A propósito de la exploración del yo como sedimento de la escritura autobiográfica que emprende Ricardo Piglia en sus diarios y que retoma por otros medios Andrés Di Tella en su película 327 cuadernos (ver acá), me acordé de algo que yo había escrito en Kierkegaard: una introducción. Escuchar una voz, que dice así:
No se ha prestado suficiente atención a la forma en que la angustia aparece en uno de los padres de la filosofía moderna, René Descartes (1596-1650). A Descartes se lo califica como el paradigma del racionalismo y, no obstante eso, hay en él un preanuncio de la temática kierkegaardiana de la angustia. Esto nos lleva una vez más a relativizar las etiquetas con las que se clasifica a los pensadores. El libro de Descartes Meditaciones Metafísicas se suele tomar como texto fundante de la filosofía moderna. En él, Descartes propone experimentar de una manera radical y extrema la duda.
¿Qué es lo que yo puedo saber por mí mismo y no porque me ha sido dado por otro? ¿Qué es lo que yo realmente sé? Para detectar si sé algo por mí mismo tengo que someter a todas las cosas que hasta hoy creía saber, dice Descartes, a la duda: si algo sobrevive a la posibilidad de duda, entonces eso lo sé de verdad. Si algo me parece aunque sea mínimamente dudoso, entonces voy a hacer de cuenta de que no lo sé de verdad, lo voy a dejar de lado.
Empiezo dudando de los que mi ojos ven, de lo que mis sentidos me trasmiten, porque me doy cuenta de que mis sentidos a veces se contradicen y las cosas pueden ser de un modo diferente a cómo las veo ahora; más tarde puedo verlas de un modo distinto, por lo que resulta prudente desconfiar de los sentidos. Incluso el célebre argumento del sueño dice que esto que estoy percibiendo ahora puede que no esté ocurriendo realmente, ya que es posible que esté sumido en un sueño: puede que esté soñando que estoy leyendo este texto: ya me ha pasado a veces el creer que estaba en una determinada situación, cuando en realidad sólo se trataba de un sueño. Por lo tanto, dudo de este dato, que por otro lado parece tan cierto, como que estoy aquí en este momento. Y así puedo seguir dudando.
Incluso llega el momento en que la duda se extiende a todo. Descartes descubre que se puede dudar de las cosas que hasta ahora creí como más seguras; por ejemplo: de que 2 más 3 es igual a 5, cosas que nunca me atreví a concebir como si fueran erróneas. En la época de Descartes una certeza semajante sólo la podían otorgar las matemáticas. Dudar de la matemáticas, para un filosofo del siglo XVII, es algo terrible. Así Descartes llega a la sorprendente conclusión de que es posible dudar de todo, de modo que, si quisiera estar cierto de algo, el resultado de esta duda metafísica es que dudo de todo.
Entonces, en determinado momento, al comienzo de la “Meditación Segunda”, Descartes escribe esto: “La meditación que llevé a cabo ayer ha llenado mi espíritu de tantas dudas que desde ahora ya no estará en mi poder el olvidarlo. Y sin embargo no veo de qué manera podría resolverlas, pues como si de improviso hubiera caído en aguas muy profundas, estoy tan sorprendido que no puedo afirmar los pies en el fondo ni nadar para mantenerme a flote en la superficie”. O sea, las dudas me han llevado a no poder hacer pie en el fondo ni salir a flote hacia la superficie, en un estado de posibilidad. Es decir: nada cierto a lo que aferrarse.
Muchas veces, en la facultades de Filosofía, este pasaje se pasa rápido, porque se lo considera una especie de decoración literaria supérflua. Se quiere pasar enseguida a la parte argumentalmente fuerte, que se considera que es en el momento en que Descartes define su posición racionalista. Se olvida que, justamente, en el momento antes de llegar a hacerse la pegunta: “Pero yo mismo, ¿qué soy?” (porque eso es lo que está a punto de preguntarse: ¿qué soy yo?), antes de llegar a esa pregunta, lo que está a las puertas de esa pregunta es ese estado de angustia, de no poder hacer pie en el fondo ni salir a la superficie.
Esta angustia referida por Descartes no es un adorno literario, sino que es el componente necesario que anticipa y posibilita la pregunta: ¿qué soy? Y esta pregunta no es otra cosa que el descubrimiento de la vacilación, no de mi intelecto, no simplemente de mi saber, sino propiamente de mi ser. Lo que me angustia no es simplemente que me descubro como ignorante de algo, sino que descubro que todo mi ser está expuesto a la vacilación: soy yo mismo el que vacila. Tal vez por esto es que Kierkegaard unos siglos después dirá que la angustia es una aventura que todos los hombres tienen que correr, es decir, que todos han de aprender a angustiarse.
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