica de sus propias capacidades. Nada más lejos de eso que este texto de Gross, que exige todo y no pone nada.

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