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viernes, 24 de abril de 2015

BAFICI: El Pequeño Quinquin

P'tit Quinquin (Bruno Dumont, Francia, 2014)


por Oscar Cuervo

Para mí, y hasta hoy, faltando un par de jornadas de BAFICI, la mejor del festival.

En abril de 2012 escribí fastidiado en este mismo sitio: "Hors Satan (Bruno Dumont, Francia, 2011): Esta fue mi última oportunidad para Bruno Dumont. Su crueldad caligráfica ya ha sido suficiente. Basta para mí. Puntaje: 0".

La vida me da sorpresas. Roger Koza me lo avisó en mayo de 2014, en una conversación radial, al final del último Cannes; P'Tit Quinquin era algo nuevo en la obra de Dumont. Me aseguró que valdría la pena verlo. Tenía razón.

P'tit Quinquin: 10 puntos. Por una especie de milagro, todo lo que hacía detestables sus películas anteriores, crueldad, violencia, pseudomisticismo, aparece ahora transfigurado, gracias a dos elementos que antes no lograban emerger en su cine: humor y amor.

Según la ficha técnica, se trata de una miniserie que Dumont hizo para la televisión. Eso explica la larga duración y la división en capítulos. Por lo demás, P'tit Quinquin es cine pleno. Es cierto que hay algo en el planteo argumental que puede remitir al esquema de las series norteamericanas: una serie de extraños crímenes empiezan a ocurrir en un pueblito rural. Las víctimas aparecen descuartizadas en el interior de vacas afectadas por el mal de la vaca loca. Un par de investigadores muy singulares se hace cargo de la pesquisa. Uno podría imaginar algo parecido a True detective, pero Dumont se apropia de ese esquema narrativo y lo trata en sus propios términos. Pinta el mundo áspero de la campiña francesa que ya le conocemos, en el que una cierta deformidad física y de conducta de sus personajes funciona como indicio de un mundo dislocado, gobernado por el diablo, probablemente. Es decir: es Dumont 100%. ¿Por qué ahora resulta encantador lo que antes me parecía repulsivo? Respuesta: hay un ligero cambio de perspectiva y de tono. El que nos conduce por ese mundo es el pequeño Quinquin, un jovencito tosco que expresa en su cara asimétrica la simpatía, la ternura, la fiereza y la anomalía de la comunidad que integra. Y el par de gendarmes que lleva a cabo la investigación es también simpático y extravante. Es la mirada de Dumont lo que cambia todo. Ahora parece amar a sus personajes y hasta manifiesta confianza en que pueden prevalecer al embate del mal.

Ergo: tengo que confiar en la posibilidad. Hasta el ser que nos parece más aborrecible puede hacer algo maravilloso.

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