por Fito Bergerot
"Haber dado el salto, pasar al otro lado, y contarlo: esa es la experiencia. Recorrer el límite, al hacer un corte, nos convierte a cada uno en Orfeo: Orfeo es, porque canta.
Canta lo perdido. Pero perdido al cantarlo, por cantarlo. El duelo en el acto de cantar. El de hacer, efectuar la pérdida, al cantarla. Al contarla"
Eso es lo que escribí luego de una "inspección ocular" al lugar de detención y desparición en el que estuve secuestrado durante tres meses en el año 1976. Volví al lugar del crimen.
Tal vez por lo de volver en calidad de testigo, a ese lugar oscuro, y a ver, (como oficiaba la citación judicial) surgieron esas reflexiones en torno a la experiencia, su pasaje, y Orfeo como figura, límite, de esa tragedia.
Otro modo, distinto, de ubicar la cuestión del encuentro con aquello que "no cesa de no escribirse". Sus retornos, sus reediciones.
Diferente a lo sostenido por Primo Levi en la figura del musulmán en los campos de concentración "los muertos en vida que habían abandonado la lucha por sobrevivir". O la del desaparecido en Argentina. Los sin entierro en la ciudad. Antígona resuena, ¿sí?
En ambos casos, musulmanes y desaparecidos, ellos serían los verdaderos testigos: no hablan, no están.
Testigos mudos, o ausentes, hacen hablar. Causan decir.
Metáforas de ese vacío, de ese silencio que grita su ausencia.
Que erige imágenes, figuras, que intentan representar lo que no es representable.
Orfeo no. Por transgredir la única prohibición: darse vuelta y ver a su amada, (por otro lado, la prohibición de ver algo imposible de ver, imposible de oír) Orfeo vuelve del Hades, pierde para siempre su objeto y por eso canta.
Y al cantar es. Se realiza al contar.
No recupera lo perdido. Lo pierde.
Una vez más.
Aún.
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